Cada día más gente comprende la importancia de instaurar una renta básica universal. Cada día se discute, se organiza, se difunde más la idea, se presenta como parte de la agenda política, se piensa como financiarla. ¿Y qué podemos decir de su implementación política?
Por Juan Manuel Iribarren
Si quisiéramos designar el principal obstáculo de la Renta Básica Universal no deberíamos pensar en los sectores acomodados que protestan por los altos impuestos, atizados por la militancia libertaria; ni tampoco considerar parte del sindicalismo en primera línea de resistencia, con su anacrónica dignidad del trabajo y sus intereses sectoriales no clasistas, ni mucho menos los ricos que resisten vanamente la reforma fiscal progresiva que requieren nuestros países. No, el principal obstáculo de la renta básica es la realpolitik, el pragmatismo al que se han visto forzados los partidos progresistas con suficiente caudal electoral y apertura de pensamiento como para llegar al poder e implementarla. ¿Y qué es hoy la realpolitik?
La consideración de que las políticas sensibles deben implantarse en forma progresiva, modesta y aggiornada al cálculo electoral y a la medición de fuerzas del enemigo, buscando un punto de equilibrio para la gobernabilidad. ¿Y del otro lado, qué habría?
La Gran Guerra, el armamentismo desenfrenado, la locura ideológica desbordada. ¿Y no hay término intermedio? Un término intermedio nos puede llevar a la confrontación constante, pues frente a un gobierno sin desenfreno ideológico ni capitulación diplomática, en un contexto donde los argumentos casi no definen la actividad política, la oposición no hace otra cosa que desorientarse, proyectar fantasmas y promover un sentido común falto de toda racionalidad. Un término intermedio, lejos de ser un espacio de moderación para el diálogo y la consideración racional, finalmente se vuelve un espacio de fingida tolerancia para sobreactuadas tensiones que no se resuelven.
Reformulemos con otra perspectiva. ¿Se puede implementar la Renta Básica en forma progresiva? Decir renta básica para 5 millones de personas en un país de 40 millones. Bien, 5 millones de personas cobran una renta básica, mejora sustancialmente su vida y el gobierno la entiende como política de demanda para incentivar el consumo y la pequeña industria, advierte que se trata de algo progresivo y lo difunde; pero por cada movimiento de redistribución de la riqueza, se mueven fuerzas tectónicas que operan para generar redistribución regresiva en la próxima partida. Digamos que los pobres incorporados a la clase media quizás no sean las mismas personas que serán incorporadas a la pobreza por las fuerzas reaccionarias, pero los números se mantienen. Piketty observó que la redistribución estable de la riqueza solo fue producida por los impactos generados por las grandes guerras mundiales, lo que implica dos datos relevantes. El primero es que no hubo redistribución estable de la riqueza sin parcial destrucción de la riqueza privada. El segundo es que esta no se dio en términos estrictamente económicos o políticos.
Podríamos incurrir en una falacia estadística ya que Piketty no basa su estudio en todos los países del mundo, pero sí en una muestra significativa de países desarrollados. ¿Y entonces no es la creación de riqueza la que generó la redistribución estable, sino la destrucción de la riqueza de los poderosos? ¿Qué nos dice esto acerca de una creación de riqueza ligada a la desigualdad, aunque la calidad de vida suba en comparación con otros siglos? Se ha citado a Piketty para diversos temas, pero se ha evitado indagar en la observación que esconde su libro sobre la dramática naturaleza de la redistribución estable de la riqueza.
Y a pesar de que Piketty no hace referencia a las razones políticas de semejante inercia, su estudio no provoca optimismo sobre la redistribución en términos políticos; como si se necesitara un estado de excepción, una catástrofe o una guerra mundial, para que pueda producirse la “compresión de la desigualdad”, por pérdida de riqueza o por significativos impuestos al patrimonio. Pues a pesar de que no pierde oportunidad de afirmar la importancia de la política y las instituciones, su estudio sugiere que estas sólo se vuelven eficaces en un estado de emergencia social. Lo que se deduce finalmente es que entre la redistribución estable y la actividad política podría haber un cortocircuito. Podríamos agregar: cortocircuito en el que operan aquellas ideologías de la libertad, en nombre del largo plazo de la eficiencia del mercado autorregulado. ¿O en el corto plazo de grandes grupos económicos, golpes de mercado y profecías autocumplidas?
