El corazón se estremece al observar las imágenes de afganos desesperados por la llegada de las fuerzas militares del talibán a Kabul. El aeropuerto repleto de personas desesperadas por conseguir un espacio en los aviones estadounidenses en retirada, mientras algunos desventurados se cuelgan inútilmente de sus fuselajes. A la espera de los abusos ya conocidos hace más de veinte años, mujeres y niñas intentan escapar o se recluyen en la oscuridad de sus casas, como impone la versión de la sharía fundamentalista radical que aplica el Talibán.
La vergonzante retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán ilustra una vez más la inutilidad de las intervenciones militares imperiales. Desde las guerras afgano-británicas del siglo XIX a la invasión soviética del siglo siguiente y a la más reciente aventura estadounidense, el pueblo afgano ha sido sistemáticamente objeto de imposiciones externas inexcusables. Esas intervenciones han terminado siendo derrotadas militarmente, pero han sido funcionales para gobiernos carentes de legitimidad y capacidad convocante para liderar el progreso del país.
La intervención soviética en Afganistán fue la primera fase del largo conflicto que ha vivido el país en los últimos cuarenta años. Desde fines de 1979 hasta 1989 fuerzas militares soviéticas, en apoyo a la denominada República Democrática Afgana instalada en 1978, fueron enfrentadas por grupos guerrilleros muyahidines y otras incipientes agrupaciones islámicas. En el marco de la Guerra Fría, estos recibieron ingente apoyo financiero y en armas, principalmente de Estados Unidos, pero también de países como Pakistán, Irán, Arabia Saudita, China, Israel y el Reino Unido.
La invasión soviética fue el caldo de cultivo para el surgimiento del Talibán. La salida de las tropas invasoras devino en un caótico conflicto interno entre los muyahidines. Como reacción, el Talibán, formado oficialmente en 1994 alrededor de Kandahar, liderado por el Mullah Omar, asumió una lucha armada unificadora en contra del presidente muyahidin Rabbani, en un país dividido por los señores de la guerra. Dos años después consiguió hacerse con el gobierno de Kabul.
El gobierno Talibán asume en 1996 y adquiere notoriedad internacional por practicar una versión extrema de la ley islámica. En efecto, durante su mandato se conocieron los castigos corporales en público, con decapitaciones y amputaciones por un simple robo. Se prohibió escuchar música, ver televisión o ir al fútbol. La peor parte la llevaron las mujeres, a las que se les prohibió tener educación y se las obligó a permanecer encerradas en casa. Si salían a la calle debían hacerlo acompañadas por un hombre y cubiertas completamente por una burka.
Tras el atentado de las Torres Gemelas en 2001, Estados Unidos encabezó una coalición de países occidentales para terminar con el estado Talibán. EE.UU. y sus aliados se instalaron en Afganistán, invirtiendo billones de dólares para entrenar al ejército afgano. Tuvieron además el declarado objetivo de construir en ese país una “democracia moderna”, iluso plan que no comprendía las condiciones históricas y culturales del país.
La ocupación norteamericana ha sido un completo fracaso. Los 300 mil militares afganos entrenados por los invasores fueron completamente inútiles frente a la capacidad combativa del Talibán. En su retirada, EE.UU. deja un país con más problemas de los que halló: el 73 por ciento de la población afgana vive bajo el umbral de pobreza y 6.8 millones de personas corren riesgo de padecer inseguridad alimentaria aguda.
El Informe Mundial sobre Drogas 2019, difundido por la Oficina de Naciones Unidas, reveló que para 2017, Afganistán era el mayor productor de opio del mundo. Y con las actividades ilícitas también creció la corrupción administrativa, que provocó la malversación de cuantiosos fondos que EE.UU. e instituciones internacionales destinaron supuestamente a la reconstrucción y fomento económico del país.
La intervención estadounidense, como antes la soviética, es lo que ha provocado el surgimiento y fortalecimiento de las corrientes nacionalistas de rechazo que hoy hegemoniza el Talibán. En un país atomizado tribalmente en pequeños feudos y otros grupos dispersos de poder, el enemigo externo actúa como elemento convocante, mientras el islamismo más extremista sirve de aglutinador.
Desde su nacimiento hasta nuestros días, pasando por cinco años de gobierno y veinte años de lucha contra Estados Unidos, el Talibán se vanaglorió de horrendas prácticas manifiestamente contrarias a los derechos humanos más elementales, todo en nombre del islam.
La anunciada reimposición de la sharía radical fundamentalista, convertida por el Talibán en un camino hacia el infierno, representa un regreso lamentable a una barbarie que muchos creyeron superada. Mujeres y niñas que sufrieron las aberraciones del régimen Talibán se encuentran aterrorizadas y claman por ayuda internacional y protección en favor de sus derechos humanos básicos.
Este artículo contó con la co-autoría de Luis Herrera M