La competencia descontrolada, el individualismo y el exitismo están corroyendo a las personas, la sociedad y sus instituciones porque para ser triunfadores, muchos están transgrediendo valores como la honestidad y el respeto a los derechos de los demás. No están dispuestos a fracasar y hacen cualquier cosa con tal de evitarlo. Otros toman el camino largo y cuesta arriba y, al final, ganan quienes aceptan los desafíos y mejor aceptan y asumen sus fracasos.
La sociedad chilena está llena de casos de quienes se saltaron la fila para lograr sus objetivos: corrupción, cohecho, violencia, mentiras, abusos, robos, falsificaciones, etc. El problema radica en que mientras más alto se encuentran las personas en la pirámide social, económica y cultural, menos probabilidades existen de que sea desenmascarado y reciba la sanción correspondiente.
Certera fue la frase de la capellana de la cárcel de mujeres, Nelly León, quien aseveró frente al Papa Francisco que: “en Chile se encarcela la pobreza”. A ello podemos adicionar que en Chile se castiga y sanciona al débil que no tiene las redes de protección que otorga el poder.
No se trata de empatar moralmente porque todos los casos son condenables, pero lo que ocurre en Chile necesita de reflexión porque las desigualdades en el trato son generadores de rabia y de violencia.
Para mi está en el mismo nivel financiar y ganar una campaña senatorial con dineros mal habidos que mentir para ser electo constituyente. La diferencia está en que el primero sigue ejerciendo como senador cuatro años después de que los hechos fueron determinados por tribunales de la República, mientras que al segundo lo quieren fuera de la Comisión Constituyente de forma inmediata.
Tampoco recibieron el mismo trato la comunidad del Verbo Divino que las comunidades de liceos emblemáticos. Ante desórdenes similares al interior de los establecimientos, en el primero, la autoridad educacional no intervino mientras que, en los otros, rápidamente llega Carabineros e ingresa a los recintos educacionales.
Es un círculo vicioso. Mientras más personas ponen sus propios intereses por sobre el bien común con tal de ganar, otras tantas se ven tentadas de hacer lo mismo, y así sucesivamente. Lo anterior, con el agravante de que quienes son parte del poder constituido cuentan con privilegios que le aseguran impunidad.
La esperanza de un cambio cultural está en la educación. Generar un círculo virtuoso dependerá de la capacidad del sistema educacional para desarrollar la tolerancia a la frustración y la aceptación de los fracasos. El camino largo sin atajos faltos de ética e ilegales.
En Fundación Semilla incentivamos a las comunidades pedagógicas a que feliciten a quienes intentan lograr un objetivo a pesar que fracasen porque la felicidad y la realización están en el proceso y no en el resultado. Educar también significa incentivar una mirada de bien común por sobre la competencia y el éxito personal. Ganar significa asumir los desafíos y mejor aceptar y asumir los fracasos sin comprometer valores o cometer ilegalidades.