El estallido social de 2019 en Chile nos abre nuevamente la interrogante de si los medios violentos son la única forma de producir avances sociales significativos. Fuimos testigos de cómo una explosión de una violencia irreductible forzó a las autoridades políticas, al oficialismo e incluso a las adormecidas bancadas de la oposición parlamentaria a negociar rápidamente (en menos de un mes) una salida digna a la crisis que significó ni más ni menos que una Nueva Constitución a partir de una hoja en blanco generada por una Convención Constitucional elegida democráticamente por la ciudadanía. Un logro ciudadano impensable en otras condiciones de normalidad democrática.
Revisando la historia de la humanidad llegamos a la conclusión que salvo honrosas excepciones todos los procesos independentistas o revoluciones sociales que han producido cambios importantes en las estructuras sociales y políticas, o en las relaciones sociales entre los diferentes estamentos de una sociedad han sido a través de procesos sumamente violentos que han remecido las bases de la institucionalidad.
Cabe mencionar la honrosa excepción de la independencia de la India liderada por el apóstol de la noviolencia Mahatma Ghandi, que tuvo lugar no sin conatos de violencia intestinos que fueron sofocados por el liderazgo del líder apelando a medidas de fuerza como una prolongada huelga de hambre. Pero revisando los otros procesos independentistas en nuestra querida Latinoamérica sin ir más lejos, fueron necesarios ejércitos libertadores que tuvieron que luchar largos años para lograr sus objetivos, con mucho derramamiento de sangre. Y los héroes independentistas siguen siendo recordados y admirados por los historiadores y la sociedad a instancias de las instituciones militares. Se han erigido estatuas y días feriados en honor a los líderes que en sangrientas batallas fueron elevados a la categoría de héroes. Y más recientemente la revolución cubana también generó sus héroes en las personas de Ernesto Guevara y Fidel Castro, glorificados por generaciones de jóvenes revolucionarios que ven en ellos un modelo a seguir al lograr la independencia de Cuba del imperio norteamericano.
Afortunadamente no todos los procesos políticos contemporáneos con alguna inspiración revolucionaria han tenido como punto de partida una revolución social violenta, sino que a través de los medios democráticos como los propiciados por Salvador Allende en Chile, Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Francisco Lula da Silva en Brasil, Sin embargo, todos cual más cual menos han sido depuestos y bloqueados por medios violentos amparados por el poder de las armas y el irrestricto apoyo norteamericano. Mientras más profundo los cambios sociales, políticos y económicos implementados, mayor es la contra violenta en términos económicos o militares.
Por eso uno vuelve a preguntarse si es verdaderamente posible un cambio social revolucionario de mayor justicia social sin que provoque un episodio de violencia ya sea para implementarlo, o como respuesta a su intento de implementación. Y tal vez uno deba responderse que no es una cosa fácil, que el sistema neoliberal implementado en todo el mundo es una camisa de fuerza que no permite grandes movimientos, que pretender alterarlo significa producir una reacción violenta por parte del mismo sistema. Es un sistema hecho con todos los cerrojos posibles, ya que hasta la misma educación está pensada y diseñada para producir elementos útiles al sistema.
Lo que verdaderamente tiene que pasar es que el sistema mismo comience a agrietarse y desmoronarse solo, por su propio peso. Ya está dando señales de fatiga y tenemos que estar preparados para eso. Afortunadamente una conciencia nueva está naciendo, no por fruto educativo sino más bien por la genética de los componentes individuales, acorde con el cambio de era que anuncian los sabios de la humanidad.
La otra pregunta necesaria es si los procesos revolucionarios violentos han dado frutos verdaderamente productivos en términos sociales y económicos. Para responder esa pregunta es necesario hacer un breve análisis de los resultados que se obtuvieron tras las gestas revolucionarias e independentistas en nuestra América morena y en el mundo entero:
Si analizamos la madre de las revoluciones, la francesa, como muchas otras, su resultado final fue el de salir de las llamas para caer en las brasas, ya que si bien se terminó con el feudalismo y se instauró supuestamente un régimen de libertad, igualdad y fraternidad, lo cierto es que estos valores se consolidaron poco y nada ya que le siguió una revolución burguesa que siguió oprimiendo a los trabajadores con mayor libertad que antes incluso. Otro tanto ocurrió con la revolución bolchevique que dio origen a una dictadura supuestamente proletaria, que más bien fue una dictadura burócrata sangrienta que sojuzgó a gran parte de su población. Y si miramos más cerca, en nuestra región latinoamericana, comenzando por las gestas independentistas, nos damos cuenta de que si bien hubo una independencia en términos administrativos pasando de ser colonias a Estados libres, se cayó en la dependencia económica de las otras potencias europeas primero, y luego de la potencia emergente, Estados Unidos. Y a nivel interno el pueblo jamás se independizó, sino que pasó a depender de la burguesía criolla, aliada de los nuevos colonizadores económicos, los verdaderos ganadores de la gesta independentista.
