Por Ana Gabriela Molina Meneses
“Se nos ha obligado a alisarnos, no con pistolas, no con armas o con violencia física, pero si con una violencia psicológica”
Apodos como «cabeza de trapeador», «esponja», entre otros, forman parte de una serie de comentarios que degradan a las personas con cabellos rizados. Se escuchan también otras presiones como “te quedaría mejor liso”. La representación negativa como sucio o no peinado son imaginarios utilizados como estereotipos para la discriminación y que están presentes en la escuela, el trabajo u otros espacios de la vida cotidiana.
Existen en el mercado diversas cremas de variadas marcas para alisarlos, el problema de este proceso que parece una decisión individual y de belleza, es que esconde una discriminación hacia las personas con este cabello. Es así como desde pequeñas las niñas prefieren llevarlo recogido, el soltarlo puede ser símbolo de burla. En el caso de los niños, tenerlo largo o con trenzas no será adecuado, según los estereotipos masculinos.
Este cabello en su mayoría lo llevan personas afrodescendientes, está asociado con una raza/etnia. Así, desde el campo de lo étnico, su arreglo y formas tendrá unas prácticas que son culturales. Mabel Parra Serna explica que, a mujeres con cabellos duros les colocan varios apodos en Colombia como “pelito de rata, pelo feo, pelo malo, greñero y muchos más”. Ella afirma que le ha tocado luchar contra esto en la escuela o en el barrio, que cuando era niña no estaba preparada para resistir a este problema, sino que creía esos estereotipos. Por eso desde muy pequeña era sometida a tratamientos para tener el cabello “más manejable”.
Cabello afro / Foto: Mabel Parra
Toda esa discriminación es en base a la existencia del cabello liso como bueno y bonito. Esto es una dificultad, afirma Mabel, ya que pierden su identidad y autoestima. Este tipo de comentarios ha hecho que lo niegue y odie tenerlo así. Esa presión externa ha obligado que se coloque canecalón, lana, cabello sintético para esconder su afro, en esa aspiración a ser aceptada.
Su perspectiva cambió y ahora cree que “este tipo de comentarios despectivos debe llevarlas a amarlo más, cuidarlo más y aceptarlo más”. Mabel cree que, si las mujeres quieren hacerse extensiones, alisarse u otros tratamientos deben tener la posibilidad de hacerlo, pero no porque se sienten mal o presiones sociales. Considera que el llevarlo liso y las otras opciones que aparecen, no deben ser la única carta de presentación, también deben tener la opción de tenerlo natural, sin miedo a ser discriminadas. La historia de Mabel es la de muchas otras personas que luchan contra esto. No debería ser de este modo. No obstante, ese problema que parece localizado en el cabello esconde raíces mucho más profundas.
Karla Viteri desde su experiencia en Ecuador explica que “llevar el cabello natural ha sido una lucha constante y ahora es política”. Para las mujeres afrodescendientes ha sido muy difícil aceptar su cabello debido a esa representación de belleza que está asociada con el liso, la tez blanca, entre otros estereotipos.
Para personas con este cabello es imposible levantarse de la cama e ir a algún sitio sin mojarlo o peinarlo. Karla afirma que “necesita más cuidados” y que una forma cultural de llevarlo son los dreadlocks, los cuales son ancestrales y significa “un voto con dios, es un pacto con él. Es una cerradura que haces con tu cabello”. De tal forma, este tiene un sentido cultural y se relaciona con la historia afrodescendiente. Otras formas comunes de llevarlo y que están asociadas con las tradiciones son los turbantes, al igual que las trenzas.
Esa suciedad, descontrol, no solo se lo asocia con sus cabellos, también con sus cuerpos racializados. Esa relación con lo feo en la representación ha implicado que exista un problema más amplio como el que no aparezcan en la televisión u otros espacios las personas afrodescendientes, lo cual implica una falta de imágenes positivas que les permitan construir una identificación diferente sobre lo afro. Esto significa que la discriminación por el cabello oculta un racismo hacia lo negro. De tal forma que, se produce una alteridad de lo negro, que incluye todo su cuerpo.
Al reconocer esa discriminación, invisibilización y falta de representación en los medios de comunicación, revistas de belleza y otros espacios; Karla decidió crear Addis Abeba junto con otras siete personas. Así empezaron a plantear un proyecto político y cultural que busca afirmar que lo negro es bello. Ese pensamiento se construye, afirma como directora, desde la liberación y el amor propio. Su interés es encontrar esa conexión con África, que la gente recuerde que ese era su lugar. Además, su proyecto busca cambiar estereotipos negativos. Considera que “todo lo que tienen las personas negras es considerado como feo. Esto es su cabello, boca grande, nariz ancha. Al existir ese referente de mujer blanca versus la mujer negra, se consolida que sus rasgos son feos. Por lo tanto, el cabello se lo asocia con lo sucio, escandaloso, no peinado”.
El daño al que son sometidos sus cabellos desde temprana edad son parte de ese racismo que han vivido, no solo ellas, también sus antepasados, quienes buscan protegerlos. Por eso asegura Karla que “decidir no alisarse y dejarlo tal como es, es un proceso que les ha costado a las mujeres porque han sido símbolo de burlas y estereotipos raciales”. Con esto, el llevar el cabello natural es una lucha política frente a una discriminación que continúa.
Para Roxana Jaramillo tener el cabello rizado ha significado estar envuelta en una vergüenza constante. “Se nos ha obligado a alisarnos, no con pistolas, no con armas o con violencia física, pero si con una violencia psicológica”. Recuerda que constantemente ha sufrido una presión para alisarlo o cortarlo. “Hasta los quince años creía que a nadie le iba a gustar porque tenía el cabello así. Empecé a alisarlo con plancha, sin tratamiento”. Su perspectiva cambió cuando cumplió veinte años. Explica que cuando lo lleva suelto a clases de la Universidad, todavía escucha comentarios de que va despeinada.
