El relevo en el Ministerio de Exteriores de España con la nueva remodelación del Gobierno, con el objetivo de afrontar lo que queda de esta legislatura, no será una buena señal a las relaciones bilaterales con Marruecos y el intento de este país de desestabilizar la frontera sur de la Unión Europea.
Parece ser que en Rabat, según algunos medios de comunicación, el relevo de Arancha González Laya por José Manuel Albares en la cartera de exteriores, ha sido visto como un gesto de apaciguamiento en la actual crisis entre ambos países que afecta al tema de la inmigración y la colaboración antiterrorista.
Todo esto ha sido entendido desde la parte marroquí y presentado como falta de diálogo por parte de la anterior ministra. La acogida del presidente saharaui Brahim Ghali por razones humanitarias a raíz de su contagio por Covid-19 en un hospital de Logroño, es la razón que buscaba Marruecos para tensar aún más las relaciones y provocar una crisis que sirva para cambiar la posición de la Unión Europea sobre el estatus del Sahara Occidental.
Las maniobras militares de la OTAN, African Lion 2021, en las que participó Estados Unidos y Marruecos recientemente fueron un intento más de alterar la legalidad en el Sahara Occidental ante el rechazo y el desmentido de la administración Biden sobre la presencia de su ejército en territorio saharaui.
La campaña agresiva de inauguración de consulados en las ciudades del Aaiún y Dajla, es un paso de esa política de extorsión que ignora el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui y que Marruecos ha usado como arma de presión en contra de España y la Unión Europea.
El nuevo ministro de Exteriores, José Manuel Albares, tiene la difícil tarea de recomponer una relación que siempre ha sido difícil en temas fronterizos, de seguridad e inmigración. Marruecos conoce los puntos débiles de la Unión Europea, sabe el desafío que supone el tema migratorio con los menores de edad como punta de lanza. Conoce a la perfección el tema de la seguridad y el fenómeno terrorista que sigue siendo un problema internacional grave. La colaboración en el tema del Sahel y sus consecuencias sobre el sur de Europa y el norte de África con la frágil situación de Mali y Burkina Faso, serán otro argumento de presión que usará Marruecos para sacar provecho. Toda colaboración será un arma de doble filo para cambiar la postura de la Unión Europea en el Sahara Occidental y presentarse como víctima ante la Liga Árabe, señalando a Europa como continente que apoya el colonialismo en Ceuta y Melilla. En una cumbre reciente, algunos países árabes apoyaron a Marruecos, como el caso de Jordania y Emiratos Árabes Unidos, mientras Argelia, Siria y El Líbano se opusieron a sus pretensiones de reclamar las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla como marroquíes.
Este escenario inestable en el que la pandemia del Covid-19 ha afectado mucho a Marruecos, con una guerra abierta en el Sahara Occidental y la ONU inmersa en un largo letargo, de fracaso en fracaso, incapaz de evitar la violación del cese el fuego en la zona del Guerguerat que ha sido ocupada a la fuerza, con la construcción de un nuevo muro. Esa es la herencia que dejará Arancha González Laya al nuevo ministro de exteriores José Manuel Albares: menores de edad desesperados, deseando cruzar en cualquier momento la frontera de Europa y huir de un país que no garantiza las condiciones básicas para sus ciudadanos.
González Laya ha defendido durante su mandato una solución negociada en el marco de las resoluciones de la ONU al conflicto del Sahara Occidental y ha insistido que España en ningún momento ha entregado la soberanía del Sahara Occidental a Marruecos. Esta posición debe variar a favor de una postura más clara y contundente con el nuevo ministro de exteriores, de lo contrario, Marruecos seguirá con esta partida interminable, en busca de agotar al pueblo saharaui y doblegar la diplomacia europea. Ese es su objetivo final y, para ello, no dudará en usar la inmigración y la colaboración antiterrorista como armas efectivas para conseguir sus intereses a la larga.
Cualquier atisbo de debilidad será aprovechado por un país que sigue reclamando como suyos el Sahara Occidental, Ceuta, Melilla y parte de las aguas de las Islas Canarias.
Solo una política exterior valiente, basada en el respeto mutuo y una colaboración verdadera, será la que garantice los intereses de Europa frente a Marruecos. El estatus final de un territorio como el Sahara Occidental no se puede imponer a la fuerza violando el derecho a la autodeterminación y perpetuando una ocupación militar.
Jugar esta partida con el vecino del sur requerirá de mucha determinación y audacia. Los intereses económicos y comerciales inmediatos no deben estar por encima de una estrategia viable y segura a largo plazo que garantice la estabilidad en toda la región.