La relación entre la destrucción del ambiente y la salud de la población, el rol legitimador de la ciencia hegemónica, el papel de las farmacéuticas y de los gobiernos. Alicia Massarini, investigadora del Conicet, aborda esos aspectos y se anima a un tema que pocos científicos hablan en voz alta: explicita sus dudas sobre las vacunas para el Covid-19, rechaza la vacunación masiva a niños, expone argumentos y, lejos de los antivacunas, invita a pensar de forma crítica.

 

Por Agencia Tierra Viva y Radio Garabato*

Números de contagiados, cifras de muertos, ocupación en terapias intensivas, permisos para circular, estadísticas de vacunados, contratos con farmacéuticas, clases presenciales (o no) y restricciones a actividades. Desde marzo de 2020, la mayor parte del debate público pasa por las consecuencias de la pandemia y muy poco sobre las causas. Alicia Massarini, doctora en ciencias biológicas, profesora de la UBA, investigadora del Conicet (recientemente jubilada) e integrantes de la Unión de Científicxs Comprometidxs con la Sociedad y el Ambiente (Uccsnal) centra su análisis en la relación del ambiente, modos de producción y la destrucción del planeta. Y, ajeno a los extremos simplistas, aborda la situación de las vacunas desde una mirada crítica, lejos de los antivacunas y también distante de los que afirman “irresponsablemente” que las vacunas son seguras.

En tiempos de pensamientos únicos y fanáticos, una voz que expone dudas, que se anima a nadar a contracorriente y, sobre todo, invita a pensar.

Es una crisis social y civilizatoria”

–Mucho se habló y se habla de las cifras de fallecidos, de terapias intensiva y de vacunas, pero poco de las causas. ¿Qué podría decirnos del origen de las pandemias?

–Evidentemente la cuestión ambiental es una clave ineludible al hablar de las causas profundas de la pandemia. Las transformaciones aceleradas y bruscas que se han dado en el ambiente en las últimas décadas son claves para entender por qué se producen esta y otras pandemias como enfermedades emergentes. La destrucción de ecosistemas naturales, por un lado, aproxima a las poblaciones humanas a especies que normalmente están alejadas, en estado silvestre. Esos contactos favorecen los saltos zoonóticos, es decir el paso de microorganismos específicos de especies silvestres a la especie humana. Esto es algo que evolutivamente ocurre constantemente, pero que esta destrucción de ecosistemas naturales y el desplazamiento constante de la frontera agropecuaria favorece, facilita y aumenta su frecuencia. Por otro lado, la forma en que producimos “alimentos” como pollos o cerdos criados en granjas de miles de animales hacinados, genéticamente uniformes, favorece el hecho de que sus microorganismos característicos se multipliquen frente a sistemas inmunológicos debilitados de estos animales hacinados y que a su vez puedan transmitirse a los trabajadores de estos criaderos o a las poblaciones cercanas a estos lugares. Son saltos zoonóticos muy factibles dados por la manera de producir. De hecho las últimas epidemias como la del MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio), la de la gripe aviar o porcina tienen que ver, en su origen, con este tipo de establecimientos.

–¿Por qué cree que no se habla tanto (o casi nada) de las causas de las pandemias?

–Efectivamente es curioso el hecho de que principalmente se hable de casos, de muertos y de vacunas y no se habilite a la reflexión acerca de cuáles son las causas profundas de esta crisis sanitaria, que también es una crisis social y civilizatoria. Evidentemente este silenciamiento, este ocultamiento, tiene que ver con que los medios hegemónicos no admiten más que la reproducción de la lógica de este sistema y para poder realmente interpelar las causas profundas habría que admitir que es el propio capitalismo, en esta fase salvaje y extractivista, el responsable de esta crisis y de que lo que se impone es un cambio profundo en los modos de producir y consumir. Es claro que si no transformamos las causas de esta pandemia, volverá a pasar.

Es falaz la supuesta neutralidad y objetividad de la ciencia”

–Desde hace muchos años se toma la voz «de la ciencia» como lo que valida (o no) determinada cuestión. Con la pandemia se acentuó el rol de verdad de «la ciencia», «los médicos», los «especialistas» son sinónimos de «los que saben». ¿Qué opina de este rol asignado a la ciencia y los especialistas?

