El 6 de agosto de 1945 el ejército de los Estados Unidos lanzó sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica. Se calcula que murieron instantáneamente entre 70.000 y 80.000 personas, en lo que podemos considerar como el mayor acto terrorista de la historia. Otras 70.000 personas resultaron herida, muriendo gran parte entre terribles sufrimientos sin que pudieran ser auxiliadas, pues el 90% del personal sanitario también había muerto o estaba herido. Otra parte sufrió secuelas permanentes por las quemaduras y la radiación o contrajeron distintos tipos de cáncer.
Después de 76 años, nos negamos a pensar que una tragedia similar pueda volver a repetirse, pese a que los datos son tozudos. Según las últimas cifras del SIPRI sobre el arsenal nuclear mundial, hay 13.080 armas nucleares con un potencial de destrucción muy superior a la bomba de Hiroshima. Estados Unidos y Rusia tienen el 90% del arsenal mundial, les siguen China, Francia, Reino Unido, Pakistán e India con 165 cada una, Israel y Corea del Norte.
Todos estos estados nucleares tienen programas de modernización de sus arsenales, de modo que en 2020 superaron los 60.000 millones de Euros. Si preocupante es el número de armas y el despilfarro de su mantenimiento y modernización, no lo es menos el hecho de que 2.000 cabezas nucleares se mantienen en constante alerta, lo que significa que disponen de escasos minutos para tomar unas decisiones que pueden ser transcendentales para la humanidad.
Según un estudio que recoge El Salto sobre la simulación de una guerra nuclear limitada entre India y Pakistán, las consecuencias serían catastróficas para todo el planeta. En una semana de guerra en la que se detonaran 250 ojivas en sus territorios, provocarían la muerte inmediata de entre 50 y 125 millones de personas. Aun así, lo peor estaría por llegar. El humo negro bloquearía la luz solar impidiendo que llegara a la tierra, reduciendo rápidamente las temperaturas durante años hasta llegar a niveles de la última Edad del Hielo, lo que se ha denominado “invierno nuclear”. Al reducirse la luz solar se verían drásticamente mermadas las cosechas, provocando una graves crisis alimentaria de consecuencias imprevisibles para personas, animales y plantas.
ICAN: la larga lucha por la Abolición de las Armas Nucleares
En 2.007 nace ICAN (Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares). Es la promotora del Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares aprobado en la Asamblea General de Naciones Unidas en junio de 2.017 por 122 votos a favor. Ese mismo año recibe el Premio Nobel de la Paz. Pese al boicot y presiones de la OTAN y otras potencias nucleares para que no se ratificara, el tratado entró en vigor el 22 de enero de 2021 tras ser ratificado por 50 estados.
Prohíbe el uso, el desarrollo, el ensayo, la producción, la adquisición, la posesión y el almacenamiento de armas nucleares. Es también ilegal ayudar, alentar o inducir de cualquier manera a nadie a realizar cualquier actividad prohibida en el tratado.
Ciertamente, conjurar definitivamente la amenaza nuclear que se cierne sobre la humanidad sería un gran paso. El tratado es un buen punto de partida, pero sólo eso, pues ningún país con armas nucleares lo ha firmado y sólo es vinculante para los países que lo ratifiquen o se adhieran a él.
Pese a los encuentros de ICAN con parlamentarios españoles, nuestro gobierno aún no se ha adherido al tratado. ¿Piensa el gobierno que la amenaza, la extorsión, el chantaje nuclear es una forma válida de hacer política? ¿Piensa que es lícito acabar con la vida de millones de ciudadanos en nombre de cualquier valor, divinidad o patria?
Urge que desde cada país seamos los ciudadanos quienes reclamemos a nuestros gobiernos el fin de políticas militares criminales. Como dice Tica Font, “Las personas que habitamos este planeta necesitamos un compromiso claro, efectivo y vinculante hacia un desarme nuclear”.
