“Cada época ha tenido sus estupideces sobre lo que es trabajo y sobre lo que no lo es.
El siglo XX fue el más estúpido de todos”
Guy Standing
Por Juan Manuel Iribarren
Y en este mundo de creciente taylorismo digital, de simulaciones guiadas con simpatías extenuantes en trabajos de mierda, de demagogia obsecuente y pobreza en la discusión ideológica; el trabajo se ha vuelto un concepto tan discontinuo de su concepción obrera, como de su subordinación a la eficacia de las políticas de demanda de posguerra. Y en este mundo donde mucha gente parece observar una continua y estricta identificación con su profesión o especialización, y donde la polimatía humanista se desaconseja fuertemente, la mayor parte de los que no han podido construir el camino de la especialización, tienden a perderse en identificaciones no menos estrictas con alternativas futuras y posibles de trabajo en tiempos de capacitaciones breves, construyendo una simulación de experiencia que se detecta tanto en la sobrecapacitación laboral que hoy experimentan muchos mercados laborales, como en la correlativa subcapacitación política de estos aspirantes a una idea de trabajo, pues sin solidaridad de clase y sin sociedad de bienestar, ¿qué significa “trabajo” en un tiempo de subculturas aspiracionales, que no dejan de señalar el profundo fracaso histórico de una concepción de dignidad humana basada en el trabajo?
Y en medio de un capitalismo financiero donde políticos profesionales se refieren a la importancia de la producción, en un contexto de repetición de tradiciones partidarias que no tienen fundamento económico y social en el mundo actual, ¿no habría también que preguntarse si existe continuidad entre la dignidad del trabajo, sustanciada por conciencia social y política, y la dignidad del trabajo a priori, distinguible de sus circunstancias? ¿No hablaban de cosas esencialmente distintas? ¿Qué concepción de dignidad hoy se farfullea?
Y si vamos a los hechos, fuera del orgullo personal por el trabajo cualificado, que rara vez no traduce algún privilegio de origen, que sólo en muy contadas excepciones no elige expresarse mediante una falsa conciencia meritocrática, que licua la concepción de trabajo en un juego de ganadores y perdedores que vuelve superflua e inconsistente toda noción general; fuera de la subjetividad de los privilegios y el parloteo sobre inactuales mundos posibles, ¿sigue habiendo algún fundamento histórico y social para seguir hablando de dignidad del trabajo, algo más profundo, algo que permita valorar la generalidad del trabajo en su propio tiempo histórico?
No hay modo de prevalecer en la concepción de pleno empleo sin deshumanizar a los rehenes de la retórica triunfalista; e incluso la ficción de su bondad no puede sostenerse más que con asistencialismo complementario. Cuando se torna imprecisa la dignidad autónoma del trabajo, también se desfiguran potencialidades del histórico estado de bienestar, pues el concepto de “bienestar” se tornó inestable, difuso y retórico, designando algo que ya no se traduce en la vitalidad de una cultura —como el Welfare State de la posguerra en movimientos culturales y artísticos, inquietudes espirituales y formulación de nuevas ideas—, ya que bienestar no era sólo servicios básicos y consumo. Que si a un grupo importante se les da subsidios para que consuman y muevan la economía, sin tomar en cuenta sus verdaderas necesidades de proyección individual y social, reducidos a meros consumidores desvitalizados y cuantificados, destinados a diluir sus identidades por imperativos de la demanda agregada, no hay bienestar ni proyección vital, sino grados de tolerancia a la injusticia y la pobreza mensurados fríamente. Y en nombre de la gobernabilidad las ayudas insuficientes, inestables, promocionadas.
Con vigilancia y humillaciones de todo tipo para los “beneficiarios”, donde se los ata de manos para encontrar su propio rumbo, principalmente por ineficiencia, pero también por cálculo electoral. Y con la representación humanitaria desplegando gran extensión de pantalla para las proyecciones grotescas y violentas de los sectores rentistas, que disparan candidatos carismáticos cualunquistas o de derecha libertaria, ¿a qué están jugando en el fondo las clases dirigentes, sino a crear chivos expiatorios de su propia ineficiencia y falta de coraje para ponerse a la altura del mundo actual?
