Los obreros de las salitreras no soportaron más la ficha semanal y el cepo castigador. Eran tiempos de humillación en la industria nortina. Había que luchar. Hombres, mujeres y niños cruzaron la pampa y las sequedades del silencio, la noche fría y el calor ardiente. La marcha hacia la Escuela Santa María era mejor que la muerte lenta en las salitreras. Allí los esperaba el general y su metralla. 3.600 obreros asesinados. Una tragedia inmensa.
Hoy día, allí mismo en Iquique, cerca de la Escuela Santa María, se vive una nueva tragedia. No hay muertos y no existe el cepo castigador, pero hay agresiones y humillaciones a hermanos venezolanos. Sí, a hermanos venezolanos, a los mismos que nos dieron techo, abrigo y trabajo, cuando escapábamos de la muerte y tortura del dictador Pinochet. Carabineros y policías recibieron expresas instrucciones del gobierno de Piñera para desalojarlos de la Plaza Brasil de Iquique, donde se refugiaban. Nada les importó. Nada les ofrecieron. No hubo instrucciones para que pudiesen alimentarse o cobijarse en algún lugar. Sólo represión y acciones gubernamentales para su expulsión.
Se impuso la xenofobia vergonzante. Primero fue Maduro, Presidente inepto, incapaz de proteger a sus ciudadanos y que obliga a migrar a millones de sus compatriotas a territorios extraños. Separaciones familiares, caminos peligrosos, el hambre que duele y niños sin futuro. Ahora, en Iquique, es Piñera el que los agrede, el mismo que había dicho en Cúcuta que recibiría a todos los exiliados venezolanos.
Seguramente, el candidato de la derecha, Sebastián Sichel, protegido del actual Presidente, pensará en su curiosa frase: “Es que la política se ha politizado”. Ahora calza bien. Porque Piñera ofreció solidaridad a miles de venezolanos, para mostrarse ante la comunidad internacional como un Presidente generoso y al mismo tiempo un demócrata, enemigo de Maduro. Sin embargo, su falta de humanidad quedó rápidamente al desnudo, acompañado fielmente por la extrema derecha y su ministro del Exterior, Andrés Allamand.
Lo sucedido es grave, pero más grave aún es que grupos de iquiqueños, en la avenida Aeropuerto Las Rosas humillaran a los inmigrantes venezolanos, los golpearan y les quemaran sus modestas pertenencias. Acompañaban la agresión con gritos xenófobos, asociando inmigración a delincuencia. Pueblo contra pueblo. Una cobardía sin límites, azuzados por el comportamiento vergonzante del propio gobierno y de su ministro del Interior.
Los iquiqueños ya no recordaban la tragedia de la Escuela Santa María. Pero habrán escuchado la Cantata de los Quilapayún, cuando dice “Unámonos como hermanos, porque tenemos razones puras porque luchar”. Es verdad. Hoy día no hay razón más pura de lucha que defender a los inmigrantes, para protegerlos de gobiernos incapaces y de aquellos que agreden a sus ciudadanos. Y, cuando se trata de venezolanos, la solidaridad no puede flaquear porque sólo estamos devolviendo generosidad, esa generosidad inmensa que ellos nos entregaron cuando el dolor y la muerte recorría nuestro país.