¡No dejen la economía en manos de los «expertos»!
Escrito por Fiorella Carollo
En el año 1991 Helena N. Hodge publicó un libro que ha sido muy leído alrededor del mundo. Con el significativo título de «Ancient Futures», el libro relata su experiencia y su testimonio desde la perspectiva de una persona occidental que vivió durante más de veinte años en esa tierra llamada Ladakh, ubicada al pie del Himalaya. En los primeros años de su estancia, esta región vivía según los ritmos milenarios que les aseguraban a sus habitantes una vida digna, aunque fuera espartana. Su vida estaba marcada por las actividades agrícolas, y sus cultivos les aseguraba la subsistencia, la vida comunitaria, la redistribución, el trueque con las comunidades vecinas y el espíritu de comunidad. Con la llegada de la globalización, incluso en esta tierra remota, no sólo se ha alterado esta estilo de vida, sino que ha sido reemplazado por otro menos sostenible.
En el año 2011 Helena codirige y coproduce un documental que tuvo un gran éxito internacional, titulado «La economía de la felicidad». Este documental tan galardonado es una crítica cercana y bien documentada que narra los efectos que la globalización ha tenido en nuestro mundo. Helena formó parte de un grupo de expertos que fueron nombrados por el rey de Bután, con el objetivo de estudiar e implantar un sistema económico alternativo al que ha sido propuesto por las democracias occidentales. En lugar de medir el PIB (el producto interno bruto), este nuevo sistema económico tendrá en cuenta el IPH (por las siglas en inglés de Internal Product of Happiness), el producto interno de la felicidad y el bienestar de todos los ciudadanos.
Una gran parte de las críticas sobre los efectos de la globalización se deben a las experiencias de estudiosos como Helena Norberg Hodge. Ella es una economista, analista, lingüista sueca, que vivió 35 años en la región himalaya de Ladakh. A finales de la década de los setenta, la economía occidental llegó a estas zonas remotas del Himalaya. A través de un largo periodo de tiempo, la investigadora sueca pudo atestiguar con sus propios ojos de la transformación de una sociedad rural aislada y felizmente sostenible en su totalidad, en una sociedad insostenible cuando entró en contacto con la globalización. El impacto de Occidente en estas comunidades fue tal, que llevó a la investigadora sueca a cuestionarse a sí misma y a los postulados del sistema económico occidental que daba por sentado. También empezó a cuestionar el enfoque occidental de la globalización en las comunidades lejanas. En el transcurso de esta transformación, Helena no pudo evitar constatar el efecto negativo que tuvo en las comunidades, pues perdieron sus identidades culturales, sus formas de subsistencia tradicionales y, lamentablemente, las generaciones más jóvenes. De hecho, bajo la influencia extremadamente cautivadora de los bienes materiales que se podían obtener una vez que aceptaran una educación occidental y un modo de vida totalmente diferente al de sus comunidades, los jóvenes empezaron a mirarse a sí mismos, a sus comunidades, a su modo de vida, a través de los ojos de los occidentales. Y de repente, lo que era un modo de vida sostenible, sencillo y feliz, se había convertido en uno pobre y privado de comodidades, sin bienes materiales y sin dinero.
Con el tiempo, incluso estos jóvenes tuvieron que admitir que eso era una ilusión: el bienestar material no era para todos, sino sólo para unos pocos. Además, las drogas estaban completamente ausentes en las comunidades tradicionales, pero ampliamente disponibles en el mundo occidentalizado. Las drogas dejaron un rastro de víctimas tras de sí, devastando a las generaciones de jóvenes.
No cabe duda de que la globalización ha sido y sigue siendo un sistema económico extremadamente exitoso, pero ¿qué es la globalización?
En el diccionario encontramos una definición que lo define como «un sistema universal en el que los bienes y las finanzas pueden circular fácilmente sin reglas», pero ¿cuándo empezó todo esto?
Podríamos considerarlo como una nueva forma de colonización. Si hace 500 años los barcos europeos colonizaban y esclavizaban a la mayor parte del mundo, en la actualidad esto sucede a través de la política de endeudamiento. Con frecuencia, esta política está disfrazada en una forma de apoyo para el desarrollo de los países que pertenecen a un mundo no industrializado. Pero, ¿cuáles son las verdades incómodas de la globalización? Sin duda, el efecto de las enfermedades mentales irá en aumento. La depresión se ha vuelto endémica en Inglaterra y en algunas partes de Estados Unidos. También es el caso en Australia, debido a la prolongada sequía de la última década. El consumismo ha afectado a los recursos naturales del planeta, y sin embargo, es promovido incansablemente por la globalización y produce una gran cantidad de basura que las ciudades no son capaces de controlar.
