La instalación de la Convención Constituyente, conformada por 155 hombres y mujeres elegidos democráticamente, fue un logro que muchos soñamos, pero pocos nos imaginamos que pudiera ser realidad cuando marcamos el voto con AC en las elecciones del año 2013. Además de ser un hecho político de gran relevancia, es la manifestación de un cambio de paradigma en el cual la dignidad comienza a hacerse costumbre.
La dignidad, entendida como la “cualidad de la cosa que merece respeto” se personalizó en todos quienes dijeron si al aceptar el mandato y la responsabilidad de ser constituyentes y no en los símbolos patrios consagrados en el artículo 2° de la Constitución, ni en lo que representa el edificio del ex Congreso Nacional.
Si bien en la conformación de la Convención hay quienes son parte de las élites que han gobernado Chile y que romantizan ciertas causas, pero que no las viven en carne propia, el domingo se visibilizaron las y los constituyentes que han sido discriminadas, marginadas, abusadas, humilladas por su etnia, género, edad, lugar del territorio en que viven o situación socioeconómica.
Para mí, la imagen que quedará grabada en mis recuerdos es aquella en que en primer plano está Elisa Loncón, recién nombrada presidenta de la Convención Constitucional, comenzando a hablar en mapuzungún mientras en segundo plano está Gloria Valladares, encargada de velar por la correcta instalación de la Convención, quien la mira con respeto, serenidad y, me atrevería a decir, también con regocijo.
La solemnidad de la ocasión y el respeto a símbolos identitarios es el comienzo de un proceso en que la dignidad comienza a hacerse costumbre. Nada puede compensar el daño causado, pero es un primer paso el reconocer, respetar y valorar la diversidad.
Aquellos que continúen mirando y actuando desde la cultura de la supremacía racial, patriarcal o económica serán cada vez menos y si hoy aún les queda espacio para vociferar, insultar, desafiar y descalificar, pasarán a la irrelevancia completa porque Chile cambió.
El liderazgo de la Convención Constitucional fue entregado a Elisa Loncón, una persona digna de ejercer dicho cargo. Sus palabras fueron de unidad: “la fuerza que nos dieron es la fuerza para todo el pueblo de Chile”; de inclusión: “Estamos instalando aquí una manera de ser plural, una manera de ser democrático, una manera de ser participativo”; y también compartió el sueño de sus antepasados: “Hermanas y hermanos es posible refundar este Chile, establecer una nueva relación”. Un discurso de mucho contenido y sentido común, libre de odiosidades y de violencia. Su propia dignidad se vio reforzada por su expreso respeto a todas y todos los habitantes de nuestra tierra.
Lo que mejor ejemplifica la transformación que está sucediendo en nuestra sociedad es lo que escribió Daniela Millaleo Montano (@DanielaMillaleo) en su cuenta de Twitter: “algún día mi hija en su primer día de clases dirá: “Me llamo Rayen Cayul Millaleo y soy mapuche” con la frente en alto y orgullo ancestral. Y no como su madre que solo dijo Daniela en ese primer día de clase por miedo que la molestaran y le dijeran India. Esos días ya terminaron”.
Esos días están terminando para Rayen y su familia, así como para millones de chilenas y chilenos discriminados por prejuicios histórico-culturales, pero aún queda mucho por hacer y en Fundación Semilla estamos orgullosos de seguir colaborando para que la dignidad continúe haciéndose costumbre.