Mercados y fugas
No están los fundamentos económicos de un mundo basado en el trabajo digno, por lo que la defensa de la dignidad de cualquier trabajo no es otra cosa que una negación de la inseguridad existencial que generan los mercados laborales actuales, con trabajos que ni siquiera permiten el autosustento de una persona, donde el término “dignidad” adquiere una amplitud desmesurada, muy fuera de los marcos de autonomía e independencia, que son las expresiones históricas más habituales del concepto, pudiendo denotar en este caso dependencia familiar y precariedad, distorsionándolo.
Y el eufemístico mercado laboral debe ser revisado, pues no hay mercado sino mercados. Cuando se habla de acceso al mercado laboral, nunca es acceso al mercado laboral, sino a uno de los mercados segmentados, de los cuales rara vez puede salirse. El economista Yann Moulier Boutang señaló en su estudio sobre la transición de la esclavitud al trabajo asalariado, que ninguna otra cosa más que el control de la movilidad explica la segmentación de los mercados laborales, pues el control de la fuga del trabajo constituye su fundamento histórico.
Para responder su profunda interrogación acerca de por qué la libre circulación de capitales y mercancías, uno de los dogmas más asentados del pensamiento único en el marco de la globalización, no tiene su contrapartida lógica en la libre circulación de las personas; de su inquietud por esta llamativa paradoja de un liberalismo que detiene sus demandas a mitad de camino, Moulier plantea el descubrimiento de un nuevo continente teórico: el continente del derecho a la fuga. Opuesto al análisis de los sistemas represivos de Foucault y a las dialécticas de amo y esclavo; Moulier plantea que la principal fuerza histórica en la configuración de los mercados laborales capitalistas, no es otra que “la defección anónima, colectiva, continua, infatigable, la que transforma el mercado laboral en una marcha hacia la libertad”
Es decir que no son las instituciones capitalistas el factor civilizatorio, sino el instinto de fuga del trabajo al que deben reacomodarse constantemente; no es el capital ni las instituciones represivas quien decide como acumular el trabajo asalariado, sino la adaptación institucional a la movilidad en fuga de las multitudes. “Que la invención de la libertad y de los regímenes constitucionales, sin los cuales el contrato no sería más que la dura ley de la esclavitud, se ha llevado a cabo mucho más mediante la vía exit, que mediante la vía voice.”
¿Y de qué modo podríamos relacionar este cambio de paradigma epistemológico con la institución de una Renta Básica Universal?
Después de hacer la defensa e ilustración de la fuga y la movilidad, Moulier señala que la desestabilización actual del trabajo asalariado no es solo la nueva manera de excluir a los pobres del empleo, sino que también se corresponde con un profundo movimiento del trabajo dependiente hacia nuevas formas del trabajo libre.
¿Y si esto implicara que estamos en un período de transición donde las externalidades positivas, las producciones no remuneradas, están alcanzando un nivel histórico que necesitan ser reconocidas por una institución superadora de los mercados laborales actuales, reintegrando esas producciones en un mercado menos condicionado por la supervivencia, y donde la variable precio en la ecuación de oferta y demanda no sea tan determinante?
Ya escapando de los límites epistemológicos de Moulier, donde la fuga del trabajo está condicionada por la búsqueda de mayor rentabilidad, lo cual se corresponde con aspiraciones de independencia de los trabajadores, sin especificación particular de formas anheladas de trabajo, ¿no se está configurando una humanidad que cada vez realiza más trabajo no remunerado, y no habría también en el fondo de ese movimiento que señala Moulier, la infiltración de una progresiva preeminencia del deseo sobre el deber? ¿No implica esto que tarde o temprano estallen por los aires las políticas macroeconómicas keynesianas y sucedáneos? Prendan fuego los subsidios, decía Guy Standing, en una posición en las antípodas del sentido común neoliberal. Algunas cosas necesitan cambiar en forma urgente.