En la actualidad, el ICAN está formado por cerca de 500 organizaciones de unos 100 países, entre ellos España. Son la base para futuras campañas de concienciación que obliguen a sus respectivos gobiernos a firmar el Tratado, por respeto a la propia población. Que otros países tengan la garantía de que tu país no va a ser una amenaza nuclear para ellos, se convierte, paradójicamente, en tu mejor defensa.
Una mención especial merecen los hibakusha (persona bombardeada), víctimas supervivientes de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Tuvieron que soportar el haber sido testigos impotentes de la destrucción de sus hogares, de la muerte de sus familiares, de sus amigos, de sus vecinos, en ocasiones, entre terribles dolores, desgarros y deformaciones. Doblemente victimas, tuvieron que soportar la discriminación laboral y afectiva como si fueran responsables de haber sobrevivido. Pronto comenzaron a organizarse para reclamar ayudas y tratamientos al gobierno.
Su experiencia vital y su lucha decidida por que no se repita otro holocausto nuclear ha sido uno de los grandes apoyos del ICAN.
De la Destrucción Mutua Asegurada (DMA) al Apoyo Mutuo Asegurado (AMA)
La lógica militar de la Destrucción Mutua Asegurada responde a una visión cruel, destructiva y vengativa de la defensa militar. En realidad no nos defiende de nada a los ciudadanos, sino que nos expone y nos utiliza como rehenes. Lo único que nos garantiza es que si nuestro enemigo (¿quién será?) intenta y consigue destruirnos, será también destruido. ¡Gracias, salvadores! ¡Que proeza, haber conseguido hacer inhabitable el planeta!
Podemos seguir cuidando con esmero nuestros geranios, mimando a nuestras mascotas, ahorrando para vacaciones, defendiendo bosques y humedales, construyendo espacios vecinales, defendiendo los servicios públicos, tejiendo redes de solidaridad… nada de esto nos lo van a facilitar ni defender los ejércitos, pero sí pueden destruirlo como en Hiroshima si no somos capaces de parar la escalada nuclear.
Que hasta ahora no haya habido ningún conflicto nuclear no es ninguna garantía para el futuro. Es más, para algunos analistas, si no ponemos remedio, es cuestión de tiempo que estalle una confrontación nuclear. Sabemos, pese al secretismo militar, que ha habido momentos críticos en los que se ha estado a punto de disparar la primera bomba. Los escasos minutos que hay para dar la respuesta agudizan la posibilidad de un error humano, una mala interpretación o un error de cálculo. Tampoco es descartable un accidente o una acción deliberada pensando que se tiene ventaja disparando el primero.
Estamos en un momento en el que el surgimiento de regímenes autoritarios, el rebrotar de los nacionalismos, la exaltación de los símbolos patrióticos, las crisis económicas y la construcción del enemigo como causa de todos los males, no ayuda a buscar buenas soluciones a los conflictos entre los estados. Desgraciadamente, ese «Todo por la Patria», en nombre de la cual se han cometido tantos crímenes contra la humanidad en los últimos siglos, está cogiendo de nuevo un auge peligroso.
Hay que tener demasiada fe para confiar el futuro de la humanidad en la salud mental de nuestros dirigentes, la racionalidad de los militares o la infalibilidad de los funcionarios.
La lógica militar de “si quiere la paz, prepara la guerra” nos ha llevado a un callejón sin salida. Es la lógica patriarcal de la violencia, la explotación, la dominación, la conquista y el sometimiento. En su versión machista se centra en la mujer. En su versión militarista se centra en los territorios, las riquezas y los pueblos.
Hemos de dar la vuelta a esta lógica infernal para hablar de solidaridad, apoyo mutuo, confianza, justicia…y apostar por la vida. Más allá de la amenaza nuclear, despilfarramos en gasto militar lo que necesitamos para hacer frente a la emergencia climática y sus consecuencias, para erradicar el hambre y las desigualdades, para restaurar los servicios públicos, para tejer redes de solidaridad y confianza entre los pueblos. En definitiva, para garantizar la seguridad humana a todos los habitantes del planeta.