Mucho han dolido las humillaciones que sufren los migrantes centroamericanos indocumentados que tratan de atravesar México para llegar a Estados Unidos, buscando salvarse de la violencia institucional del narco-Estado: en el caso de Guatemala, El Salvador y Honduras. El famoso triángulo norte que tanto cargan para acá y para allá los políticos en el discurso de las empresas transnacionales que a cambio de una migaja que lanzan desde la mecedora donde se hamaquean; plácidos y jampones, se llevan las entrañas de la tierra que están secando, porque no es la suya, es la de los pueblos mancillados desde hace siglos.
Pueblos infestados de corrupción, empobrecidos y violentados que han sido obligados a emigrar en esas grandes peregrinaciones a las que la prensa ya no le pone atención porque son el pan nuestro de cada día. Violaciones, secuestros, asesinatos, nada espanta ya, son migrantes, los últimos de los últimos. Con la pequeña variante que desde hace una década son familias enteras las que migran, con sus hijos a tuto, con las lágrimas como mar salado surcándoles los pómulos reventados por el sol. Labios partidos, sangrando, pies rajados, el alma rota.
Las mujeres hondureñas, por su fisonomía de mulatas: carnes macizas, robustas, lomos anchos, caderas de yegua, son las más explotadas en el tráfico sexual en el camino migratorio. Las fosas clandestinas en México están llenas de ellas, porque una vez inservibles las desaparecen. Y esas madres centroamericanas que claman año con año, buscándolas, jamás las encontrarán con vida. La realidad es cruel, pero la esperanza es el único aliento.
Canadá y Estados Unidos están llenos de estos migrantes que van a dejar lo que les queda de lomo, en los campos de cultivo, en los jardines de las grandes mansiones en los suburbios del norte, en la albañilería, en los oficios de mantenimiento: en casas, oficinas y centros comerciales. Lo último de lo último lo hace el migrante indocumentado latinoamericano, pero bien sabido es que el mexicano y el centroamericano es el más buscado porque es el que más rinde y al que menos se le paga. Es el que migra desde las entrañas del arrabal y de los pueblos inhóspitos, en su gran mayoría sin saber leer ni escribir.
El golpe de Estado a Manuel Zelaya en el 2009, fue un golpe al corazón del pueblo hondureño, los resultados los hemos visto: familias migrando en grandes caravanas. El narco-Estado de Felipe Calderón y Peña Nieto hicieron mella en territorio centroamericano, los canallas sin escrúpulo alguno decidieron hacer de Guatemala, El Salvador y Honduras la versión centroamericana de Colombia.
El relato está escrito en calco, mares de lágrimas han sido derramados, el dolor como una herida abierta palpita en carne viva en la memoria de los migrantes que lloran a sus muertos y a sus desparecidos. Qué alzar la voz, que tener una ideología distinta, que buscar justicia, que luchar contra la impunidad no nos valga la vida. Que buscar comida, techo y una oportunidad tampoco.
En el año de la post pandemia, sucedió lo inverosímil, Honduras decide ponerse en pie, honrando a todos los que fueron silenciados a la mala, a todos los que fueron lanzados al exilio y al olvido, a todos los que quedaron en el camino de la ruta migratoria, a todos los que jamás volverán, a todos los que sueñan con el regreso, a los que añoran.
A los que aman ese pedacito de tierra: una jícara con atol de pinol, un pedazo de mango tierno con limón y sal, el agua fresca de los ríos, los retumbos del mar abierto, la sombra de los tamarindos, la teja mojada al amanecer. El olor a leña oreada, el ocote encendido en el polletón de la abuela, las manos del abuelo al que se le secó la vista esperando. A los que sueñan con llegar al camposanto del pueblo a enflorar a sus muertos.
A los que esperan con los brazos abiertos el retorno de los suyos. A que la tierra florezca, a que los azahares perfumen las tardes, a que se pueda caminar sin temor en las calles de un país que ha sido arrodillado por hijos ingratos que irrespetaron la entraña que los parió. A los que esperan el la Ley de Aborto, el Matrimonio Igualitario, el derecho a la educación, a la salud, a la jubilación, la reforma agraria. En fin, a los que sueñan con el renacer de Honduras.
No es tarea fácil la que tiene Xiomara Castro, pero sabemos que con dignidad, amor, humildad, memoria y ahínco podrá desempeñar a cabalidad la responsabilidad que ha depositado el pueblo hondureño en ella.
Las mujeres centroamericanas del pueblo, pueblo, en memoria de Berta Cáceres y de tantos, saludamos a Xiomara Castro, esperando que cumpla las promesas de campaña sin olvidar a los pueblos originarios, al arrabal, los derechos de género que tanta falta nos hacen y a los miles de hondureños que añoran el retorno desde la diáspora.