Individualmente me considero un optimista, pero colectivamente soy un pesimista absoluto. No nos queda otra que seguir trabajando, en la confianza de que la cultura, la educación y la tolerancia sean armas de construcción masiva con las que hacer frente a la violencia y la estupidez.
Joan Miró

Carl Jung decía que el arte “es aquello que nos salvará de la barbarie”, y sobre esta definición, Gabriel Manzo reflexiona sobre aquello que nos convierte en bárbaros en esta sociedad actual. No obstante la supuesta evolución que hemos alcanzado científica y tecnológicamente, se pregunta por los motivos que dan lugar a la perdida de sentido de humanidad y qué nos lleva a ser cada vez menos empáticos, más
asociales y en ocasiones violentos, ¿Qué ha dejado de mirar la humanidad para perder de vista casi por completo sus valores más identitarios? Manzo se ha preguntado sobre ello de muy diferentes maneras y a lo largo de su proyecto artístico ha ido al rescate de aquellos territorios donde la vida recupera su valor y nos vincula al verdadero sentido de humanidad, los otros.

Sin la mirada del otro la obra es sólo un objeto, y pensarla sin tenerlo en cuenta es un sinsentido”, dice.

Afirma que el sentido democrático del arte no significa que todos pueden hacer, conlleva un compromiso y un oficio que no muchos logran aceptar. Gran parte de los actores de la escena contemporánea, en pos de romper con los estándares universales de belleza del supuesto pensamiento clásico, apuestan por manifestaciones asépticas, faltas de contenido y de toda poética visual e intelectual, banalizando con su discurso el sentido más esencial de la expresión artística, produciendo catálogos de ejercicios rutinarios que rozan con lo experimental y vacuo, dejando de ofrecer al público una experiencia estética trascendente que nos coloque frente a uno de los sentidos más importantes del arte: la contemplación.

Tanto en sus series tempranas como “Más desnudos que la piel” o “Cartas sin escribir”(fig1), donde sus preguntas iban orientadas al sentido de la ausencia repentina y permanente, así como recorriendo sus prácticas más cercanas, que abarcan series como “Traición al sol”(fig2) donde juega con las emociones que definen el amor, la traición, los deseos o la felicidad; o “La macchina del fango”(fig3) donde sus preguntas plantean los ¿por qué? así como el reimaginar la reparación a través del barro como posibilidad constructiva, Manzo se ha buscado incansablemente, y nos ha interpelado para hacernos reflexionar acerca de una esencia que esta sociedad insensiblemente ha ido desechando, y que así como el arte, cree que sólo nos salvará de la barbarie.

La lidiada crítica de arte Avelina Lesper, sostiene que «el arte actual, carece de dominio de la técnica, de factura y muchas veces de propuestas que eleven al ser humano por encima de la mediocridad»; y que «el arte contemporáneo sólo va detrás de intereses y éxito económico, dejando de lado toda intensión estética y trascendente llegando incluso a mostrar únicamente el terror, el dolor o todo aquello que sea desagradable». Ideas similares sostienen el historiador del arte Robert Florczak o quien fuera Director del Instituto de Arte Contemporáneo de Londres, Ivan Massow. Aunque mantenga algunos puntos de coincidencia con la mexicana, entre muchos opuestos, Manzo demuestra el valor del arte contemporáneo y propone una serie instalaciones que viajan diametrales a estas visiones pesimistas, donde la técnica y la composición no están libradas al azar y la idea de proyecto elaborado es inteligente e innegable. Se
sumerge en la condición más cardinal del sentido de humanidad y se dirige al rescate de una esencia que nos transporta a aquello que nos define como especie, la memoria.

Amar para reinar
En series como “puentes” -2005/2012- Manzo se sirvió de la geografía y sus accidentes para aludir a las experiencias que construyen la trayectoria de viajes emocionales que marcan como cartografías la existencia, donde con una factura impecable y con una búsqueda de color de absoluta riqueza, logró imprimir aquellos mapas (fig4). Redoblando la apuesta, en “Rey de corazones” apela al rescate de antiguos relatos que nos proponen la valoración de aquello que nos ha otorgado la identidad, el lenguaje y la pertenencia.

Su nuevo trabajo propone la experiencia sensorial a través de tres espacios diferentes, y aunque sus lógicas son desiguales, la circularidad les compete y los relaciona dando forma a un juego estético en el que lo escenográfico nos invita permanentemente a recomponer el espacio interior y exterior, el interno y el externo, que Manzo sabe muy bien representar.