Llama la atención el rol de autoridad que se asigna a la ciencia. En general, las representaciones sociales en el capitalismo, de la ciencia y de los científicos, asumen este rol de autoridad pero en este contexto esto se ha profundizado. Se ha estereotipado aún más, sobre todo a manos de ciertas especialidades científicas biomédicas como la epidemiología, la virología, la infectología; especialidades médicas que parecen ser las únicas voces que tienen algo que decir respecto a la crisis sanitaria que estamos transitando. Aún desde la lógica científica, la jerarquía de estas ciencias respecto a las ciencias sociales hace que otras voces, de especialistas científicos, no aparezcan o sean invisibilizadas, como por ejemplo la de los sociólogos, los psicólogos, los antropólogos, que sin duda tendrían también muchas cosas que decir frente la complejidad de esta problemática. Además esta jerarquía dentro de las ciencias, el lugar de verdad y de autoridad que se asigna en general a los científicos y a los especialistas también invisibiliza el hecho de que en las comunidades que están experimentando esta crisis desde sus territorios, son otras las lógicas imperantes, que tienen que ver con la colaboración, con la cooperación, con la solidaridad y con otros saberes que están siendo puestos en juego en distintos espacios pero que son invisibilizados y parecen no tener nada que decir estos actores sobre lo que estamos transitando.

–¿Cómo evitar este rol «de verdad» de la ciencia? ¿Qué saberes quedan afuera de este debate?

–Sin duda las representaciones sociales hegemónicas que asignan a la ciencia este lugar de autoridad se reproducen en distintos ámbitos: en la divulgación científica, en el discurso político, en la educación. Es en todos esos ámbitos donde es necesario abrir un debate e instalar el pensamiento crítico para poder comprender y democratizar la idea de que el conocimiento científico, como cualquier otra actividad humana, es un tipo de producción atravesado por valores, por conflictos de intereses, por relaciones de poder y en ese sentido, la idea de que no hay una sola ciencia sino que hay muchas maneras de hacer ciencia, muchos tipos de conocimiento que deben ser analizados críticamente para que la sociedad pueda elegir entre distintas perspectivas científicas a la hora de enfrentar una problemática compleja o de tomar postura frente a debates que involucran a la ciencia y a la tecnología.

–También se presenta a la ciencia como libre de ideología y de intereses.

Esta crisis sanitaria está revelando qué tan falaz es esta idea de la aparente neutralidad y objetividad de la ciencia. Las marchas y contramarchas de las afirmaciones científicas, la falta de cooperación entre los distintos sectores y la comunidad científica, la falta de estadísticas y reflexión crítica centralizada en los organismos de salud como la OMS, muestran que la fragmentación se vincula con las relaciones de poder y la mercantilización de la ciencia y de la salud, que en realidad tiene como voceras a las principales corporaciones farmacéuticas que compiten por mercados para poder vender sus vacunas.

Darle lugar al disenso, a la diversidad, al pensamiento crítico”

–Algunos sectores negaban la gravedad del virus, la equiparaban con la gripe común.

–Es claro que no es lo mismo. El Covid-19 es un virus de altisima infectividad (capacidad de una agente patógeno para invadir un organismo y provocar en él una infección) y una tasa de mortalidad más alta. La estadística, igualmente, es muy pobre, porque hay muy poca colaboración entre los países para generar un conocimiento integrado. Pero actualmente se estima que es alrededor de tres veces más letal que la gripe común, y además esta alta infectividad, que en las nuevas cepas es todavía mayor, hace que muchas personas se enfermen y que muchas mueran.

–¿Conoce la posición de los «Médicos por la Verdad»? ¿Qué opina del rechazo al uso de barbijo, al uso de dióxido de cloro como tratamiento, la inmunidad de rebaño…?

–Me parece que en este tema, como en otros, la actitud maniquea, si/no, blanco/negro, existe/no existe, no ayuda en nada para comprender la situación. El virus efectivamente existe, la pandemia está en curso, sus efectos son graves, y de ninguna manera estoy en una postura negacionista, lo cual me parece necio: por lo que dicen los números, lo que siente la gente, por el dolor que estamos experimentando. En todas esas dimensiones, el negacionismo no nos ayuda a entender. Tampoco estoy en una actitud antivacunas de ninguna manera y también quiero señalar que me parece grave esta actitud recurrente de situar las cuestiones conflictivas en una dicotomía de vacunas-antivacunas. Me parece que esto no sirve para nada. Tenemos que pensar inteligentemente, colectivamente, cuáles son las mejores estrategias, cuáles son los riesgos y beneficios en cada caso y darle lugar al disenso, a la diversidad, al pensamiento crítico y a la discusión entorno a estos temas. Cualquiera que plantea en este momento una advertencia sobre los riesgos de ciertas vacunas es tildado de antivacunas y automáticamente se descalifica su opinión: esto me parece verdaderamente grave porque lo que estamos haciendo es cerrar los ojos ante riesgos y advertencias que son significativas y que debieran ser tenidas en cuenta y democratizadas en la opinión pública.

