20 de septiembre 2021. El Espectador

 

El sábado le rendimos un homenaje al demócrata más valiente que conozco.

Más de 150 voces de distintos rincones de Colombia y el mundo, nos unimos para decirle a Iván Cepeda Castro que no está solo en sus batallas por la justicia y por la defensa de los derechos humanos. A veces parecería que el mundo se le viene encima, pero él sabe que el verdadero mundo, el que da oxígeno, el que llena de sueños el sueño y de convicción los despertares, es el que se construye a punta de confianza, honestidad y perseverancia. Ese mundo en el que él -sin pretensiones, sin alzar la voz ni bajar la firmeza- es maestro.

Iván ha sentido en familia propia el horror de los crímenes de Estado; sabe que la violencia insiste en amarrar con un nudo ciego la intolerancia y el disenso, y que los verdaderos héroes no son los que más muertos acumulan, sino los que más vidas salvan; los que no hacen de la adversidad un escudo ni un pretexto para negarse a los desafíos, y se rigen siempre por los códigos de la integridad.

Si yo supiera pintar, dibujaría a Iván como un velero que milagrosamente se mantiene en calma en medio de la tormenta; ése que no pierde sus velas por fuertes que sean los vientos, y a pesar de todo su bitácora es el mapa de la libertad.

Iván es polémico y desata un amplio espectro de emociones; a quienes lo apoyamos, muchos nos tatúan una marca en la frente; pero sepan que es un tatuaje que nos honra, porque significa haber ganado el pulso cierto entre los mitos y la verdad; entre la represión y la búsqueda de la paz total; el pulso entre la indiferencia y el valor que él ha tenido para enfrentar imposibles, sin más salvoconducto que el de abrigar razón y persistencia.

Sería muy distinta Colombia si los políticos que nos legislan y gobiernan comprendieran -como sí lo hace Iván- el ritmo, la solSaliredad y la sed, las ilusiones y decepciones del pueblo; si tan solo intentaran sentir las voces remotas, las manos que entregaron las armas, los campesinos que se niegan a convertir en cementerios de guerra, la fertilidad de sus montañas.

Sería distinto el país si más senadores siguieran el ejemplo de Iván, y no huyeran cada vez que hay un debate serio, un proyecto que pretende dignificar a los más vulnerables, una moción de protesta contra el silencio corrosivo.

Otra sería Colombia si ganar en política no fuera un triunfo de los capitales (grandes, legales o turbios), de las intrigas y los artificios, sino el triunfo de una democracia crítica, independiente y bien informada.

Si los gobernantes fueran causa y efecto de la razón y no del miedo, de la equidad y no del egoísmo, la corrupción no sería el deporte nacional, y ejercer el poder sería un honor y no una vergüenza.

Hoy el investigador social Lucho Sandoval nos recordó un texto de Lorena Pronski: “Hay gente que te corre las piedras que vos no viste porque estabas demorado en otro pantano (…) Gente que te quiere sin pedido de facturas ni reproches (…) Gente que alimenta tu alma (…) gente que sana, que cura, que salva (…) Es gente que sí”.

No es preciso explicar nada más. Así, tal cual, es Iván; y por eso la gratitud y el cariño que uno siente por él.

Antes de terminar propongo encontrarnos martes y miércoles en la Plaza de Bolívar en Emprende Paz, el Festival de la Reconciliación. Excombatientes y víctimas celebran allí el Día Internacional de la Paz en una jornada llena de memoria, teatro, gastronomía, música y perdón; los invito a apoyar sus pequeñas grandes empresas libres de violencia. Es un festival por la vida. Por la vida que sí.

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