¿Adónde voy? A que un problema de la implementación progresiva es que hay fuerzas que no permiten la progresividad, que maniobran a tiempo para cambiar de rumbo, aunque ni siquiera podamos comprenderlo o advertirlo. Piketty no analiza la dinámica entre el progresismo y la reacción a la que estamos acostumbrados, pero marca una dirección inequívoca hacia una mayor desigualdad si no se afecta la renta del capital.
Y si la acumulación de renta y el incremento de la desigualdad fue inconmovible hasta la catástrofe, entonces podemos pensar que las reformas neoliberales siguen incrementando la desigualdad, no tanto por la falta de políticas progresistas en nuestros países, como por la falta de destrucción de renta. Y así la marcha atrás por déficit o golpes de mercado, el incentivo al crecimiento de la economía con políticas de oferta después de años de políticas de demanda, la relación entre el Welfare State del laborismo de posguerra y la sonrisa posthatcherista de Blair preocupado por los focus groups, o entre los distintos proyectos de justicia social y la reacción visceral de los privilegiados, no pueden detenerse en buena parte de Occidente.
No sería válido deducir que la redistribución estable de la riqueza está condicionada a la eventualidad de una catástrofe que reduzca drásticamente la renta de los deciles y percentiles superiores, pero es el dato relevante que arroja el informe más exhaustivo que se ha hecho sobre distribución del capital: hasta ahora parece haber sido así.
Tratar de comenzar a pensar y actualizar los entresijos de semejante inercia implicaría un larguísimo informe sobre la telaraña de fundaciones y think-tanks de grandes corporaciones que mueven los hilos de la militancia operativa para la reacción desde hace mucho tiempo. Lo que se mueve rápido no son las ideas, sino el dinero y los espacios de exposición. Ya David Harvey advertía lo que había sucedido en los 70 en la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, con una carta llamando a la reestructuración de la conciencia de clase dominante con el objetivo de potenciar y difundir ideas afines al mundo de los negocios; lo que generó la toma de cada vez mayores espacios para las ideas neoliberales. La plantilla de actividad política encubierta en el plano de las ideas implicaba el asalto a las instituciones más importantes, por medio de think-tanks en prestigiosas instituciones académicas y sociales, lo que definió un sentido común individualista y liberal fuera de la influencia de cualquier gobierno. Muchos gobiernos progresistas del siglo XXI subestimaron la creación sostenida de subjetividad liberal, creyeron que los buenos indicadores eran más importantes, y fracasaron en las urnas.
Hoy sería ingenuo creer que las ideas o la evidencia empírica puedan ganar un partido, lo cierto es que pueden ganar una jugada, pero el capital reactiva sus privilegios y reestablece el equilibrio con su enorme capacidad para imponer la repetición de consignas fracasadas y operativas para la reacción. Como prueba de esto tenemos la ascendencia del pensamiento libertario, que evoca pensadores de hace un siglo con ideas ya probadas y fracasadas, y que se postula como modelo de modernidad política en la juventud con bastante éxito, mientras que grandes economistas de nuestro tiempo son ignorados por los mass-media y las redes sociales. Parece estar muriendo el tiempo en que las ideas ganaban batallas. Quien tiene mayor capacidad de descalificar al oponente es el que más rápido gana en este siglo de cancha embarrada.
Y en este contexto la realpolitik hace lo que puede, pero cuanto más cede lejos de sus ideales, más crece la fuerza y el chantaje del capital. Y mientras el precariado se presenta como la clase histórica nacida de las ruinas de las reformas neoliberales, mientras la automatización del trabajo amenaza con echar al basurero de la historia la clase obrera, ya relegado desde los 80 su potencial de emancipación, surge una idea con fuerza en un mundo de actividades frenéticas sin ideas: Renta Básica Universal, condición para comenzar a hablar de libertad, sin hipocresías ni traumatismos.
¿Qué hacer en este siglo?
¿Qué hace la realpolitik? Lo primero que hace en forma inmediata es volverla progresiva, ubicarla dentro de la macroeconomia con la finalidad de potenciar un sector con poca capacidad de demanda. Ya canalizada como política de demanda termina en el trasto de los subsidios, de la estigmatización del pobre como inútil al que el Estado debe ayudar, lo llama ingreso básico universal y la convierte en la mira de los sectores reaccionarios. ¿Qué se perdió en el camino?
