por Alfonso Díaz Rey*
Cada vez son más frecuentes las informaciones periodísticas acerca de problemas cuyas causas se deben a desequilibrios ambientales generados, fundamentalmente, por el modo de producir, de consumir y las relaciones de producción dominantes en el mundo desde hace cinco siglos, pero principalmente a partir de la revolución industrial de la segunda mitad del siglo XVIII, y del surgimiento de los monopolios, en el último cuarto del siglo XIX.
La suma de esos desequilibrios, y la sinergia que se establece entre algunos, potencian sus efectos y han producido y acelerado un fenómeno: el calentamiento global, que devendrá cambio climático; cuyas consecuencias representan en la actualidad un serio peligro para la humanidad.
En la historia de la Tierra, como parte de su evolución, han ocurrido cambios climáticos, por causas naturales. El peligro al que nos referimos ha sido ocasionado, fundamentalmente, por los seres humanos, mediante las acciones, y la forma como las llevan a cabo, en la producción y reproducción de su existencia.
Sin embargo, aun cuando como especie somos los causantes de ese peligro, la responsabilidad por ello no corresponde a todos los seres humanos por igual.
Las relaciones de producción dominantes, que han construido un sistema económico, político y social para mantener y reproducir las condiciones que permiten ese dominio, el capitalismo, que tiene como objetivo la ganancia, y como consecuencia la acumulación y concentración del capital, sustentado ello en la explotación del trabajo humano y la naturaleza, han generado una enorme desigualdad en todos los aspectos del quehacer cotidiano, lo que ha polarizado a la sociedad; creando, por un lado, un reducido sector de la población que concentra la riqueza socialmente producida que en buena medida, por su forma parasitaria de vida, dilapida; y por otro lado, una enorme masa de seres humanos que necesariamente debe vender su fuerza de trabajo, manual o intelectual, para subsistir, cada vez en condiciones más precarias.
Como en este sistema a todo se le asigna un valor monetario, también todo es objeto de apropiación, acumulación y especulación por parte de ese reducido sector social, sin importar los efectos que las acciones para mantener su dominio puedan tener sobre la sociedad y la naturaleza. Además, este sistema ha sido el causante de las crisis más severas que la humanidad ha padecido, las que iniciaron como propiamente económicas y ahora abarcan todas las esferas de la vida y a prácticamente toda la sociedad; tan es así que por su gravedad y extensión se les llama civilizatorias.
En este contexto, la extendida contaminación del agua, el suelo y el aire; la deforestación y desertificación de grandes territorios; la extinción, o el peligro de padecerla, de muchas especies animales y vegetales; la acidificación de los océanos; los fenómenos meteorológicos extremos y atípicos; la desigualdad económica y social; la pobreza extrema y miseria de muchísima gente; las pandemias; las guerras y conflictos internos e internacionales; el armamentismo; el narcotráfico y la violencia en que deriva; las crisis de todo tipo; y un casi interminable etcétera, en todo ello podemos encontrar, de manera velada o directa, la presencia del capitalismo.
Y aunque, la mayor responsabilidad por esos efectos corresponde a una minoría de la sociedad, quienes simulan buenas intenciones —para obtener mayores ganancias—, los responsables para detenerlos, y en algunos casos revertirlos, somos quienes formamos parte de esa mayoría que los padece.
Las formas, por fortuna, no son pocas, pero dependen de la voluntad, la organización y decisión de cada pueblo, siempre con el mayor respeto a su soberanía, sin olvidar que será necesaria e insustituible la solidaridad entre los pueblos que habitamos este planeta.
De seguir las cosas como hasta ahora, nuestros descendientes, sin distinción de posición económica, social o ideológica, padecerán las consecuencias por lo que dejemos de hacer, y quizá sean catastróficas.
Después, la vida en el planeta seguramente se restaurará, pero posiblemente sin nosotros.
Está visto que el capitalismo no tiene solución para este grave peligro; por tanto, la opción no es buscar cambios en el sistema, sino eliminarlo. Y encontrar, colectivamente, las formas de organización económica, social, política y, en términos más abarcadores, ambiental, que como especie nos permita sobrevivir y vivir dignamente, en armonía con la naturaleza.
* Miembro del Frente Regional Ciudadano en Defensa de la Soberanía, en Salamanca, Guanajuato; México.