–Los extremos. O antivacunas o nula crítica a las vacunas.

–Si se propone llevar adelante las cosas desde el dogmatismo o desde la fe, o desde el autoritarismo, no iremos por buen camino. Necesitamos abrir la discusión, la reflexión y pensar un poco más diversamente.

No es aceptable vacunar masivamente a les niñes”

–Hay vacunas que se están aplicando que son de ADN vectorizado, como AstraZeneca, Janssen, Sputnik y Cansino. ¿Qué son estas vacunas? ¿Qué material genético usan?

–También están la de Pfizer, la de Moderna, son muchas, alrededor de diez que están en este momento autorizadas. Tienen autorizaciones que son de emergencia. En realidad ninguna vacuna en este momento está aprobada. Porque ninguna ha cumplido con todos los requisitos que se demandan para una vacuna. El desarrollo de una vacuna requiere un promedio de 15 años. Hay vacunas que han tardado 30 años en aprobarse. La que menos tardó fue siete años. Entonces estamos ante un escenario totalmente novedoso, donde estas vacunas que están provisionalmente aprobadas, no han concluido la fase 3: es decir, la aplicación en amplias poblaciones y la evaluación tanto de la efectividad como de la seguridad en el mediano y en el largo plazo. Hay que ser claros, las vacunas, por ejemplo de Pfizer, Moderna y AstraZeneca, no han concluido la fase de aprobación, lo que han publicado, cuando lo han publicado, son resultados preliminares. Tenemos que saber esto. Cuando se sale a decir de manera dogmática: «Las vacunas son seguras», como están diciendo muchas voces, se está siendo irresponsable, impreciso y se está engañando a la opinión pública. Porque esto no está completamente demostrado.

–¿Cuál es la diferencia con otras vacunas?

–Tradicionalmente las vacunas con las que contamos se basan en tecnologías que tienen muchos años de prueba, que usan el virus, o la bacteria, el agente patógeno, inactivado o atenuado (bajándole la virulencia). Las vacunas buscan enseñarle al sistema inmunológico cómo defenderse de un patógeno si se enfrenta a él. En ese sentido, estos dos tipos de vacuna son los más frecuentes. Pero también hay vacunas, probadas, que toman una parte del virus, una proteína, y enfrentan al sistema inmunológico con esa proteína para que luego lo reconozca. Estas son las plataformas tradicionales de las vacunas que les damos a nuestros hijos. Yo tengo tres hijos y los he vacunados con todo el plan de vacunación. De ninguna manera soy antivacuna. Creo que las vacunas son un recurso importante para la preservación de la salud colectiva. Pero en este momento hay nuevas plataformas tecnológicas, que están usando las grandes farmacéuticas para fabricar vacunas más rápido y más barato, con biotecnología: no usan el virus atenuado o inactivado, ni partes del virus, usan ácidos nucleicos, es decir, información genética, del virus: ARN o ADN. La de Pfizer, por ejemplo, usa ARN; las vectorizadas, como la de AstraZeneca, o la Sputnik, usan ADN. Tienen bastantes diferencias entre sí, podríamos explicarlo con mucho más detalle, pero lo importante a señalar es que lo que hacen es inducir a nuestras propias células, a fabricar proteínas que son del virus. Y de esa manera la célula lo expone en su membrana y hace que el sistema inmunológico lo reconozca y reaccione.

–¿Cuál es el peligro de eso?

–Hay muchos riesgos señalados por muchas publicaciones, y sobre todo mucha incertidumbre, más allá de los riesgos reportados, sobre qué le pasa a nuestro organismo cuando le estamos incorporando información genética de un virus y poniendo a trabajar a nuestras células fabricando esas proteínas. ¿En qué momento se detiene ese proceso? ¿Se detiene? La información oficial es que sí, que se detiene, que la vida media de ese ARN es corta, o que ese ADN no se integra al ADN de nuestra célula. Pero no hay certeza de eso. Y aunque sea en muy baja proporción, eso puede ocurrir. Sabemos desde la perspectiva biológica que los sistemas biológicos son complejos y que esos mecanismos no son completamente conocidos.

–Es decir que ¿se está usando una tecnología que desconoce la complejidad de nuestro organismo?

–Efectivamente. Esa es la idea. La vacuna que es diferente, con tecnología convencional es la de Sinopharm (China). En caso de vacunarme, lo haría con esa vacuna. No todas las vacunas involucran los mismos riesgos.

