Más de seiscientos periodistas en más de cien países han escudriñado cerca de doce millones de documentos obtenidos por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación que muestran evasión tributaria, patrimonios escondidos, lavado de dinero y otros movimientos financieros por parte de algunos de los personajes más ricos y poderosos del mundo y los medios asociados están publicando esta semana sus resultados en cada uno de sus países.
Los documentos, conocidos como los “Pandora Papers” deben su nombre al mito griego de la Caja de Pandora, quien al abrir la caja dejó salir a todos los males que podían afectar a la humanidad: avaricia, egoísmo, envidia, traiciones, guerras, enfermedades, etc. Lo único que quedó en el fondo de la caja fue la esperanza que nunca se pierde a pesar de todas las desgracias que podemos enfrentar.
Una actualización del mito, diría que también se escapó la capacidad de sorprendernos y así lo vivimos al informarnos de las conductas financieras de algunos miembros de la élite mundial entre los cuales está nuestro Presidente de la República. Nos enrabiamos, pero las transgresiones a la ley y/o a la ética ya no nos sorprende. Tampoco nos sorprende la noticia de que los colegios particulares pagados del país califican con notas significativamente más altas que las obtenidas por estudiantes de establecimientos particular subvencionados de manera de obtener un mayor puntaje para el ingreso a la universidad. Ni tampoco la formalización de tres generales directores de Carabineros y una ex ministra de Estado.
Cuando las élites transgreden la ley, son presentados como errores y cuentan con el dinero suficiente, las relaciones necesarias para evitar ser juzgados y condenados y los medios de comunicación para defender su relato. El poder constituido se defiende y se protege a sí mismo mientras que al ciudadano común se le exige un acatamiento irrestricto a la ley y poseer un virtuosismo ético y moral a toda prueba.
Esta desigualdad no pasa desapercibida en niñas, niños y jóvenes ni tampoco en miles de profesionales de la educación del país y así lo hemos podido constatar en el trabajo que realizamos en Fundación Semilla en los ámbitos de convivencia y ciudadanía. El comentario más recurrente que escuchamos es: la tragedia de Chile es que hay ciudadanos de primera y de segunda clase en que los de primera cuentan con privilegios moralmente inaceptables.
Después de mirar y analizar la realidad, volvemos a buscar dentro de la caja de Pandora y nos encontramos con la esperanza. Vemos la esperanza en niñas, niños y jóvenes que enfrentan la vida con optimismo y positividad. Encontramos a docentes y trabajadores de la educación con vocación de servicio y compromiso con el estudiantado. La esperanza está presente en todas las comunidades escolares y es responsabilidad del mundo adulto cultivarla con el ejemplo.
La clave en la educación es enseñar con el ejemplo para que las generaciones que vienen mantengan la capacidad de sorprenderse cuando se conozca que un personaje público, ya sea político, empresario, artista o deportista transgrede la ley o las mínimas normas éticas para una sana convivencia porque será la excepción y no la regla.