¿No se ve cada vez más gente queriendo trabajar en formas impensadas sin tradición ni regulaciones laborales? ¿No se ve que los que triunfan en este tipo de trabajo son los sectores rentistas? Es el específico contexto del actual mercado laboral donde surge con fuerza la idea de la implementación de la Renta Básica. ¿Y si la socialización de la renta no fuera otra cosa que la condición necesaria para adaptarse a la construcción de un nuevo mundo laboral, del que quedarán progresivamente excluidos los que no tengan algún tipo de renta?
La medida más eficiente para favorecer y acelerar ese profundo movimiento del trabajo dependiente hacia nuevas formas de trabajo es la Renta Básica, no sólo porque permite una transición pacífica al nuevo mundo laboral; sino también porque es la principal medida de seguridad social cuando el empleo productivo disminuye por la automatización del trabajo y la tendencia a desplazar capitales al sector financiero.
Afectados por un nuevo nivel de consumo y por una mayor capacidad de negociación de los trabajadores, ¿la crisis de la segmentación de mercados regulados institucionalmente no podría desembocar en algún equilibrio social que finalmente nos lleve a un mercado sino de competencia perfecta, al menos de sustancial disminución en las barreras?
¿Cuál podría ser la posición de la Renta Básica al respecto?
Declararse a favor del trabajo y su resignificación, generando una sociedad donde la fuga del trabajo no deba ser controlada por las distintas barreras de entrada a la actividad productiva y al mercado laboral cualificado, requiere un suficiente nivel de renta. Hablar de la dignidad del trabajo siempre va a ser sospechoso de indolencia o complicidad con la discriminación de los sectores más postergados de la sociedad, hasta que no haya un derecho garantizado a la fuga del trabajo. En lo que Moulier llama el continente de la fuga reside una posibilidad de dignidad del trabajo para el siglo XXI, de concebir un trabajo basado en la libertad y los anhelos de independencia, lejos de la cruda necesidad o el chantaje extorsivo del hambre.
La Renta Básica garantiza esa libertad para que el trabajo digno no sea una cuestión de privilegiados. Para que la dignidad del trabajo se base en una movilidad irrestricta a toda persona dentro de un territorio. La Renta Básica termina de una vez y para siempre con las infinitas reformulaciones de las Leyes de Pobres.
Por eso la principal resistencia va a venir de los sectores que quieran restringir la movilidad laboral, en nombre de la supuesta dignidad general del trabajo; pues a diferencia de los subsidios, la Renta Básica garantiza condiciones necesarias para una creciente movilidad laboral. Y algo más: la progresiva disolución de los mercados laborales segmentados. Y quizás aproximaciones a un mercado regulado institucionalmente con menores barreras. Nunca, desde las enclosures en adelante, el mercado laboral dejó de estar fuertemente regulado a favor de la concentración del Capital, basada en restricciones de territorio y movilidad.
Por eso el fundamento del derecho al trabajo no puede ser bajo ningún punto de vista el acceso a un libre mercado laboral ficcionalizado, correlativo a una general dignidad, sino que tiene que ser el derecho a la fuga del trabajo, a la búsqueda de un trabajo mejor, a la mayor capacidad de negociación de los trabajadores, al acceso a capital suficiente para emprender. Derecho al trabajo es derecho a movilidad irrestricta.
Con el término “vago” en sus distintas versiones —en porfiada educación sentimental, política e ideológica de medio siglo neoliberal, en consonancia con dos siglos de proletarización forzada— rara vez se designa algo diferente a la rebeldía innata en la humanidad a la segmentación de los mercados laborales, rara vez designa otra cosa que la digna existencia de un rechazo visceral al control de la movilidad humana.
