La potencia del feminismo como sujeto político queda evidenciada cuando impacta en territorios que creemos lejanos y ajenos. En Kuwait, algunas de sus referentas toman a Ni Una Menos como un movimiento que llegó para provocar transformaciones en todo el mundo.
Nombrar, enunciar, escribir, encontrarnos en el abrazo de la palabra es un proceso personal, colectivo y que está transformando nuestras sociedades en América Latina y Medio Oriente. La construcción de una narrativa que erosione la legitimidad de aquellas impuestas sobre nuestros cuerpos es una labor que requiere no sólo la construcción de una conciencia feminista sino también valentía y herramientas de autoprotección. Uno de los mayores desafíos que encontramos en ambas regiones es que las feministas luchamos por poner el centro del debate al género y la sexualidad y los sectores conservadores de derecha también ponen estos temas en el centro de sus discusiones, para atacarnos. Y ello, a pesar de las diferencias culturales y lingüísticas, se manifiesta en discursos y políticas similares. Si la avanzada contra el activismo y la práctica profesional de una conciencia feminista se organiza y estructura a nivel transnacional, se hace urgente conocer, dialogar y trazar puentes con nuestras compañeras en otras regiones.
El primer obstáculo para ello, además de la barrera lingüística, es el imperativo colonial y sus estereotipos racistas. Desde muchos sectores de los feminismos latinoamericanos se suele pensar que la vida de las mujeres árabes está sobredeterminada por la religión y la cultura y que por lo tanto su situación de desigualdad es producto de una suerte de pasividad milenaria. Quizás por ello sean reticentes a creer que en aquella región hay feministas que están dando las mismas batallas que nosotras. Y una de ellas es la de ganar la palabra para contar lo que no se quiere escuchar, lo que se ha silenciado y querido embellecer; nuestras muertes.
¿Lo que no se enuncia no existe?
Uno de los puntos en común que encontramos en ambas regiones es el aumento de los femicidios y la articulación de las demandas en torno a casos testigo. En Argentina la gravedad de la violencia estructural de género se cristalizó en el movimiento Ni Una Menos tras los femicidios de Daiana García y de Chiara Páez. Seguramente muchas de las que nos acercamos aquel 3 de junio de 2015 éramos aun incapaces de dimensionar hasta qué punto se extendía la violencia en nuestras vidas. Intuíamos que había un hilo invisible que unía nuestra experiencia como mujeres, travestis, trans, lesbianas, con los femicidios: ese día muchas lo vimos por primera vez. Pudimos encontrarle un sentido, poner en palabras todo lo que habíamos vivido hasta ese momento, reconocernos en el feminismo y entender que era la única vía para la liberación.
Durante mucho tiempo el feminismo era una mala palabra, y todavía lo es en algunos lugares de Medio Oriente, aunque no por las razones que nos imaginamos. Con la excusa de liberar a las mujeres se invadieron países como Afganistán e Iraq con la consecuente destrucción y aumento sideral de la violencia de género, por lo que en la región se desconfía de la palabra feminismo por pensar que es un Caballo de Troya del imperialismo y por la actitud paternalista y racista que históricamente ha tenido el feminismo occidental con las mujeres musulmanas. Además, la derecha occidental racista está siempre ansiosa por difundir las críticas de la región y del islam que alimenten sus prejuicios y políticas discriminatorias por lo que la lucha de las feministas —se autodenominen así o no— se disputa en múltiples frentes a la vez.
Si bien Argentina se perfila como el país de la región con más avances no sólo en términos legislativos como la Ley de Equidad en medios, que contempla la incorporación de la perspectiva de género y la formación para todxs lxs trabajadorxs, ni la legislación es suficiente ni la situación en el resto de región es homogénea. En una serie de entrevistas realizadas por la Defensoría del Público en el marco del 25 aniversario de la Declaración de y Plataforma de Acción de Beijing (ONU) en septiembre pasado, periodistas y referentes del feminismo de los diferentes países de Latinoamérica expresan preocupación por la permanencia de los estereotipos de género, la violencia simbólica que se ejerce desde los medios y la necesidad del avance de políticas públicas con perspectiva de género.
En Medio Oriente la tradición antidemocrática dificulta el acceso a los medios públicos no sólo de las feministas sino de cualquier narrativa que se oponga a la oficial por lo que la única posibilidad es hacerlo desde medios independientes. En Líbano por ejemplo se pueden encontrar publicaciones feministas como Kohl, sobre género y sexualidad que reúne textos de activistas, académicxs e investigadorxs de la región y que busca desafiar los prejuicios orientalistas y promover el conocimiento independiente de acceso libre. En Egipto el muy popular Mada Masr, tiene no sólo una perspectiva de género en su línea editorial sino también numerosxs colaboradorxs y artículos de interés sobre el tema al igual que Daraj. Estos son algunos de los medios que están construyendo una contranarrativa en conjunto con los activismos feministas de la región y son los que empezaron a poner en cuestión el uso que se hace de ciertas supuestas costumbres, como el resguardo del honor, para que los crímenes contra las mujeres no sólo queden impunes, sino que además sean justificados.
