Entrevista a Urraka Negra MC: el testimonio de una mujer mapuche que carga en su cuerpo la historia de dos genocidios y la memoria de decenas de pichi zomo (niñas) apropiadas y desaparecidas.
Kiñe | Uno
“¡Que linda la rubiecita!”
Urraka tuvo que criarse en la ciudad, transitar su formación institucional dentro de una iglesia salesiana y soportar durante los años como estudiante de diseño gráfico (incluso como profesional), la denigración y el bastardeo por ser mujer e indígena o “india”, una palabra que aún hoy sigue escuchando.
Urraka se encontró con la violencia racista a muy pocas cuadras del lugar donde se crió, en el barrio de Villa Crespo, en Capital Federal, Argentina. Un hombre mayor le dijo, mientras pasaba cerca de ella y en tono burlesco. “‘¡Que linda la rubiecita!’. Y mientras me lo decía, se reía y me hacía muecas como si yo fuera una cosa, una mascota”. Su respuesta fue inmediata, intentando en esa situación “incómoda”, esquivar el humor cínico que habita la argentinidad. “¡Yo no soy rubiecita!”, respondió convencida y contundente. “El hombre se quedó serio. No me respondió nada más y se fue”. Está fue la primera advertencia de lo que vendría y seguiría pasando en la vida de Urraka. “Desde chica fui muy conciente de mi identidad, justamente porque el mismo entorno me hacía recordarlo, con su discriminación, con sus exclusiones. Yo construí mi identidad y fortaleza a partir de la violencia, pero también empecé a encontrar certezas de lo que es ser mapuche y lo que es ser mapuche dentro de la warria”. Urraka de muy chica se refugió en el dibujo y la poesía, el diseño gráfico y el rap. “Cuando estoy en el beat las palabras brotan como el leufu (río)”, me cuenta adelantándome parte de la conversación que tendremos.
Mientras caminábamos por la costanera para concretar la entrevista en alguna parte apartada del río, un frío invernal nos camina por la cara. En la calle, el sonido del viento se confunde con el sonido lejano del tránsito. El viaje en colectivo desde Villa Crespo hasta la costanera es relativamente corto, pero vale la pena llegar a este espacio, el único en la fvta warria (gran ciudad). “El río es lawen, te cura. Si no, la ciudad te enferma, primero espiritualmente, luego físicamente”, me advierte Urraka mientras bajamos del colectivo.
El lugar donde nos ubicamos está reparado del viento y de los sonidos, aunque es inevitable ver la basura y el color oscuro del agua. “Cuando la marea sube, el río deposita en la tierra toda la basura que arrastra. Devuelve lo que las personas tiraron, como corresponde”. ¡La sabiduría del agua! Urraka se sienta en la raíz de un árbol y repasamos los temas que vamos a mencionar antes de comenzar a grabar. Acordamos que para llegar a relatar y visibilizar su última producción musical “Paredes blancas”, debemos contextualizar el sendero que ha transitado y que la ha ubicado en este momento, en esta construcción metafórica, transcendental y documental de su vida.
Epu | Dos
“A mi me pasó lo mismo que a mis ancestras”
Urraka me cuenta que su formación fue católica. “Me formé con las monjas. Y ahí dentro pude entender que a mi me estaba pasando lo mismo que ya le había pasado a mis ancestras”. Todas las niñas que fueron apropiadas por la iglesia católica, entregadas para servidumbre en las casas aristocráticas de Buenos Aires y cambiados sus apellidos por el Estado Nacional Argentino, aún hoy se desconoce donde concluyeron sus historias y quiénes son sus familiares que pululan por las ciudades de todo el país. Es un camino a investigar y reencontrar. “Me odiaban por ser quién era. Me demostraban continuamente que yo era inferior”, me define Urraka, marcando con tinta una hoja de su historia.
Ese sentimiento y esas miradas volvieron a aparecer en otro momento importante en la vida de Urraka. Urraka me cuenta que es una nieta apropiada durante la última dictadura cívico militar. Se crió con una familia sustituta. “Lo único que sé es que nací en la provincia de Neuquén y que el nombre (impuesto) de mi madre es Isabel López”. El día que fue a sacarse sangre para iniciar y profundizar esa búsqueda lo hizo en soledad y los únicos rostros que tuvo cerca fueron dos militares que la recibieron y la contemplaron todo el tiempo con el mismo odio con que la miraban las monjas cuando era niña. Un odio aparentemente infundado e inexplicable. Un odio étnico y racial que aún perdura, que aún persiste en el tiempo.