“Todas las personas que tienen el cabello afro han sufrido algún tipo de discriminación” afirma Thamia Jaramillo. Recuerda que cuando era pequeña sus compañeros le ponían apodos. Sentía muy fuerte esa discriminación, le decían que su cabello era feo. Decidió mantenerlo rizado porque siente que representa lo que ella es.
Para Roxana y Thamia esa discriminación tiene un fondo y es el temor de la gente blanca hacia lo que son las personas negras. Afirman que “el cabello afro es una forma de rebelión, un lenguaje en muchos aspectos. También las pañoletas y las trenzas que tienen historia”.
Ellas recuerdan que cuando iban a la escuela su mamá les hacía trenzas. El cómo hacerlas ha sido un aprendizaje que ha trascendido hasta nuestros días desde la oralidad. Su abuela se las hacía a su madre. Cada vez que recuerda eso, ella les transmite a sus hijas que le encantaba que caigan por su rostro, debido a que no le alcanzaba el cabello para que vayan pegadas a la frente, le ponía lanas. Este conocimiento ha pasado de generación en generación.
Sin duda, las trenzas tienen gran relevancia a personas que están apegadas a las tradiciones. En épocas de la esclavitud se trazaban los caminos de los palenques. Para ese tiempo, explica Roxana “a las mujeres esclavizadas les obligaban a raparse el cabello. Empezaron a hacerse las trenzas como forma de rebelión. Una forma de cubrir que tenían cabello fue con pañoletas”.
Como integrantes también del colectivo Addis Abeba, creen que el problema de discriminación también se extiende a otros ámbitos. Para ellas “existen pocas referencias afrodescendientes. En comparación con el pasado, ahora las ven más en la televisión”. No obstante, eso no ha reducido el racismo.
El racismo y cómo ha marcado sus vidas, también varia; el género transforma las formas en que se ejerce. Julián Arce afirma no recordar discriminación en su infancia por su cabello. Cuando escucha bromas como esponja u otras “les para a esas personas desde el primer momento”. Como hombre ha tenido problemas para llevarlo largo. Ahora cree que eso ya se ha reducido, ve más hombres con cabellos largos o con trenzas por la calle. En la actualidad, él lleva dreadlocks. Afirma que todo esto lo aprendió en colectivos y también en su núcleo familiar. Usar las dreads, como las llama, le ayudan a llevarlo más limpio y mejor cuidado. Además, cree que este trenzado del cabello, si permite crear una relación familiar más íntima, pues necesita de dos a cuatro horas para hacérselas, esto dependerá del tipo de trenza, si es corrida o suelta. En ese proceso, participan mujeres de su familia que tienen este conocimiento aprendido como herencia histórica. Su tía es quien le hace sus trenzas. Con el tiempo, él también aprendió a hacerlas.
Erick Gudiño recuerda que cuando era pequeño su madre le trenzaba el cabello, las llevaba hasta cuarto año de básica. Cuando fue al colegio le prohibían tenerlo largo. Al igual que las mujeres, ha sido sometido a tratamientos químicos para alisarlo. Cuando estaba en quinto de básica, en la escuela, fue la primera vez que lo hizo.
Sus familiares también le han recomendado cortárselo o alisárselo porque piensan que es más difícil de peinar. En la Universidad le llamaron la atención cuando iba a hacer sus prácticas por tener trenzas, aunque explicó que era parte de su cultura, le dijeron que no podía llevar su cabello de esa manera. Erick comenta que “se asocia el usar trenzas a que una persona no puede ser seria, se piensa que a lo mejor va a parecer pandillero, inmaduro, alguien que quiere lucir a la moda, no se hace una conexión con lo ancestral”.
Un problema para reducir el racismo y aprender sobre las prácticas ancestrales, es que al vivir en la ciudad se pierde el contacto con los abuelos. Para ser consciente sobre su cabello y su relación con sus antepasados, le ha servido mucho a Erick formar parte de asociaciones afrodescendientes, fue donde empezó a entender los significados.
Para Erick, la decisión de alisarse esconde que “los químicos si te afectan, cambia de color, puede volverse más claro”. Cuando el cabello se quiere volver crespo, debe cortarse otra vez, son pocas personas que pueden cortarlo”. La última vez que decidió alisarse fue por experimentar, lo perdió, explica que “la crema que te alisa puede ser muy fuerte, si tu cuero cabelludo no resiste, te quedas calvo. Tenía hace un año huecos en el cabello, estaba desigual”. Desde esa experiencia ya no lo hace.
Ahora entiende que, si es una decisión política tener el cabello natural, “nosotros tenemos que seguir haciendo nuestra lucha, soltarnos el cabello”. El tomar esa posición le permite transmitir que se siente orgulloso de su etnia, y que al hacerlo también se resiste al modelo de representación racista de lo que debe ser o como verse. Considera que esto fue creado en la colonización y reproducido en los medios de comunicación.
Todas las historias recogidas aquí dan cuenta de una discriminación al cabello que tiene una implicación racial-étnica, también de género en las personas. Estas conexiones y experiencias vividas tienen raíces históricas de opresión. La falta de representaciones y asociaciones influyen para que las personas con cabello rizado decidan no llevarlo de forma natural. El cambió de visión sobre sus cuerpos ha sido parte de un auto reconocimiento y resistencia a esos estereotipos. Para eso ha sido necesario conocer y aprender sobre su pasado. Además, organizarse colectivamente para responder al racismo latente que viven, con la intención de transformarlo.