Plantea un diseño del espacio en el que, a modo de juego, nos propone múltiples recorridos. A veces erráticos, a veces insinuados, a veces libres, a veces sugeridos… pero siempre bajo la premisa de la libertad.

A Manzo no le importa si lo comprendemos, sabe que en algún momento nos va a tocar y esto es justificación suficiente de su absoluta honestidad artística. Nos incita a movernos en el espacio y a poner en juego prácticas sensoriales y exploratorias que dan forma a un tejido complejo de percepciones y que nos lleva sin dudas a nuestros propios entramados y al encuentro con los tantos sustratos de la memoria.

Sus elecciones materiales en cada instancia no son fortuitas, sabe muy bien que el vidrio es frágil como el recuerdo pero nos enfrenta con ello hasta hacernos llegar al ensueño mezclado de los textiles que nos envuelven para reconstruir nuestro propio texto vital. Para Gabriel Manzo, el tiempo no es tiempo, lo llama eternidad.

Hay tres momentos puntuales en esta instalación, y cada uno de ellos nos enfrenta con las posibles formas de relacionarnos con nuestro pasado, y al mismo tiempo, nos obliga irremediablemente a rememorarlo haciéndolo presente intentando quizá, restaurar un futuro.

El deambular, intentando descifrar un mensaje encriptado laberínticamente que nos presenta textos en una lengua diferente, como si nos hablara de un tiempo que no reconocemos pero que seguramente nos corresponde y que por alguna razón transitamos con cierta inconciencia. Estos textos esparcidos en 60 cajas de madera y vidrio policromado hacen referencia a un dialecto y se diseminan geométricamente en cinco círculos concéntricos equidistantes que conforman este laberinto. Nos propone hacer un recorrido espontaneo, sin obligarnos a leer un mensaje lineal y donde solo importa el estímulo que cada caja pueda provocar llevándonos a otros tiempos y devolviéndonos a éste a repensar y re-sentir, permanentemente.

… El planteo sugiere el acceso a lo más ancestral porque conduce hacia lo genealógico, la biología primigenia. Es una invitación a recorrer con libertad, pero intentando descubrir y registrar el camino trazado.
La superficie lograda en los dispositivos, con texturas monocromas, sustenta el aroma de un rosal, la calidez del sol, la fuerza del viento o el silencio de la respiración. Una poética que se manifiesta a través de trazos manuales que dejan ver la huella subjetiva. El texto así tratado esboza, además, la vibración de la voz que lo dice y se transforma en un objeto visual, resonante y significativo….
Graciela Zuppa

La invitación hace referencia a la recomposición del tiempo y del espacio. En ese deambular, los objetos presentan desde dentro hacia fuera, un progresivo pasaje del plata al rojo, donde las palabras se desintegran desde la frase hasta las medias palabras o sus parcialidades, como si se tratase de algo que no se recuerda o que perdido, se intenta recuperar. Sus habilidades plásticas están muy presentes, en una técnica compleja y sutil a la vez con la que con plata a la hoja y esmaltes logra espejar el vidrio y realzar la superficie. Estas habilidades le permiten avanzar y retroceder en el plano, mostrando y ocultando a la vez, provocando un juego enigmático al alterar la simetría inicial, logrando desarticular su quietud con el movimiento.

El circundar, como experiencia que nos coloca a una distancia con pocas opciones de movimiento. Sólo podemos ir en derredor, en una u otra dirección. Podemos acercarnos a descubrir texturas o posibles hendijas, pero ante la necesidad de abarcarlo todo, es necesaria la distancia. Pareciera que el artista nos obliga a esta mirada, pero evidentemente se trata de una “joya”, un alhajero, una armadura, algo que frente a la primera experiencia no nos permite entrar, solo imaginar un interior posible.