“No hubo un hecho en particular en sí. Era un trato cotidiano. Miradas de desprecio y poner en crítica todo mi accionar. Cualquier cosa que hiciera siempre merecía una crítica a pesar de que me destacaba en muchas actividades dentro del colegio. Nunca era reconocida, me silenciaban. O tal vez se destacaba el accionar de otra compañera que tenía una identidad hegemónica, que era rubia o que simplemente era blanca. Ya el hecho de mi color de piel era tomado como un símbolo para violentar y para estar bajo la crítica constantemente. Cualquier cosa que hiciera no iba a ser aceptada. Más allá de que fuera la mejor alumna, que estudiara, que me comportara como una ‘señorita’, no importaba, porque mi presencia estaba limitada y en sus ojos, en su compartimiento, en su exclusión, en el lugar que ocupaba en la fila, en los juegos, siempre era denigrada y silenciada en mis acciones. En mi vida he recibido mucho ese trato en donde mis acciones son silenciadas por el racismo.”
Mientras que en el Puel Mapu (Argentina) las comunidades se preparan para vivenciar y acompañar la restitución del toki Juan Calfucurá y en Ngulu Mapu (Chile) la wenu foye flamea sobre los monumentos de militares genocidas durante la presente revuelta civil, con Urraka comprendemos que no es casual nuestro encuentro en la warria, ni que ella haya tenido una visión dentro del rectorado de la Universidad de la Plata, una guía precisa para los pasos que continúa, como una huella a seguir entre tanto silencio y desprecio.
Kvla | Tres
Las visiones, un insumo básico de conocimiento en la cosmovisión mapuche
Fue justamente en la rectoría de la Universidad de la Plata, que Urraka, luego de tocar la trutruca desde un palco, vio los pies encadenados de un grupo de mujeres mapuche adultas caminando por las escaleras del edificio. La imagen fue clara y contundente. Y si bien para el mundo occidental estas visiones son dignas de represión y sanciones, para la cosmovisión mapuche representan insumos básicos de conocimiento y formación, guías que nos permiten estar en contacto con el pasado de nuestra gente antigua y los elementos de la naturaleza que nos habitan. Urraka no lo dudó. Sin mayores resistencias, esa visión la convirtió en relato y sonido. “Paredes Blancas”, suena en mapudungun y español, entre pifilkas y trutrucas. Y al pronunciarse, advierte sobre el sendero que ha tenido que transitar una mujer que carga en su cuerpo con dos genocidios y la memoria de decenas de niñas y mujeres apropiadas y desaparecidas. El vértigo de la vida de Urraka se percibe en cada párrafo de su historia. Trazos perpendiculares que se unen en puntos específicos.
Urraka de niña sólo sabía pronunciar dos palabras en mapudungun que se las enseñó su abuela adoptiva, la misma persona que le confesó su verdadera identidad sureña. Urraka sólo sabía pronunciar las palabras ruka y chape, en referencia a su casa y las trenzas que le hacían de niña. Y sabía también que pase lo que pase y fuera a donde fuera, su color de piel era la marca certera para seguir recibiendo el mismo “trato cordial”.
“En la carrera me hicieron leer a Hitler. Unos textos que escribió cuando estuvo en la cárcel y que representan la raíz, el folil (raíz) del marketing”. Urraka me cuenta que justamente esta materia (marketing) no la pudo cursar, la tuvo que rendir libre. “Es un ambiente muy machista y racista el del diseño gráfico. Siempre mi opinión ha sido menos valorada e inferior a la de los diseñadores blancos y legitimados. Siempre tenemos que hacer un doble trabajo para que nuestra labor sea valorada. Y aún así no es respetado”.
Fue en el 2015 que Urraka se abrazó al rap y no lo soltó nunca más. Encontró ahí dos cauces que venían haciendo eco en su püllü (espíritu) hacía mucho tiempo: el poder de la palabra y el reconocimiento de la identidad.
“El rap viene a romper con la hegemonía comunicacional. Sus raíces vienen de los hermanos y las hermanas negras que reivindicaban su identidad y también denunciaban la violencia racista que estaban viviendo (fundamentalmente en Estados Unidos). El rap es una herramienta poderosa que vincula el poder de la palabra con el reconocimiento de la identidad”.
Ese vínculo lo ha mantenido toda la vida, quizás de forma intuitiva, pero fue en estos últimos años que Urraka pudo desprenderse de las imposiciones culturales y emprender un lento camino hacia la tierra de sus ancestros y ancestras.
“La warria significa soledad, la warria significa destrucción de los vínculos de la comunidad, la warria es la orfandad. Entonces es muy difícil encontrarse con otro lanmgen (hermano / hermana) acá. Estamos como perdidos dentro de la ciudad. Más allá de que querramos reconstruir nuestra identidad, no poseemos las herramientas. La ciudad contamina los egos, los vínculos que se vuelven bastante winkas. No hay un espacio donde ir y decir ‘a mí me está pasando esto’, ‘estoy hablando y me conecto con los animales, con el leufu’. Hablar de eso con las personas del entorno significa quizás que te puedan tratar de loca o te digan que necesitas alguna medicación. Por eso el proceso de reconstrucción de la identidad en la ciudad es muy difícil, muy solitario. ¡Es muy doloroso! Pero hay procesos que rompen con lo individual. Ahora hay un proceso colectivo de nuestro pueblo de despertar, por eso nos vamos encontrando”.
