La historia política de las naciones nos enseña que en épocas de crisis profundas es muy difícil que prevalezcan los partidos y otras instituciones cívicas. Las derechas al igual que las izquierdas suelen cambiar sus denominaciones a objeto de sacudirse de los estigmas del pasado y convocar la adhesión de las nuevas generaciones. De esta manera, son pocos los casos de referentes que se perpetúan con los años como lo han hecho el PRI mexicano o el Justicialismo argentino, aunque ya no tengan nada que ver con lo que se propusieron sus fundadores. Un ejemplo vivo de lo anterior es lo sucedido con la Democracia Cristiana Italiana o la Falange española que en cosa de pocos meses o años desaparecieron del mapa político.
La propia derecha chilena ha cambiado sus nombres en múltiples oportunidades, pero añosos partidos como el Radical, el PDC y los socialistas han insistido en mantener sus nombres, aunque sus ideologías e idearios programáticos hayan cambiado sustantivamente. Es el pragmatismo el que los ha ido permeando en desmedro de sus convicciones de antaño. Al grado que buena parte de las realizaciones neoliberales de la posdictadura han sido implementadas por estos partidos desde La Moneda y el Parlamento.
Reformas como la Nacionalización del Cobre, la nueva tenencia de la tierra y otras son ahora pura nostalgia, y personajes como Salvador Allende, Frei Montalva y Pedro Aguirre Cerda no podrían dar crédito a que sus rostros todavía pendan en las convenciones y juntas nacionales de los partidos que lideraron. Ni siquiera un Jorge Alessandri Rodríguez se sentiría cómodo con algunas posiciones actuales de la Sociedad de Fomento Fabril y otras entidades patronales y partidarias que lo llevaron a La Moneda.
El ideal actual del líder político es el del dirigente sagaz, que logra captar apoyo popular sobre la base de su audacia y el dinero que recauda para financiar sus campañas electorales; que se muestra hábil con la palabra, aunque no necesariamente convincente en foros y debates públicos. El que tiene una muy bien aceitada maquinaria y cuenta con operadores políticos que ya no requieren mística y solidez ideológica alguna. Sólo se trata de “vencer” a cualquier precio en las jornadas electorales y no necesariamente de “convencer“ al pueblo, ayudado por el hecho de que las promesas electorales habitualmente pueden cambiarse del todo una vez en el poder.
Se piensa que quienes diseñaron el sistema electoral binominal, por ejemplo, tenían como norte que los sufragantes llegaran a ser los menos posibles, al grado que hoy en Chile son más los que se abstienen que los que emiten sus votos. Pasó la época de los ideólogos que en algún tiempo enorgullecían a partidos y militantes. Hoy se habla de “aparatos” al interior de las colectividades y de personajes capaces de establecer vínculos internacionales para captar recursos, emprender incluso negocios y afianzar relaciones con los narcotraficantes que ya gravitan enormemente en las decisiones de las municipalidades, los tribunales y la propia elección de autoridades.
Fue tanto el remezón que produjeron los últimos escrutinios electorales que muchos pensamos que varios partidos cerrarían sus puertas o, al menos, se rebautizarían, luego de que en la Convención Constituyente de 155 miembros elegidos solo 51 resultaron militantes. Después de que el país eligiera como gobernadores, alcaldes y concejales a un inmenso número de independientes o que la agrupación más votada fuera la de la Lista del Pueblo, cuya denominación no la tenían registrada siquiera los medios de comunicación. Una entidad nueva que eligió un amplio número de constituyentes que se destacaron en el Estallido Social del 2019 y las movilizaciones callejeras que no han cesado durante la Pandemia. Varios de cuyos líderes, por lo demás, siguen encarcelados a la espera de duras sentencias judiciales.
Lo que sí hubo, sin embargo, fue un rápido intento por organizar en la derecha y la oposición elecciones primarias que determinen los futuros candidatos presidenciales que compitan en noviembre próximo. El oficialismo, ante el desastre, depuso su guerrilla interna y rápidamente inscribió en el Servicio Electoral a cuatro postulantes, de los cuales uno resultará el abanderado del sector. Fue sorprendente cómo éstos lograron aquietar los ánimos y pese a los magros resultados obtenidos estén confiados en que emergerá de éstos un sucesor de Piñera. Aunque su actual Jefe de Estado esté terminando su mandato de forma tan esmirriada, como que aun existen dudas de que pueda realmente completar su período constitucional.
Lo propio se pensó que lograrían los partidos de la ex Concertación y Nueva Mayoría, pero en este caso las heridas eran tan profundas que los comunistas y el Frente Amplio desahuciaron todo acuerdo con los socialistas, los demócrata cristianos y los radicales, eufóricos como están de que esta vez solo entre ambos podrían elegir al futuro Presidente de la República. El portazo que le pegaron al Partido de Allende en las puertas del Tribunal Electoral fue apabullante. Una humillación de la que se salvó la Democracia Cristiana solo por haber depuesto la candidatura presidencial de Ximena Rincón (que ya había sido nominada) y no haber logrado entre gallos y medianoche que la senadora Yasna Provoste aceptara representar a los falangistas, después de que algunas encuestas la posicionaban mejor que su camarada y colega en la Cámara Alta. Un intento, por supuesto, del más burdo oportunismo.
Los comunistas y la multiplicidad de partidos y movimientos del Frente Amplio, tienen la esperanza de captar en las presidenciales el voto de los sectores más ultra izquierdistas que se representaron en muchos de los independientes elegidos como en la Lista del Pueblo. Para tal objetivo, persistir en una alianza con la DC y, sobre todo, con el Partido por la Democracia (PPD) no era funcional a este propósito. Pero en una entrevista otorgada al diario El Mercurio por Rafael Montesinos, quien oficia de vocero de este nuevo referente, éste advierte que los partidos de la izquierda tradicional están “totalmente alejados de las demandas del pueblo…” por lo que no descartan una candidatura presidencial propia que se proponga revolucionarias transformaciones. Lo que ya ha producido efectos en la economía y causa pánico de algunos inversionistas.
Pero el panorama es a todas luces muy incierto, todavía, y no sería extraño que la papeleta electoral de noviembre próximo tenga a múltiples postulantes en su primera vuelta. En tal caso. La derecha abriga esperanzas de competir solo con un candidato, o a lo sumo dos, mientras que los del centro y de la izquierda es posible que sean varios. Y haya que confiar hasta fin de año para ver desaparecer a partidos que ya no tienen arraigo ciudadano alguno. Y con ellos, resuelvan jubilarse también una serie de desacreditados políticos.