–¿Hay antecedentes de vacunas aplicadas con este nuevo tipo de tecnología?

–No, ni de ADN ni de ARN. Ninguna de esas dos tecnologías ha sido aplicada en vacunas; solo en experimentales. Hay una vacuna contra el ébola que fue desarrollada así, pero no fue aplicada ampliamente, ni está claramente evaluado su resultado. Y en cada caso puede ser diferente. Lo que quiero señalar es que este tipo de intervención en nuestro organismo puede comprometer a futuras generaciones. De ahí también la irresponsabilidad de aplicar masivamente una herramienta con una tecnología que puede afectar la continuidad de nuestra especie en muchos sentidos.

–¿Este nivel de riesgo es tanto para las vacunas que usan con ARN mensajero, que no entra en el núcleo de nuestras células, como en las que emplean ADN?

–La vacuna de Pfizer, por ejemplo, trabaja en el citoplasma de la célula, no en el núcleo. De todas maneras, hay muchos proceso epigenéticos que pueden estar afectados por esto. No genéticos, pero sí epigenéticos. Las vacunas que usan ADN, tanto la de AstraZeneca como la Sputnik, sí entra al núcleo. Se supone que ese ADN que tiene el adenovirus, no se va a integrar a nuestro ADN. Pero se supone, no hay certeza de que en una pequeña proporción esto no esté ocurriendo. A lo largo de la evolución, que es mi especialidad de estudio, la evolución de la vida; hay muchísimos procesos que se explican de esa manera: de integración de ADN, a través de virus, entre especies. Entonces no sería para nada descartable ese riesgo.

–¿Cuál sería una política pública sensata?

–La idea de una vacunación masiva, indiscriminada, me parece que no es lo más conveniente. En esta coyuntura hay que pensar qué vacunas son las más conveniente, cuáles no. Y, por otro lado, preguntarse a quién hay que vacunar; quizá no a todos, sino principalmente a los grupos de riesgo, por enfermedades preexistentes o por edad. Y, por otro lado, considerar la historia clínica de las personas, consultar a sus médicos de cabecera. Hay que aclarar que en las pruebas que se han hecho en fase 3 se ha excluido a muchas patologías para que la muestra sea limpia. Entonces, personas inmunodeprimidas, personas con HIV, personas embarazadas, enfermedades autoinmunes, lactantes; no han sido incluidas en las muestras, por lo cual no sabemos que efectos pueden tener las vacunas sobre estas personas. Así que esto hay que discutirlo cada uno con su médico.

–Se puede criticar o debatir las vacunas, pero se corre el riesgo de la descalificación.

–Es claro que estamos en una pandemia, que afecta a toda la humanidad, y la evolución del virus tiene que ver también con la aparición de nuevas cepas, más agresivas. Dicho esto, en una postura crítica puede haber muchas variantes y muchos matices. Creo que debemos abrir la discusión lo más amplia posible, a las diferentes posturas, para entender dónde estamos parados y hacia dónde vamos.

–¿Tiene familiares adultos-mayores? ¿Les recomienda vacunarse?

–Tengo una mamá de 88 años que estaba encerrada desde que comenzó la pandemia y estaba aterrorizada. Yo la acompañé a darse la vacuna. La llevé y en ese momento nos enteramos que era una vacuna de la India, similar a la de AstraZeneca, y ella tuvo que firmar un consentimiento informado donde decía que no era alérgica a ninguno de los componentes de la vacunas… lo cual es un disparate porque ni siquiera sabemos qué componentes tenía esa vacuna. Por el deseo de mi mamá, y que pierda el miedo, la llevé a vacunarse. Llena de contradicciones, como es esta situación, como son estos tiempos.

–¿Qué opina de la vacunación a niños?

–Me parece importante considerar cuáles son los grupos etarios en los que la relación riesgo/beneficio justifica el uso de las vacunas. Creo que en este caso, respecto a les niñes, no resulta aceptable vacunarlos masivamente cuando se ha visto que el riesgo que corren de enfermar gravemente o de morir es realmente bajísimo, ya que en la gran mayoría de los casos esta enfermedad en niñes transcurre asintomática o con síntomas muy leves. Se trataría de evaluar en cada caso particular, por grupo etario o como en el caso de las embarazadas, la relación entre riesgo y beneficio a la hora de tomar una decisión sanitaria sobre la vacunación de estos grupos.


*La primera parte de la entrevista fue realizada en la FM Comunitaria Garabato de San Marcos Sierras.

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