Por Ahmet T. Kuru, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de San Diego. 

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation (bajo Creative Commons)

Junaid Hafeez, profesor universitario de Pakistán, llevaba seis años encarcelado cuando fue condenado a muerte en diciembre de 2019. La acusación: blasfemia, concretamente insultar al profeta Mahoma en Facebook.

Pakistán tiene las segundas leyes de blasfemia más estrictas del mundo después de Irán, según la Comisión de Libertad Religiosa Internacional de Estados Unidos.

Hafeez, cuya sentencia de muerte está en proceso de apelación, es uno de los cerca de 1.500 pakistaníes acusados en las últimas tres décadas de blasfemia, o discurso sacrílego. No se han producido ejecuciones.

Pero, desde 1990, 70 personas han sido asesinadas por turbas y fanáticos que les acusaban de insultar al Islam. También han sido asesinadas varias personas que defienden a los acusados, como uno de los abogados de Hafeez y dos políticos de alto nivel que se opusieron públicamente a la condena a muerte de Asia Bibi, una mujer cristiana condenada por insultar verbalmente al profeta Mahoma. Aunque Bibi fue absuelta en 2019, tuvo que huir de Pakistán.

Blasfemia y apostasía

De los 71 países que penalizan la blasfemia, 32 son de mayoría musulmana. El castigo y la aplicación de estas leyes varía.

La blasfemia se castiga con la muerte en Irán, Pakistán, Afganistán, Brunei, Mauritania y Arabia Saudí. Entre los países de mayoría no musulmana, las leyes de blasfemia más duras se encuentran en Italia, donde la pena máxima es de tres años de prisión.

La mitad de los 49 países de mayoría musulmana del mundo tienen leyes adicionales que prohíben la apostasía, lo que significa que las personas pueden ser castigadas por abandonar el Islam. Todos los países con leyes de apostasía son de mayoría musulmana, excepto India. La apostasía suele ir acompañada de la acusación por blasfemia.

Esta clase de leyes religiosas es bastante popular en algunos países musulmanes. Según una encuesta de Pew de 2013, alrededor del 75% de los encuestados en el sudeste asiático, Oriente Medio y el norte de África, y el sur de Asia están a favor de convertir la sharia, o ley islámica, en la ley oficial del país.

Entre quienes apoyan la sharia, alrededor del 25% en el Sudeste Asiático, el 50% en Oriente Medio y Norte de África, y el 75% en el Sur de Asia dicen que apoyan «ejecutar a los que abandonan el Islam», es decir, apoyan las leyes que castigan la apostasía con la muerte.

Los ulemas y el Estado

Mi libro de 2019 «Islam, autoritarismo y subdesarrollo» rastrea la raíz de las leyes de blasfemia y apostasía en el mundo musulmán hasta llegar en el pasado a una alianza histórica entre los eruditos islámicos y el gobierno.

A partir del año 1050, ciertos eruditos suníes del derecho y la teología, llamados «ulema», comenzaron a trabajar estrechamente con los gobernantes políticos para contrarrestar lo que consideraban la influencia sacrílega de los filósofos musulmanes en la sociedad.

Los filósofos musulmanes llevaban tres siglos haciendo importantes contribuciones a las matemáticas, la física y la medicina. Desarrollaron el sistema numérico árabe que hoy se utiliza en Occidente e inventaron un precursor de la cámara fotográfica moderna.

Los ulemas conservadores sentían que estos filósofos estaban indebidamente influenciados por la filosofía griega y el Islam chiita en contra de las creencias suníes. El más destacado en la consolidación de la ortodoxia suní fue el brillante y respetado erudito islámico Gazali, que murió en el año 1111.

En numerosos libros que todavía se leen mucho hoy, Gazali declaró apóstatas a dos destacados filósofos musulmanes fallecidos hacía tiempo, Farabi y Avicena, por sus opiniones poco ortodoxas sobre el poder de Dios y la naturaleza de la resurrección. Sus seguidores, escribió Gazali, podían ser castigados con la muerte.

Como afirman los historiadores modernos Omid Safi y Frank Griffel, la declaración de Gazali sirvió de justificación a los sultanes musulmanes del siglo XII en adelante, que deseaban perseguir -e incluso ejecutar– a los pensadores considerados como una amenaza para los gobiernos religiosos de tinte conservador.

