14 de septiembre 2021. El Espectador
Sí, el embajador Luis Guillermo Plata ofreció excusas y admitió que “pudo haber cometido un error al hablar de neutralidad”; argumentó que él no escogió a los escritores que asistirían a la Feria del Libro en Madrid, en la que nuestro país es el invitado de honor. Todos nos equivocamos, y nadie está exento de utilizar vocablos erróneos. Pero lo más grave es que el gobierno al que Plata representa es en sí mismo, un estridente error. Un error de quienes lo eligieron y pensaron que alguien sacado de la manga del presidente eterno para cubrirse su propia espalda, podría hacerle bien a Colombia; un error de quienes produjeron las mentiras y de quienes las creyeron (claro, mientras el miedo aturde, la verdad exige). Un error al que le quedó grande vivir sin la presencia de la guerra respirando en la nuca.
Plata no se equivocó de palabra; se equivocó de jefe.
Químicamente hablando, neutras son la saliva y las moléculas con carga nula. Según la RAE, neutro es algo “carente de rasgos o expresión, carente de brillo o viveza, algo indiferente”. Ya quisiera el gobierno que todos fuéramos neutros, y convertirnos en una gran baba nacional, nulos, opacos y anestesiados, incapaces de cuestionarlo.
Le caímos encima a Plata por decir lo que dijo, pero ¿qué esperábamos? El señor es coherente con el presidente que lo nombró, y quizá ninguno de los dos se ha preguntado de qué serviría el arte si no fuera contradictora, viva y protestante. Poco le aportaría al mundo un artista plano, sin allegros ni cinceles, sin rebeldías, sin carácter ni pinceladas, sin movimiento ni insurgencia. Literatura neutra (es decir, imposible), es la única aceptable por un gobierno en grado 8 de la escala de Richter. No dan para más.
Así es que por estos días el oso en Madrid no es únicamente el del madroño en la Puerta del Sol: es el del gobierno colombiano, al haber ignorado a escritores como Ricardo Silva, Piedad Bonnet, Patricia Lara, William Ospina o Héctor Abad Faciolince.
¿Qué verán los decepcionados visitantes? Quizá solo encuentren bajo nuestra bandera, la biografía de fiscales de bolsillo, ministras usurpadoras, congresistas mafiosos o embusteros de oficio. ¡Qué vergüenza! Si algo tenemos admirable para mostrarle al mundo, son nuestros escritores que se han negado a endosarle su pensamiento y creatividad a un gobierno catastrófico, hecho de improvisación y resentimientos; los escritores sólidos, vívidos, que no se han dejado asfixiar por el gas tóxico del autoritarismo son los que deberían estar hoy en Madrid, sacando la cara por Colombia.
En fin; con las declaraciones de Plata o sin ellas, estos tres años de masacres, venganzas, reversos y distintas gamas de idiotez, nos han mostrado que la inmadurez del presidente lo obliga a desechar la crítica en vez de intentar comprenderla; todo lo que no lo alabe, no sirve, y lo que no se ajuste a sus propósitos se vuelve moral y físicamente desechable.
El problema no es el embajador Plata; es la ecología gubernamental la que da pena, la que sube cada día con más ahínco, a la cúspide de la ineptitud.
Punto. Hará mucha falta Antonio Caballero, un periodista magistral, insobornable, con la irreverencia y la inteligencia necesarias para trascender más allá de la muerte. Un columnista que no les dio tregua a los gobiernos mediocres ni a las estirpes corruptas. Un maestro del escepticismo, de la palabra escrita y la imagen cargada de crítica y denuncia. Jamás neutro, jamás mudo, jamás cobarde. Es decir, siempre escritor.