Las elecciones de segunda vuelta de gobernadores del domingo pasado nos hacen introducirnos cada vez más en el mundo surrealista en que se ha ido convirtiendo nuestro país desde hace muchos años. Una elección en que prácticamente nadie sabía bien qué estaba eligiendo, puesto que no se ha informado mínimamente a la población de las facultades y atribuciones del nuevo cargo de “gobernador” y de sus “deslindes” con el “delegado presidencial” que conservará –al parecer- el conjunto de las atribuciones respecto de la mantención del orden público de los agonizantes “intendentes”. Esto, sin perjuicio de la virtual autonomía operativa de que disponen nuestras Fuerzas Armadas y Carabineros, de acuerdo a la actual Constitución (suscrita, no nos olvidemos, por Lagos y todos sus ministros) y las leyes vigentes. Lo que sí no era difícil inferir -¡por la misma carencia de información oficial!- era que se trata de un cargo con muy poco poder. Y que muy poco sentido tenía que lo estableciera el agónico poder constituido, cuando se supone que estamos a las puertas de un nuevo poder constituyente…
Además, elecciones que se han dado en el contexto de uno de los más trágicos ciclos locales de la pandemia, con centenares de personas muertas cada semana y decenas de miles de casos de nuevos contagiados, los que están haciendo –al parecer, porque se nos oculta lo más posible la información- quedar al límite las camas hospitalarias para enfermos críticos de covid;[1] y afectando además (¡lo que tampoco se dice casi!) la atención hospitalaria de muchos otros enfermos graves y la realización de un sinnúmero de operaciones que se efectuaban en tiempos normales. Pero más allá de la sistemática desinformación, al menos todos los de la Región Metropolitana, pudimos constatar la extrema gravedad de la situación actual cuando ¡el día antes de la elección! se impuso por tercera vez en dos años una cuarentena total. Recuerdo patente cuando en el año pasado, con ocasión de las elecciones de gobierno (parlamentario) en Nueva Zelanda, un rebrote de algunas decenas de casos en el país oceánico generó la postergación por un mes de los comicios…
Lo enormemente positivo es que la gran mayoría del pueblo chileno comprendió que no tenía mucho sentido participar en elecciones de personas en cargos poco relevantes y de los que ni sabía sus atribuciones; y que podían significar, además, un evidente aumento de su riesgo de contagio al utilizar la locomoción pública y al aglomerarse en locales de votación, por muy estrictos que fuesen los protocolos. De allí que es de celebrar que sólo un 19,56% de los y las ciudadanas (¡menos de uno de cada cinco!) participasen en estas elecciones “fellinianas”.
Pero si surrealistas fueron las elecciones mismas, más lo han sido las interpretaciones que de ellas han dado algunos de los partidos “triunfadores”. Así, los más altos dirigentes del PDC han resaltado con entusiasmo la esmirriada votación que le dio la ventaja a Claudio Orrego en la Región Metropolitana (obtuvo el 13,54% del total de los electores versus el 12,15% de Karina Oliva), ¡y pese a que en ella fue completamente decisivo el apoyo que le dio la derecha tradicional! No sólo porque sus cuatro precandidatos presidenciales se matricularon públicamente a su favor; sino particularmente porque, respondiendo a ello, las bases más ideológicas y de poder económico de la derecha (las de Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea) le dieron –lejos- el triunfo al candidato del PDC.
Así, en esas tres comunas Orrego subió de la primera a la segunda vuelta de 53.273 votos a 182.394. Es decir, ¡un gigantesco 242,37%! En realidad, Las Condes sola le dio el triunfo al candidato del PDC; ya que allí su diferencia a favor respecto de Oliva fue de 89.666 votos; siendo que en toda la Región Metropolitana la superó sólo por 80.796 sufragios. Es decir, las muestras de entusiasmo de aquellos dirigentes muestran un ridículo engaño o… autoengaño.
No menos surrealista ha sido el entusiasmo demostrado por el PS con sus tres gobernadores electos: Pablo Silva en O’Higgins que ganó al UDI Eduardo Cornejo, por 8,94% contra 6,56%; Oscar Crisóstomo en Ñuble que ganó al UDI Jezer Sepúlveda, por 8,62% contra 7,66%; y Luis Cuvertino en Los Ríos que ganó a la RN María José Gatica, por 12,48% contra 8,60%.
Realmente el divorcio entre la “clase política” y el país real no puede ser más grande, como se demostró con el “estallido”, “revuelta” o “rebelión” social de octubre de 2019; el fraudulento “acuerdo por la paz” de noviembre de ese año; y con las elecciones del 15 y 16 de mayo y la del domingo pasado. ¡Ni siquiera la tragedia que hemos sufrido con la pandemia lleva a nuestra elite política y económica a introducir drásticas medidas de justicia social que le den sustento económico a una cuarentena eficaz! ¡Ni siquiera su total sorpresa con el “estallido”; con las elecciones de mayo pasado ni con estas últimas, las llevan a hacer que la Convención Constitucional se rija por las reglas democráticas que conocemos desde los griegos (el gobierno de la mayoría)! ¡Ni que al menos le den la posibilidad a las listas independientes mayoritarias de las elecciones de mayo (“Lista del Pueblo”, sumada a varios convencionales independientes de regiones con visiones análogas y que no contaron con ningún medio tradicional de comunicación) a que puedan presentarse a las próximas elecciones parlamentarias en las mismas condiciones que lo hicieron para mayo!
[1]Desde febrero –de acuerdo al Worldometer- Chile ha estado permanentemente entre los tres países del mundo con más enfermos graves por covid en relación a su población, lo que se ha ocultado sistemáticamente por el gobierno, los
canales de televisión y la generalidad de las radioemisoras y diarios del país.