Maldito sea tu honor
Así como gracias al impulso de Ni Una Menos hoy sería muy difícil encontrar en los medios locales la denominación “crimen pasional” para hablar de un femicidio, en Medio Oriente la lucha se desarrolla en torno a erradicar otra fórmula de embellecimiento de las violencias de género: los crímenes de honor.
Puede pensarse a la Intifada de las Mujeres Árabes de 2013 surgida con el impulso democratizador de la Primavera Árabe para crear lazos entre las mujeres de la región y exponer las violencias cotidianas que vivían en sus países, como un primer catalizador de los cambios que se están dando al interior de los países en la actualidad y la disputa de la narrativa en torno al honor como forma de control de la sexualidad femenina.
Pero ¿Qué son los crímenes de honor? Sarah Qadurah, refugiada palestina en Líbano lo cuenta en uno de sus videos:
El femicidio de Israa Gharaieb tuvo un impacto aglutinador y movilizante en Palestina en 2019 creando el movimiento Tala’at similar a lo que sucedió con el femicidio de Chiara Páez en Argentina. El hecho de que este movimiento tomara las calles de todas las ciudades y campamentos donde residen las palestinas, sumado a que muchas de sus referentes hayan ido ganando espacios en los medios forzó un cambio de narrativa y echó luz sobre las redes de impunidad que se tejen entre el sistema judicial, el legislativo e institucional para proteger a los femicidas poniendo el foco en la cultura patriarcal y ligándolo con otros tipos de violencias que sufren las mujeres.
Cuando nos conocimos, Sheikha alHashem, escritora e investigadora feminista con la que comparto un espacio de discusión sobre género y nacionalismo en el Golfo, me comentó cuán inspirador había sido para ella y sus compañeras el Ni Una Menos. En su país, Kuwait, el femicidio de Farah Akbar en abril pasado provocó una manifestación masiva en la capital y en las redes. A diferencia de otros países del Golfo en Kuwait “al menos podemos hablar, organizarnos y manifestarnos sobre el tema, pero en términos de patriarcado, el sistema es el mismo que el del resto de los países de la región. A pesar de que el país ha tenido avances que están presentes en la Constitución Nacional de 1962, el gran obstáculo al que nos enfrentamos es que cuando se trata de las mujeres todos los sectores, los nacionalismos, tribalismos, grupos religiosos están de acuerdo en no mejorar nuestra situación real. Tenemos más femicidios en los últimos años, pero no tenemos registros públicos. Las redes sociales nos ayudaron a amplificar y dimensionar el tema. En 2016 hicimos una campaña para abolir el artículo 153 del Código Penal que llama a los femicidios crímenes pasionales”.
Como señalaba Sarah Qadurah en el video, gran parte de la legislación en relación al status de las mujeres en la región fue tomada de los antiguos códigos franceses. El artículo 153 que menciona Sheikha es parte de ese corpus y está presente también en otros códigos de la región: art.70 en Bahrein, art. 334 en EAU, art. 252 en Omán, art. 340 en Jordania, art. 526 en Líbano, art. 548 en Siria, art. 279 en Argelia, art. 237 en Egipto, arts. 418-424 en Marruecos y art. 309 en Iraq. Ello da cuenta no sólo de cómo el proyecto colonial hizo mella en la configuración de una jerarquía de género desigual en la región, sino también de cómo el sistema neopatriarcal árabe lo mantuvo para sostener sus privilegios de género.
Según Sheikha cuando se trata de violencia de género “el problema fundamental no son las leyes o instituciones sino una cultura que no valora la vida de las mujeres y las niñas, que piensa a las mujeres como subordinadas y las silencia, les enseña a no usar su voz”. Esta tutela, reglamentada o no, parecería regir en todos lados donde la supervivencia de una mujer depende del deseo de los hombres de su entorno.
Hablamos en lenguas
El patriarcado y la misoginia no son patrimonio de una u otra cultura, forman parte de un sistema de opresión que opera y es resistido a nivel transnacional. La potencia de la conformación del feminismo como sujeto político, cuya lucha por el sentido es también una lucha por el poder, queda evidenciado cuando ciertas estrategias impactan en territorios que creemos lejanos y ajenos.
Ni Una Menos despertó el interés de Sheikha “por su inclusión de muchos sectores: mujeres trans, travestis, lesbianas, el enfoque interseccional. Creo que podemos aprender más de Ni Una Menos que del movimiento Me Too porque el Me Too es muy elitista. Y creo sobre todo que podemos aprender del progreso que hizo Ni Una Menos a lo largo de los años. Sé que la situación todavía es difícil por la cantidad alta de femicidios que hay en Argentina, pero sería fascinante poder aprender más de ellas y buscar formas de colaborar”. Es por ahí, sin dudas, es el camino que tenemos que construir. Escribir sobre nuestras vidas es escribir también sobre nuestras muertas: ganar la palabra es desafiar a la muerte. Ya lo decía la escritora chicana Gloria Anzaldúa en su carta a escritoras tercermundistas en 1980 “Escribir es peligroso porque tenemos miedo de lo que la escritura revela: los temores, los corajes, la fuerza de una mujer bajo una opresión triple o cuádruple. Pero en ese mero acto se encuentra nuestra sobrevivencia porque una mujer que escribe tiene poder. Y a una mujer de poder se le teme”.
Por Carolina Bracco para LATFEM, periodismo feminista