Esta «alianza ulema-Estado», como yo la llamo, comenzó a mediados del siglo XI en Asia Central, Irán e Irak, y un siglo después se extendió a Siria, Egipto y el norte de África. En estos regímenes, cuestionar la ortodoxia religiosa y la autoridad política no era simplemente disentir, sino apostatar.

 

Fábrica incendiada por una turba furiosa en Jhelum, provincia de Punjab, Pakistán, después de que uno de sus empleados fuera acusado de profanar el Corán, 21 de noviembre de 2015. STR/AFP vía Getty Images

Una dirección equivocada

Algunas partes de Europa Occidental fueron gobernadas por una alianza similar entre la Iglesia Católica y los monarcas. Estos gobiernos también atacaron el libre pensamiento. Durante la Inquisición española, entre los siglos XVI y XVIII, miles de personas fueron torturadas y asesinadas por apostasía.

Las leyes sobre la blasfemia también estaban en vigor, aunque se utilizaban con poca frecuencia, en varios países europeos hasta hace poco. Dinamarca, Irlanda y Malta han derogado recientemente estas leyes, pero siguen existiendo en muchas partes del mundo musulmán.

En Pakistán, el dictador militar Zia ul Haq, que gobernó el país de 1978 a 1988, es responsable de sus duras leyes sobre la blasfemia. Aliado de los ulemas, Zia actualizó las leyes sobre la blasfemia -redactadas por los colonizadores británicos para evitar conflictos interreligiosos- para defender específicamente el Islam suní y aumentó la pena máxima hasta la muerte.

Desde la década de 1920 hasta Zia, estas leyes sólo se habían aplicado una decena de veces, pero desde entonces se han convertido en una poderosa herramienta para aplastar la disidencia.

Otros países musulmanes han sufrido un proceso similar en las últimas cuatro décadas, entre ellos Irán y Egipto.

 

Voces disidentes en el Islam

Los ulemas conservadores basan sus argumentos a favor de las leyes de blasfemia y apostasía en unos pocos dichos del Profeta Mahoma, conocidos como hadices, principalmente: «A quien cambie de religión, matadlo».

Pero muchos eruditos islámicos e intelectuales musulmanes rechazan esta opinión por considerarla demasiado radical. Argumentan que el profeta Mahoma nunca ejecutó a nadie por apostasía, ni animó a sus seguidores a hacerlo.

La criminalización del sacrilegio tampoco se basa en el principal texto sagrado del Islam, el Corán. Este contiene más de 100 versos que promueven la paz, la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa.

En el capítulo 2, versículo 256, el Corán afirma: «No hay coacción en la religión». En el capítulo 4, versículo 140, se insta a los musulmanes a simplemente abandonar las conversaciones blasfemas: «Cuando oigáis que se rechazan los versículos de Dios y se burlan de ellos, no os sentéis con ellos».

Sin embargo, al utilizar sus conexiones políticas y su autoridad histórica para interpretar el Islam, los ulemas conservadores han marginado a las voces más moderadas.

 

Refugiados rohiniá en Bangladesh

Reacción a la islamofobia mundial

Los debates sobre las leyes de blasfemia y apostasía entre los musulmanes están influidos por los asuntos internacionales.

En todo el mundo, las minorías musulmanas -como los palestinos, los chechenos de Rusia, los cachemires de la India, los rohinyá de Myanmar y los uigures de China- han sufrido graves persecuciones. Ninguna otra religión es objeto de una persecución tan amplia en tantos países diferentes.

Junto a la persecución se encuentran algunas políticas occidentales que discriminan a los musulmanes, como las leyes que prohíben el uso del velo en las escuelas y la prohibición de Estados Unidos a los viajeros procedentes de varios países de mayoría musulmana.

Estas leyes y políticas islamófobas pueden dar la impresión de que los musulmanes están siendo asediados y proporcionar la excusa de que castigar el sacrilegio es una defensa de la fe.

Por el contrario, me parece que estas duras normas religiosas pueden contribuir a los estereotipos antimusulmanes. Algunos de mis parientes turcos incluso desaniman mi trabajo sobre este tema, temiendo que alimente la islamofobia.

Pero mi investigación demuestra que criminalizar la blasfemia y la apostasía es un asunto más político que religioso. El Corán no exige castigar el sacrilegio: la política autoritaria sí.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen