Por Memo Acuña*
En su texto Estados amurallados y soberanías en declive (2015) la filósofa Wendy Brown plantea la paradoja que, cinco años después, continúa sin resolverse, más aún en medio del contexto de excepcionalidad que atraviesa el planeta hará ya año y medio.
La paradoja refiere al consabido binomio apertura-oclusión en el marco de los procesos globalizadores actuales: a una cierta actitud de laxitud en las fronteras a los temas económico-comerciales, se opone el amurallamiento horizontal y vertical para que las personas “no bienvenidas”, rechazadas, concebidas por el discurso y la práctica hegemónicas de la “migration managment” como “personas ilegales” (sic), no crucen los contornos fronterizos.
Durante agosto y setiembre esa paradoja estuvo presente en la región en sus dos extremos fronterizos.
En el norte, en el binomio Guatemala-México, pero especialmente al sur de este país, la maquinaria migratoria y de seguridad opuso una feroz resistencia a cientos de migrantes que en grupo intentaban caminar para salir de la deplorable condición que durante semanas experimentaron en Chiapas.
En el sur regional, la incontenibilidad de las movilidades humanas caribeñas y extra regionales debió sortear las narrativas de la discriminación y el muro natural e inexpugnable en el que se ha convertido la selva del Darién, ese impresionante tapón que continúa tragándose vidas todos los días.
Para los Estados amurallados en sus políticas y en sus fronteras, aplicar la regla de la seguridad a las movilidades resulta conveniente. No solo intervienen actores del orden público, sino que aparecen también industrias de lo privado que mueven millones de dólares en equipos de seguridad, dispositivos de control y armamentos.
Entre tanto, como hemos dicho ya varias veces, las personas en contextos de movilidad solamente tienen sus cuerpos y su dignidad como herramientas para seguir avanzando.
La cuestión de las fronteras nos ofrece a cada momento un nuevo motivo para pensarlas y reflexionarlas desde nuestras experiencias situadas. En las semanas previas, por ejemplo, fue anunciado el ganador de un concurso de fotografía sobre aves silvestres. El fotógrafo mexicano Alejandro Prieto expuso su pieza “Bloqueado” con la que obtuvo el galardón.
En la imagen recurren de nuevo la paradoja de la movilidad y el limite, la tristeza y la esperanza. En un primer plano, un correcaminos aparece pequeño y diminuto frente a la fuerza avasalladora de una sección del muro fronterizo entre Estados Unidos y México.
Compuesta de alambres, aluminio y metal, la estructura contiene, divide, limita. Su impotencia reduce a la parálisis del movimiento al pequeño correcaminos, que luce incierto frente a la gran estructura.
“La imagen cuenta una historia importante de la fragmentación del hábitat y cómo estructuras como el muro fronterizo pueden evitar que la vida silvestre migre y se traslade a otras áreas” ha dicho el sitio digital elpopular.mx sobre la obra ganadora.
La narrativa de las fronteras y los muros abarca no solo lo visible. También con nuestros discursos estigmatizantes, llenos de odio y desafección bloqueamos la posibilidad de romper los cercos que limitan la acción de comunicarnos y convivir.
Debemos de entender que la libertad colectiva es un buen comienzo para crear otros mundos posibles. Destruyamos las barreras. Todas.
*Sociólogo y escritor costarricense