Concluida la primera parte del súper ciclo electoral de 2021, con la segunda vuelta de gobernadores, el domingo 13 de junio, es indudable que Chile regresó, al menos, a la histórica configuración electoral de tres tercios, que predominó durante la mayor parte del siglo XX.
En rigor, cuatro cuartos, si se considera la emergencia de una izquierda social reunida en torno a la simbología de la revuelta iniciada el 18 de octubre de 2019, que ha anunciado intenciones de competir en las próximas elecciones parlamentarias en listas independientes, sin partido instrumental que las agrupe, y sin descartar ni confirmar candidato a la primera vuelta presidencial.
En un análisis preliminar de ese cuadro, se pueden prefigurar las siguientes tendencias, para la segunda parte del súper ciclo electoral de 2021, el 21 de noviembre y 19 de diciembre (en caso de segunda vuelta presidencial), con elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales.
Debido a la existencia de la segunda vuelta se puede anticipar que los cuatro sectores descritos, llevaran candidatos a primera vuelta presidencial, con afán de medirse, y muy probablemente listas parlamentarias y de CORES, con una configuración similar a las elecciones del 15 y 16 de mayo. La incógnita de la primera vuelta presidencial, es el número de candidaturas «outsider», de esas que la aprovechan para disfrutar sus cinco minutos de fama.
Las principales incógnitas en la elección parlamentaria, radican en a) si continúa el declive electoral de la derecha y b) si las listas independientes mantienen su rendimiento, o lo mejoran, en caso de aprobarse una moción presentada por diputados del Partido Comunista y el Frente Amplio, que permite que los independientes formen pactos entre ellos, o ir en pacto electoral con otros partidos políticos, y formar sub-pactos, entre ellos o con partidos políticos, mismo sistema de la elección de concejales.
Con los datos actuales –necesariamente provisorios, dado que no consideran el trabajo de campaña- se puede esperar, entre los escenarios probables, una segunda vuelta entre el candidato de la izquierda y la candidata de la concertación.
A su vez, al interior de ella, parece avanzar la candidatura de la presidenta del Senado, Yasna Provoste, de la Democracia Cristiana, sobre la representante de la socialdemocracia, Paula Narváez, del Partido Socialista. Tanto por el pobre desempeño de ésta última en las encuestas, y porque, objetivamente, no da el ancho, como por la sutil maniobra de su rival, iniciada con la oferta de mínimos comunes, que le permite cosechar réditos de diverso tipo, incluyendo cobertura en el sistema mediático y la consiguiente subida en las encuestas, señal inequívoca de que el partido del orden asumió, no sin razón, que es la única carta que le puede disputar la mano a a Jadue, en la segunda vuelta presidencial.
En ese contexto, la derecha y la concertación repetirán, como reflejo condicionado, un frente común contra la izquierda; como lo hicieron con Frei Montalva, en 1964; la Confederación Democrática, en 1972, contra Allende, y el pacto de gobernabilidad de 1989 a la fecha, que dio origen al partido del orden y la república neoliberal.
De hecho, la derecha votó en bloque por Orrego, mientras que el senador Francisco Chahuán, de RN, llamó a la unidad de la derecha con la concertación para «evitar el tsunami rojo de extrema izquierda».
En un espacio de tres tercios, dos de ellos en pacto tácito o explícito, con los antecedentes y condicionamientos, históricos y de clase del Chile profundo, clasista, machista y conservador, es evidente que tienen la mejor posibilidad.
Sin embargo, en el esquema de cuatro cuartos, la confluencia entre la izquierda histórica, o política o heredera de Allende, o como se le quiera llamar, y la izquierda social, territorial y multifacética, puede acortar la diferencia.
Una campaña que la exprese, en el contexto de la agonía del modelo, puede encargarse del resto, en el sentido de elevar la participación electoral proveniente del universo de la abstención, y obtener la victoria.
Este encadenamiento de supuestos conduce a que, por segunda vez en la historia del país, un programa de cambio no solo de autoridades, sino de modelo de desarrollo, es votado por la ciudadanía.
Si esa confluencia ocurre, sería la vía más corta, expedita, y de menor costo, para emprender un modelo de desarrollo distinto, como en su momento, lo fue la entrañable propuesta de Salvador Allende.
Pero, por múltiples razones, eso puede, también, no suceder. Entre ellas, inmadurez, incompatibilidad programática, disonancias cognitivas, desconfianzas seculares, personalismos, tribalismos culturales, incomprensión de la oportunidad histórica y un largo etcétera.
Si esas razones prevalecen, y el bloque hegemónico logra un sexto período de gobierno desde 1990, tampoco modificará sustancialmente la tendencia; evidentemente al costo de otros cuatro años no ya de más, sino de menos de lo mismo.
El modelo de desarrollo se agotó. No fue ni será capaz de distribuir lo que promete. Si llega a La Moneda, la representante del statu quo, dejará las cosas más o menos donde mismo, apostando a la restauración natural de la tasa de ganancia, y la recuperación de los mercados. En consecuencia, no tocará la estructura tributaria, ni re-nacionalizará el cobre, el litio y los recursos nacionales, ni desmantelará el sistema privado de pensiones, ni financiará derechos sociales con tributación progresiva, y otro largo etcétera.
Por tanto, lo principal no radica tanto, o solo, en la elección del 21 de noviembre y 19 de diciembre de 2021, sino en el avance, en la consciencia colectiva, de la necesidad de un modelo alternativo, construido por un abigarrado, diverso y multifacético movimiento político y social, que haga posible lo necesario.
Cuanto antes lo logre, menor será el sufrimiento social. Con los datos de hoy, claramente se puede otro Chile, a condición de la unidad política y social de las fuerzas que se proponen ese cometido.