La pieza ideada evoca las cualidades del cofre como artefacto que protege de las miradas y que permite la custodia de algo calificado y apreciado. Abrirlo implicaría asistir a una revelación sabiendo que si la apertura es ilegítima estaría llena de peligros, hecatombes o
adversidades. Pero, si su dimensión espacial guardara historias a desnudar, habilitaría entrecruzar narraciones, silencios, pulsar interrogantes y reeditar diálogos.
Graciela Zuppa

Nos presenta un objeto dorado, con claras señales de antigüedad, como si fuese un hallazgo cuyo brillo se debiera al desgaste propio de su uso, o a las insistentes intenciones de manipularlo para poder abrirlo. Aun así, se lo percibe atractivo y resplandeciente, Nos imprime cierta alquimia por lo que nos lleva a preguntarnos y esbozar innumerables interrogantes. La superficie externa nos habla de un tiempo muy remoto, su herrumbre y carcomida textura es determinante. Pero al mismo tiempo presenta una magia y una intriga que nos hace pensar que dentro existe algo vivo y latente. No está exenta de juego. Girar y girar sin mayor éxito que permanecer en el exterior, lo convierte en un objeto inasequible, aunque atraídos por su brillo, nos permite indefinir el tiempo que pasaremos frente a la “joya” tratando de descubrir su secreto. Esta actitud lúdica nos mantiene cautivos en su abstracción y nos permite intuir con el tiempo, sus
supuestos ocultos.

Internarse, en el sentido más visceral, significa zambullirse en un espacio traslucido donde la palabra pareciera estar labrada en la piel… o más profundo todavía. Capas tras capas de tejidos que proponen una superposición de textos que nos presentan múltiples lenguas, seguramente ancladas en experiencias y en recorridos transitados por el artista pero que por su abstracción y juego plástico, nos permite incluir los propios registros, nuestras otras pertenecías. Por otro lado, como si de un palimpsesto se tratara, los textos trazados en cada transparencia se muestran como estratificaciones de la historia de cada uno y como espacios catalizadores de los propios cambios. Así, Manzo construye una urdimbre que nos permite por momentos rozar con sensualidad las texturas internas de un lugar que nos envuelve en esa atmosfera de ensueño. El objeto es imponente, y con una presencia exterior prácticamente inabarcable, pero desde su gran entrada nos propone deslizarnos en su cavidad para protagonizar nuestros propios trayectos.

El acceso a la “estancia” implica el intercambio con otras voces. En esa plaza monumental la luz nos lleva al recogimiento aunque es posible que en ese espacio de introspección no estemos solos. Asimismo, la soledad dentro del espacio nunca será a solas, retumba el tambor de un latido al que se le superponen voces que parecieran provenir de entre los pliegues de esas capas: “Hasta el cielo ida y vuelta”; “Cor, cor, cor, fan els batecs del meu cor”; “Te echo tanto de menos”; “Com’è dolce essere amato da te”… voces que nos transportan a otros lugares y nos acercan preguntas que nos invitan a ir en su búsqueda. Y porque de algún modo siempre existe un desgarro, en esas intenciones reaparece la carne desollada, la que fuera antesala para la meditación que expone lo más íntimo, lo más profundo.

Manzo recurre con firmeza al rescate de la tradición parental, y su oficio es exquisito y por momentos casi soberbio. Acude con naturalidad a la elaboración manual de la costura, los torzados, los tapices y la carpintería, desarrollos que se suman a los propios de su oficio. El color actual que modifica las fibras originales hace referencia a ese conocimiento, altera su apariencia mediante las mezclas, tiempos, aireados y secados que con tanto celo guardaban los primitivos tintoreros. Prensar, tensar, matizar, iluminar; verbos que se entrelazan permanentemente en su oficio para agenciar una densidad expresiva. Es una materia hecha de pliegues y repliegues, imagen que bien puede transferirse a los laberintos de la memoria… y siempre dirigido a develar secretos.

El creador intima a desafiar a la quietud y a la pausa despreocupada y comienza a movilizar al actor visitante; Gabriel Manzo provoca, impacienta y divierte a la vez.

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Sobre textos citados:
Graciela Zuppa: Profesora y Licenciada en Historia del Arte, Magister Artis en Historia. Profesora Adjunta Dedicación Exclusiva y de Posgrado en la Maestría de Gestión e Intervención en el Patrimonio de la UNMdP. Profesora en el Doctorado de Arquitectura – FAUD, Investigadora Categoría II y Directora de grupos de investigación. Directora de Becarios y Co-Directora de tesis doctoral. Integra el Comité de Evaluación y científicos de las revistas NEXOS de la UNMdP; TERRAS D AMÉRIQUES, Universidad de las Antillas y Guyana; ETUDES CARIBÉENNES, Martinique y GEOSPORT FOR SOCIETY, Romania.