Meli | Cuatro
Como un cardumen de peces nadando en aguas contaminadas
Justo en el momento en el que terminamos nuestro nvtram y de reflexionar sobre “Paredes blancas” y la existencia de visiones en el mundo mapuche, nos detuvimos con Urraka sobre la orilla del brazo de río donde nos refugiamos y casi sin querer nos quedamos en silencio contemplando como pasaba frente a nosotros un cardumen de peces de múltiples colores. “Es la primera vez, en todos los años que llevo viviendo en esta ciudad, que veo algo así en este río”, me confesó sorprendida Urruka. Sin duda, ese cardumen es y representa una buena señal para nuestro kusaw (trabajo), una guía, que nos coloca en evidencia, demostrándonos que nosotros también somos como esos peces, que resisten moviéndose en grupo dentro de las aguas contaminadas del río, vulnerando uno de los elementos naturales más importantes de la vida, del que la sociedad occidental hace muchos años ha decidido que puede prescindir de forma drástica y criminal, exclusivamente para montar un despliegue deshumanizado sobre las nociones de progreso y desarrollo. Es por esto también que entendemos que tenemos un doble trabajo por realizar como warriache (mapuche de ciudad): por un lado, visibilizar el historial de violencia sobre nuestra gente, desde la Campaña Expedicionaria al Desierto hasta la actualidad y por otro lado, defender al ngen territorial, ordenador de nuestros actos y espiritualidad. La responsabilidad es de tiempo completo, austera y sabemos que nos va a llevar toda la vida. Sin embargo reconocemos que son cada vez más las personas que son receptivas a nuestras palabras, que se animan a mirarse al espejo, a contemplar su pasado familiar con curiosidad y orgullo. ¿Puede haber un acto más emancipatorio que recuperar nuestra lengua materna, en la ciudad, en un país racista, conviviendo continuamente con elementos naturales contaminados? ¿Cuántas personas con el rostro de Urraka caminan por las ciudades de la Argentina sin poder emprender el camino de la emancipación, la reparación y la restitución de su identidad preexistente?
El rostro de Urraka encontré en el sur infinidad de veces, lo he encontrado en los trenes que viajan de provincia a la capital, lo he visto en muchas porteras de escuela, en las mujeres que hacen la limpieza en distintas casas del país. Y fundamentalmente me he encontrado con el rostro de Urraka en la cárcel y en los barrios periféricos, “en la pobla”, como lo define Urraka. ¿Y si un día todas estas mujeres con el rostro color tierra pudieran recuperar –como Urraka– su identidad milenaria y los saberes ancestrales que las habitan?
Mientras aprecio en mi casa los distintos retratos que le realicé a Urraka y pienso lo importante que es que miles de mujeres reconozcan y visibilicen sus historias, voy concretando los primeros contactos para que ella pueda viajar a Neuquén, la provincia donde nací y me crié. En este contexto, le confieso a Urraka mientras volvemos en colectivo, que toda mi familia materna de Neuquén es López y que en la antigüedad había en la ciudad una villa llamada “La Villa de los López”.
Como un cardumen de peces en el agua nos movemos lento, aunque sincronizados, guiados por un pasado que vuelve a nosotros, en cada tiempo, para ordenarnos y advertirnos. Como afirmó visionario el toki Calfucurá “en los hijos de mis hijos me levantaré”, dibujando en sus palabras el círculo de la vida, que nos mueve y nos conmueve, esclareciendo que ante cada nueva forma de violencia, extendemos, como nuestra gente antigua, diversas estrategias de resistencia, discursivas y emancipatorias.
“Amotungen kvtran winka, tiene que ver con el miedo y la violencia. Desde que el winka pisó nuestro territorio, lo que utilizó como herramienta de dominio fue el miedo. Y el miedo es esto, es la destrucción de la espiritualidad, el miedo corrompe, el miedo enferma. Eso es lo que dice esa frase. El miedo como el origen de la enfermedad. Y el winka vino a traer eso. Vino a nuestro territorio, WallMapu y construyó su poder a través del miedo. Miedo si éramos mapuche nos mataban, si hablabamos en mapudungun nos mataban o nos torturaban, si desarrollábamos nuestra espiritualidad nos cazaban como brujas. Y ese miedo es el que intenta destruir nuestro espíritu, pero entendemos muy bien las herramientas de manipulación y lo que es el miedo. Justamente Amotungen kvtran winka viene a ser ese lawen para que la enfermedad del winka se vaya, que acá no tiene nada que hacer”.
Tema musical «Paredes blancas»