Postscriptum
¿Cómo educar a los políticos progresistas acerca del surgimiento de una clase social cuyo único fundamento es la inseguridad existencial y un resentimiento sin dirección ni conciencia de clase? ¿Cómo hacer para que este poderoso agente de transformación no se vuelva un rehén del ascenso de partidos de derecha, profesionales en la presentación de chivos expiatorios? Articular el precariado presenta este dilema al siglo XXI. Es la clase que menos tiene que perder en la historia del capitalismo, pues se puede decir que su tiempo se pierde aprendiendo cosas que no le sirven de mucho, en un loop desesperado de capacitaciones improbables. No tiene propiedad y puede carecer de sentimiento familiar por individualización excesiva, por sucesivas desintegraciones comunitarias.
Depresivos, anhedónicos y de tranquila furia, los hombres preocupados por sus pagos mensuales y la comida del día están caminando por el mundo sin radares que los capten, mientras partidos progresistas sólo piensan en consumo familiar, en Keynes y multiplicadores y cálculos electorales. Con qué palabras hablarles será el gran dilema de los partidos históricos basados en la dignidad del trabajo en un mundo donde pleno empleo no significa más que subempleo y trabajos innecesarios.
Hay que resignificar la dignidad del trabajo y la única clase con potencial y experiencia para hacerlo corre el riesgo de desintegrarse peleando contra sus fantasmas, pues esa es la apuesta de la derecha internacional: atomizar el precariado hasta que los instintos de rabia y rebelión se vuelvan contra sí mismos, contra la proyección de su propia clase individualizada y fragmentada.
No es que el ascenso de la derecha puede aprovecharse del precariado, sino que la misma existencia de una clase desorientada en medio de mercados laborales segmentados, parece condición necesaria para la construcción de un amplio electorado de derecha.
El precariado no es clase ideológicamente determinada por su realidad. La pelea de distintos sectores por su determinación ideológica construye su propia realidad como inestable y transitoria, subproducto de estrategias comunicacionales de corto plazo. No se puede comparar sus posibilidades de acción con las clases históricas en conflicto. Su acción se puede prever a corto plazo, pero es un misterio su devenir histórico y está lejos de la noción de sujeto revolucionario. Ninguna dialéctica lo comprende bien.
Como los partidos progresistas se quedaron pedaleando en políticas de demanda y pleno empleo —en un momento donde debieron articular la nueva subjetividad atravesada y desorientada por inseguridad laboral y existencial— la derecha se aprovechó de esto para intentar configurar la determinación ideológica del precariado. En tiempos donde las “mayorías silenciosas” se tornan desequilibradas y vociferantes, los sectores más postergados de la población tampoco tienen ideas políticas que defender: la política sólo es una promesa no muy confiable de cambio en sintonías más o menos distorsionadas. No se debe creer que el precariado tiene una dirección ideológica determinada por su situación, pues esto acarrea profundos errores de perspectiva. Y explica gran parte del fracaso del populismo de izquierda en Occidente.
Una RBU podría transformar el precariado en sujeto activo y creativo, dada la sobrecapacitación potencial que habitualmente acompaña la experiencia de inseguridad laboral; lo que facilitaría escenarios de movilidad irrestricta, de superación del embridamiento histórico del trabajo, por una perseverante estrategia hacia un mejor trabajo no condicionado por supervivencia. Y se trata de una utopía realizable, más realizable que la de un sujeto mesiánico revolucionario; pero sólo puede lograr articularse concientizando la construcción de una nueva subjetividad histórica no fundamentada en las relaciones de producción, sino en la positiva experiencia de fuga de las mismas, como motor del progreso social y como fundamento de nuevas conciencias políticas. Ya es un imperativo que la dignidad del trabajo se defina en la medida en que no se está obligado a aceptar cualquier trabajo.
Bibliografía
De la esclavitud al trabajo asalariado. Economía histórica del trabajo asalariado embridado. Yann Moulier Boutang.Capítulo XI. La libertad del trabajo asalariado.
Precariado. Una carta de derechos. Guy Standing. Capítulo V. Por una carta del precariado.
Juan Manuel Iribarren cursa estudios de Economía en la Universidad de Buenos Aires y es miembro de la Red Humanista por la Renta Básica Universal