Esta columna semanal se propone analizar los acontecimientos políticos respecto de los que quiero opinar o destacar su relevancia. No acostumbro en este espacio abordar otros temas entre las múltiples materias que son de mi interés, aunque en mi trayectoria profesional he oficiado a veces de crítico de libros, observador internacional, además de cultivar la crónica, el género periodístico que más me apasiona en el objetivo de dejar registro de lo que veo, escucho y siento.
Por un deber de conciencia dedico el comentario de esta semana al enorme impacto que me ocasionó la lectura del libro del analista de inteligencia Lenin Guardia, MI VERDAD, donde relata lo que fueron sus largos años de cárcel condenado por uno de esos jueces que en su lenidad no trepidan en dictar sentencia según los mandatan personas que pueden ser útiles en su carrera judicial. En un país en que los altos integrantes del poder judicial son nominados por los otros dos poderes del Estado.
Es el caso de Jorge Zepeda, cuyas resoluciones judiciales le ocasionaron a Lenin Guardia enfrentar largos años de presidio cuando las acusaciones que se le hicieron fueron parte de una conspiración política que habla de los más turbios años de la posdictadura. Esto es, durante el tiempo de “La Oficina” y otros numerosos despropósitos del Gobierno, en el ánimo de aparentar ante el país que las autoridades trabajaban por resolver, entre otros, el homicidio político del senador Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards, hijo del director de El Mercurio. Temas en que se involucró profesionalmente el autor de este libro en el afán de descubrir a los victimarios como experto en Inteligencia que le prestaba servicios a Investigaciones de Chile, el Ministerio del Interior, políticos como Joaquín Lavín y distintos empresarios nacionales con los cuales se vinculó.
En el texto que comento queda absolutamente claro que Guardia cayó preso después de una falsa declaración de Humberto López Candia, un oscuro sujeto que más tarde se desdijera por escrito respecto de las acusaciones que hizo contra Guardia y afirmara que estas fueron inducidas por personeros del Gobierno de la Concertación, pero que el ministro instructor del caso se negara a considerar. Para proceder, por supuesto, a excarcelar a un imputado falsamente como autor de la fabricación de dos fallidos artefactos explosivos remitidos a la Embajada de los Estados Unidos y a la casa de un conocido abogado bien conocido por su vinculación con la familia del extinto fundador de la UDI.
El aberrante juicio al que se sometió al autor del presente libro, así como los desgarradores padecimientos que debió soportar en más de siete años de prisión e incomunicaciones, quedan prístinamente relatados en este relato. Tanto que este mismo libro y la curiosa “desaparición” en el Archivo Judicial de los cuadernos reservados del caso, fundan ahora la demanda del afectado contra el Estado de Chile, como una forma de hacer tardía justicia y alcanzar una justa reparación. Un aberrante expediente que ojalá pueda desentrañar una calumniosa trama y sancionar finalmente a un juez, tildado como “el Inquisidor” por el autor del libro referido.
Conocí a Lenin Guardia al retornar este a Chile después de largos años de exilio. Me lo presentó el propio Pepe Carrasco, nuestro amigo y colega mártir que hasta su muerte siempre nos testimonió que Lenin había colaborado mucho en la lucha contra la dictadura de Pinochet. Personalmente me toco apoyarme en él para proteger y sacar del país a un combatiente que era intensamente buscado por los servicios secretos del Régimen. Así como también cumplió con una excelente colaboración en no pocos artículos de nuestra Revista sobre las graves violaciones cometidas en contra de los DDHH. Además de que siempre le agradeceré por la protección que nos brindara ante los acosos que mi familia y yo sufrimos cuando fui director de Análisis.
Reconozco que casi todo lo que sé en materia de Inteligencia la debo a los libros y películas que profusamente de publican y exhiben sobre agentes, espías, operaciones limpias y sucias y otras prácticas en que los estados justifican su misión de proteger a sus naciones. Con sinceridad me repugna mucho lo que todavía se aprecia en el mundo y en Chile al respecto, por lo mismo que nunca nos agradó que nuestro amigo Lenin se involucrara tanto con siniestros personajes que desde La Moneda se dedicaban a financiar operaciones de infiltración en los movimientos políticos y sociales. En el supuesto de que ahora los terroristas eran los que habían combatido a la Dictadura.
Personalmente fui testigo de cómo colaboradores del gobierno de Patricio Aylwin reclutó como informantes a amigos míos que conocí en los diversos presidios en que estuve, como también la forma en que fueron olvidados y expuestos una vez cumplidas sus deleznables acciones de “soplonaje”. Viví muy de cerca lo acontecido con Mario Antonioletti, un militante del Mapu Lautaro que se entregó a las autoridades para que estas le practicaran todo un montaje para asesinarlo y ganar credibilidad ante el país en su cometido de perseguir a los violentistas. Sin duda valiéndose de un acto de delación deleznable ejecutado por un asesor de comunicaciones del Gobierno.
De todo lo leído en MI VERDAD, los relatos que he escuchado y tantas otras experiencias, no tengo la menor duda de que Lenin Guardia fue víctima de resoluciones judiciales instadas por las autoridades y por las que un Juez de la República sigue recibiendo retribuciones en su escalamiento hasta la Corte Suprema.
Es cosa de comprobar estos días cómo se consagra la impunidad de varios parlamentarios acusados de recibir financiamiento ilegal de parte de la empresa Soquimich adquirida irregularmente por el yerno y agente de Pinochet, Julio Ponce Lerou. Observar cómo altos funcionarios públicos, fiscales y magistrados cierran los casos que afectan a la clase política y, con ello, van demoliendo la esperanza democrática del pueblo chileno y del tan proclamado Estado de Derecho. Los mismos que encarcelan y torturan a los jóvenes que salen a protestar e instan a las policías a matarlos o arrancarles los ojos, alimentando el rencor ciudadano, la violencia y la delincuencia organizada. Porque en el objetivo de aferrarse al poder les parece lícito corromper a los uniformados, rendir falso testimonio y comprar a los jueces.
Lo único que lamento del libro de Lenin Guardiaes que no haya develado toda la verdad de su caso y todavía mantenga algunos silencios sobre este. En un candor impropio de un analista de inteligencia omite algunos nombres que él y yo sabemos debería sumar a la nómina de cobardes, traidores y corruptos que conspiraron en su contra y que escribieron las peores páginas de la traicionada transición democrática. Aunque espero que pueda incluirlos en una nueva edición.
En su libro, Guardia hace referencia varias veces al silencio cómplice de los medios de comunicación y de algunos periodistas al servicio pagado del Ejecutivo y que probablemente deben haber figurado en la nómina que mantenía y financiaba el ministerio Secretaría General de Gobierno que en una ocasión me tocó revisar. Un ministerio que estuvo especialmente encargado de acallar una a una a las revistas democráticas, a cambio de “seducir” (como se reconoció entonces) a los medios dilectos de la Dictadura y que hasta hoy gozan de segura y lucrativa existencia. Operaciones que seguramente conoce también este analista de inteligencia.