La casta política chilena y el sistema mediático han rivalizado en empeños y recursos para estigmatizar y ridiculizar el «fracaso» de la lista única opositora para las primarias presidenciales.
Admirable autoridad para invadir terrenos que no les conciernen.
Algunos se han esforzado en documentar la bitácora del evento, sin perjuicio de que la mayoría ha utilizado la caricatura como arma arrojadiza para batir nociones catastrofistas, amenazadoras y equívocas, tales como crisis, ingobernabilidad y populismo.
Es cierto. Se trataba de un momento histórico. Pero, antes de eso, requería de una decisión política, y como tal, cualquiera de las alternativas presentaba, ex ante, costos y beneficios.
Entre estos, la virtual seguridad de que el «polo» de izquierda, integrado por el Frente Amplio, el Partido Comunista y el Partido Socialista, obtendría el próximo gobierno.
Entre los primeros, mantener espacios grises o indecisos, respecto de aspectos sustantivos, en momentos en que se disputa un nuevo contrato social.
Mucho se ha especulado si fue la exclusión del PPD y el Partido Liberal, o la inoportuna propuesta de listas parlamentarias, lo que trabó el «histórico» pacto.
No tiene mucha importancia en la medida en que era un pacto desalmado, diacrónico respecto a las dolorosas y palpitantes urgencias de hoy. Atravesamos, por si alguien lo olvida, una crisis civilizatoria multidimensional, tanto en el nivel nacional como global. .
Esa unidad no es la importante, lo que no significa que no sea contribuyente, en su momento, cuando una sólida mayoría ciudadana sea la condición de posibilidad para reestablecer una república democrática, en reemplazo de la república neoliberal.
La unidad estratégica consiste hoy en la que sea necesaria para reemplazar el modelo neoliberal por otro que brote de la creatividad popular, en un horizonte de posibilidades inédito, libre de condicionamientos previos. Una oportunidad histórica única e irrepetible, en mejores correlación y condiciones, que en el primer round emprendido por Salvador Allende.
La unidad, para serlo, necesita acuerdos en aspectos esenciales, particularmente, el modelo de desarrollo que se le propone al país.
Más que pensar en candidaturas, los socialistas deberían estar meditando acerca de la posición de sus 15 constituyentes, en la convención, cuando se voten materias inherentes a derechos sociales, o al rol del Estado, o a la renacionalización de los recursos naturales o al papel de las Fuerzas Armadas y Orden; u otras relativas al desmontaje del sistema neoliberal, tales como seguridad social, reforma tributaria, reforma laboral o regulaciones al capital.
En esa cita con la historia, los socialistas deberán decidir si entran al segundo round, en la esquina de Allende, o en la de los que lo derrocaron.
La unidad que importa, la única que conduce al cambio de paradigma de desarrollo es la confluencia entre la izquierda política que puso el eje en el reemplazo del modelo neoliberal, y los movimientos sociales surgidos del 18/O.
Por descontado, no será fácil. La desconfianza de los segundos es profunda y fundada.
Sin embargo, el costo de no lograrlo es perder la oportunidad del cambio de Chile, ahora posible. En fase de aceleración del tiempo histórico, en días hay cambios en la coyuntura, que en otras condiciones, tardarían décadas.
Cabe confiar en que la sabiduría secular del pueblo chileno, representada mayoritariamente en la convención constitucional, termine compartiendo esa conclusión.