Más contemporánea, la revolución cubana si bien es cierto consiguió mayores niveles de equidad social y económica, fue a un gran costo en término de libertades personales, amén de echarse encima a todo el mundo capitalista que ha significado décadas de bloqueo económico que lo ha tenido siempre en una situación económica bastante crítica. Otro tanto similar ha ocurrido con Venezuela cuya revolución afortunadamente comenzó de una forma democrática no violenta. Pero sin duda han debido ocupar fórmulas no tan democráticas para mantenerse en el poder sofocando en gran medida a la oposición. Y es que es así, puesto que todo proceso revolucionario llega para quedarse, es decir, no permite una vuelta atrás en elecciones plenamente libres, y con todos las libertades que un estado de Derecho impone, porque se supone que es un avance sin retroceso.
Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos si los procesos revolucionarios violentos son legítimos, en la medida del debido respeto que merecen todas las posiciones ideológicas en disputa, o si por el contrario, se pretenden imponer las propias ideas en forma violenta aplastando a quienes se le oponen, silenciando su voz, acallando sus medios de prensa.
Lo que ocurre normalmente, es que las situaciones de injusticia e inequidad en la distribución de los ingresos hace del proceso revolucionario una especie de liberación del opresor, de un sistema que no brinda las oportunidades necesarias, y que en general no satisface a la mayoría de la población ni en términos económicos, ni sociales, ni existenciales. Se concibe el sistema capitalista neoliberal como una etapa evolutiva que necesita superarse en aras de un avance social hacia una etapa más avanzada, de mayor equidad y justicia social, en un régimen de mayor acento en los derechos de todas las personas, y de una economía verdaderamente social. Y obviamente este proceso evolutivo no admite regresiones, es unidireccional.
Lo que ocurrió en Chile con el estallido social aunque remeció las estructuras institucionales del país no logró quebrarlas, ya que no era su objetivo, sino que era una protesta airada exigiendo cambios radicales, lo que forzó una Convención Constitucional que redactara una nueva Constitución.
Me asiste la convicción de que lo que verdaderamente provocó la reacción del Gobierno y de toda la institucionalidad política del país no fueron las estaciones del Metro incendiadas, sino más bien la masividad de las movilizaciones no violentas, como la del millón y medio de personas que inundó la Plaza de la Dignidad como una marea de conciencia social que inundó el espacio exigiendo dignidad y mayor equidad para todos los segmentos sociales. Fue ese pueblo consciente de que la injusticia social no podía continuar, esa manifestación muchas veces desinteresada de cientos de miles de personas, que aunque en lo personal nos estabanmayormente afectadas en sus intereses, sí empatizaban con el dolor y el sufrimiento de tantas personas que no tenían acceso a una pensión digna para su vejez.
Estas manifestaciones masivas no violentas son las que dan lugar a avances sociales significativos que se consolidan como tales, que no generan contras violentas, que no provocan víctimas fatales ni mutilados, que no significan acallar a los opuestos ni recluirlos en una mazmorra, ya que todos resultan ganadores.
Estas revoluciones son las que necesitamos, la revolución de las conciencias que ya no toleren las injusticias sociales ni el dolor de sus hermanos, que reclamen por la dignidad para todos por igual, y que éste sea un fenómeno social masivo.
Ahora comprendemos verdaderamente que la no violencia es la fuerza que moverá al mundo.
Eso fue lo verdaderamente emocionante del estallido social, ver que en los sectores acomodados de las ciudades de Chile, la gente se manifestaba pacífica pero enérgicamente en favor de mayor justicia social para todos. Eso es lo que hace sentir legítimo orgullo de nuestra ciudadanía, que solidarizaron con los más necesitados yendo muchas veces en contra de sus propios intereses.
Eso hace honor a la canción que reza:
“Quien dijo que todo está perdido? Yo vengo a entregar mi corazón”