Latinoamérica está infestada de grandes progresistas de redes sociales. Algunos con el cuero más duro dicen que son revolucionarios. Como en otros tiempos, que el papel aguantaba con todo, ahora son las redes sociales. Son el catalizador por excelencia de nuestra mediocridad humana. Dicen que cualquiera hoy en día tiene redes sociales, pero no, no cualquiera, las tienen quienes pueden tener acceso a una computadora, a un teléfono inteligente o a una tableta, quien tiene la economía para pagar internet en su casa, el pueblo, pueblo, no tiene acceso siquiera a una tortilla con sal mucho menos a un volado de esos.
Las redes sociales son de la clase media y de la burguesía. De quienes han tenido acceso a la educación formal, de quienes se supone que por haber tenido semejante oportunidad en la vida su nivel de raciocino es mayor que el de alguien que carece de cierto tipo de conocimiento. Y que su deber debería ser el de ayudar a aclarar los nubarrones formados por las grandes corporaciones de la desinformación y manipulación mediática, pero no, al contrario, este tipo de infames se unen a las masas que solapan la violencia de gobiernos corruptos, neoliberales y a las dictaduras. Al sistema misógino, racista, clasista y patriarcal: porque así son ellos y se sienten representados.
Este tipo de personas que podrían utilizar las redes sociales como una plataforma para luchar contra la desinformación, además de publicar sus vejámenes del día a día: fotografías de sus habitaciones, de sus platos de comida, de sus viajes vacacionales, de las empleadas domésticas de sus casas cocinando, de las candelas de mocos de sus hijos, de las pulgas de sus perros, de las pestañas postizas, de la última espinilla, sus reconocimientos, sus conferencias, las alfombras de flores por donde transitan y los codeos con “gente bien”, cuando las utilizan como medio de información es para desinformar con hecho y pensado. Sabiendo que lo que están publicando ayuda a manipular. Mostrando su menosprecio y su odio hacia los pueblos que se atreven a cuestionar el sistema. Sin ningún tipo de escrúpulo estos grandes progresistas de la nueva era latinoamericana son los grandes conspiradores que se unen a las hordas de traidores que quieren enterrar en vida a los que dicen agua en lugar de oro.
Se creen que son la guinda del pastel y entre estos personajes dantescos se encuentran poetas, pintores, intelectuales, docentes de universidad, cineastas, cantantes, que aprovechan la mínima oportunidad del sufrimiento del pueblo para “crear” su arte y obtener con esto el beneficio personal de los mezquinos. Y se les ve de conferencia en conferencia, de festival en festival, viviendo a costillas de los marginados y empobrecidos. Dentistas que han hecho sus fortunas sacándole los dientes a comunidades enteras. En cada diente el gozo del que se cree superior.
Por eso jamás se pronuncian estas “mentes privilegiadas” por los ecocidios, por el robo de tierras a campesinos, por el desvío del agua de los ríos, por las desapariciones de líderes comunitarios, ni por los innumerables asesinatos de estos. Porque están de acuerdo. Jamás, a estos personajes que se hacen llamar progresistas se les escuchará denunciar los desfalcos millonarios de las mafias de turno en los gobiernos. ¿Progresistas de qué? Si son los mediocres de siempre que en tiempos de dictaduras apuñalaron por la espalda. Nunca se declararán fascistas, pero lo son de forma solapada. Entonces dicen que son progresistas porque les luce más la palabra para sus fechorías. Son los que nunca estarán del lado del marginado porque son los que los marginan o se benefician de esa exclusión. Nunca defenderán los derechos de los empobrecidos porque son los que se benefician del robo. Nunca denunciarán la injusticia porque la impunidad les permite el nivel de vida que llevan. Y son los que jamás pondrán en juego su estabilidad socioecómica por hacer lo justo. Al contrario, son los que con sus plataformas y sus títulos y sus codeos forman parte de ese conglomerado de fascistas que, sin una pizca de amor en su corazón, apuñalarán a quién sea para mantener su estatus.
Los estamos viendo en este momento, publicando que hay una dictadura en Cuba y en Venezuela y apoyando el bloqueo económico en ambos países, clamando por la intervención militar, pero callados por las masacres en Colombia y Palestina. Por las masacres en Bolivia, Ecuador y Chile. La dictadura en Brasil. Por la corrupción en Guatemala, El Salvador y Honduras. Y además publicando toda la desinformación que alcance las yemas de sus dedos en el teclado, muchos sabiendo que en sus puestos de trabajo o gracias a sus oficios tienen seguidores que los ven como mentes iluminadas. Ni qué decir de los mediocres docentes universitarios, infestando la mente de sus alumnos. Y lo hacen así con cada acontecimiento neoliberal de los gobiernos corruptos que pululan en América Latina. Lo que es peor, esta peste se traspasa de generación en generación.
Por eso, los pocos que tienen claridad de pensamiento y son leales a la lucha de los pueblos, aunque parezca un anhelo de ilusos y les sentencien que la lucha ya está perdida de antemano, deben darse a la tarea de ser los que con paciencia y a pesar del cansancio, se atrevan a aporrear el frijol y a desgranar el maíz. Que la semilla menos pensada es la que florece muchas veces en lugares inesperados.