En primer lugar, su capacidad de denuncia en el mismo nombre, porque al hablar de renta estamos diciendo que la renta es parte de la economía y que hay sectores que no tienen renta, que esos sectores carecen de ciudadanía económica, porque la ciudadanía económica solo se puede garantizar con renta. El tiempo en el que el trabajo pudo garantizarla terminó con las reformas neoliberales. Hablar de Renta Básica es poner entre paréntesis “trabajo”, es decir a todos que vivimos en un mundo donde el trabajo no garantiza la supervivencia. La condición suficiente son los recursos extralaborales: renta, estudios y capacitación, propiedad privada, información privilegiada, apoyo familiar o estatal.
En segundo lugar, su capacidad de emancipación, porque también exigimos incondicionalidad, ya que es fundamento último de la renta del capital y de la tierra. De volverla condicional, aunque no exigiera una contraprestación, no podríamos llamarla renta; pues una renta es un dinero que se recibe a cambio de ningún esfuerzo. Y el potencial emancipatorio del mismo, no sólo consiste en la sensación de libertad o distensión individual, sino también en el proceso de pacificación de la sociedad y de las tensiones sociales, en la creación de una cultura incondicionada que permita la proyección de ideales futuros, por un proceso similar a la distensión social en los primeros estados de bienestar; en aquel tiempo por la socialización del acceso al consumo masivo y a las prestaciones sociales, en nuestros días por la socialización de la sensación de libertad postulada por indiferentes sistemas que ponen en estado de necesidad extrema a millones de personas. La emancipación de la humanidad llegará con la socialización de “no estar obligado a trabajar y poder decidir qué hacer con la propia vida”, no con la propaganda de la libertad individual teórica.
Aclaremos que estos son tiempos donde las clases privilegiadas postulan un voluntarismo mágico y plantean esa condición como una cuestión de atrevimiento personal, acusando de desmérito, falta de esfuerzo y negatividad a quien no puede estar al alcance de la lámpara de Aladino. Aclaremos que también son tiempos donde a ese impresionismo medio cuentero se le responde racionalmente: La condición necesaria para “ser lo que quieras ser” es no tener que preocuparte por la supervivencia económica.
Y en tercer lugar, entonces, su capacidad de provocar una redistribución estable de la riqueza sin necesidad de una catástrofe. Por razones históricas y políticas fundamentadas en los procesos históricos de los movimientos progresistas, la posibilidad de implementar una política progresiva corre el riesgo de movilizar la reacción antes de llegar al objetivo, por lo que una implementación progresiva no garantiza una redistribución progresiva. Las políticas progresivas, al menos en lo que respecta al panorama iberoamericano, abren sin querer el juego a las fundaciones y a los think-tanks listos para embarrar la cancha con títeres vociferantes.
¿No sería legítimo pensar que, de poder implementarse la RBU en forma total en algún país, las consecuencias sociales y económicas serían tan poderosas, que se podría generar una nueva hegemonía ideológica y nuevas subjetividades impermeables a la influencia de aquellos sectores minoritarios con poder de distracción y fuego? ¿No sería legítimo pensar que cuando muchos empresarios experimenten el nuevo nivel de consumidores, sería difícil que quieran dar marcha atrás, pues no sólo se potenciaría la demanda agregada, sino también la paz social y la estabilidad para proyectarse a futuro en mercados predecibles?
Son justamente los sectores históricamente más reaccionarios a la redistribución de la riqueza los que podrían sorprender con una relación directa entre rapidez de implementación y creencia positiva, pues con una implementación lenta estos sectores se resistirían de forma tenaz, ya que con rentas parciales tenemos la seguridad de que no verían ningún resultado favorable.
Por eso el principal enemigo de la RBU es la realpolitik y hay que evitarla. Hay que buscar otra partera.
Bibliografía
Thomas Piketty. El Capital en el Siglo XXI. Capítulo VIII. Los dos mundos
David Harvey. Breve historia del neoliberalismo. Capítulo II. La construcción del consentimiento
Juan Manuel Iribarren cursa estudios de Economía en la Universidad de Buenos Aires y es miembro de la Red Humanista por la Renta Básica Universal