El éxodo del campo a las ciudades continúa inexorablemente en los países pobres, aumentando la pobreza en lugar de disminuirla. La globalización desencadena el cambio climático con su sistema de transporte de mercancías, desde países lejanos hasta los consumidores. Los países ricos exportan la misma cantidad de cada producto que importan. En todo momento, nuestro planeta es atravesado por productos que salen de un país para llegar a otro. Es perfectamente normal que un país europeo produzca mantequilla en cantidades suficientes para exportar e importar la misma cantidad. Lo mismo ocurre con la carne, la leche, etc.
Como la globalización fomenta la vida en las ciudades, los primeros en perder su empleo son los pequeños agricultores del campo. De esta manera se convierten en mano de obra no cualificada y precaria al servicio de la industria. La pérdida de la tierra, de su medio de subsistencia, ha causado que cientos de miles de campesinos lleguen a suicidarse. Lo mismo ocurre desde hace algunas décadas en Australia, en Europa, en Estados Unidos, a pesar de que se trata de una realidad silenciosa.
Las empresas que contaminan sólo pueden comercializar porque se benefician de las subvenciones del Estado. Sin ellas no podrían subsistir en el mercado libre al que se remiten constantemente. Los grandes contaminadores son los que desean que persista la globalización. Son quienes exigen una exención de impuestos, los que demandan que no se paguen derechos por el intercambio de mercancías, los que compiten de forma desleal gracias a esta exención de impuestos con los productores locales, que por el contrario, sí los pagan. Estas grandes industrias contaminantes sólo pueden existir gracias al continuo apoyo del Estado, impidiendo que los mismos ayuden a las pequeñas empresas, a los artesanos, a los pequeños empresarios, a los pequeños agricultores. En cambio, ellos se ven obligados a pagar los impuestos que las empresas no pagan, obligados a afrontar el malestar del cambio climático, el malestar de la contaminación, de la basura producida en cantidades industriales por la urbanización y por las empresas contaminantes.
Precisamente por las razones que expuse anteriormente, la solución que muchos apoyan es la localización contra la globalización, que implica la abolición de las exenciones fiscales de las que ahora disfrutan los gigantes de las finanzas y la economía. La localización implica reducir la dependencia de los productos importados, y en su lugar, apoyarse más en la producción interna. Son medidas que son declaradas como aislacionistas, proteccionistas, porque protegen los mercados internos. Los gobiernos tendrían la obligación de dejar de brindar su mayor apoyo a las grandes corporaciones, y darle un nuevo rumbo al dinero.
Las grandes corporaciones alimentarias afirman que en un mundo cada vez más poblado, la industria alimentaria es la única que puede satisfacer las necesidades de una población creciente. Pero la realidad es que el pequeño productor tiene a su favor una flexibilidad que es imposible para la gran corporación. Sobre todo, el pequeño productor emplea una mayor cantidad de mano de obra, porque no está automatizado, al contrario de la gran industria. En su caso, por la necesidad de ahorrar la mano de obra, la industria utiliza maquinaria. Además, pocos lo saben pero en realidad el pequeño agricultor es capaz de producir muchas más hortalizas por metro cuadrado que la gran industria. ¿La razón? La fertilidad del suelo es mayor porque no se utilizan fertilizantes y pesticidas en cantidades industriales, como se ve obligado a hacer el gran productor. La biodiversidad en las pequeñas parcelas es mayor, y además no se cultivan en el régimen de monocultivo como en la industria agrícola. El ratio de productividad es 3, 4, incluso 5 veces mayor. Las fuentes de energía también funcionan mejor si están descentralizadas y localizadas. De esta manera son capaces de satisfacer la cantidad de energía necesaria.
El movimiento británico de las ciudades en transición ha sido descrito como el experimento más rápido en términos de economía local que se ha implementado. Hasta ahora se ha extendido del Reino Unido a Europa, a Estados Unidos y a Australia.
Fuente: «La economía de la felicidad», coproductor del vídeo Helena N.Hodge 2011
Traducido del inglés por: Alanissis Flores