Parece ser que a los analistas políticos ya no les llama la atención que bastante más de la mitad de los ciudadanos no concurra a sufragar (58 por ciento). Si en el pasado, Chile se ufanaba de ser un país de alto espíritu cívico, con esta concurrencia la verdad es que quedamos muy al debe al respecto. Sobre todo si en los últimos comicios los chilenos tuvieron por primera vez dos días para votar y podían marcar opción por los varios miles de candidatos que se postularon a constituyentes, gobernadores, alcaldes y concejales. “Fiesta de la Democracia” en realidad no hubo, aunque para millones de chilenos por varios meses confinados en sus hogares por la pandemia, salir a la calle fue un verdadero respiro y motivo de júbilo.
Lo más relevante de esta jornada fue la elección de los 155 integrantes del Consejo Constituyente que tendrán la misión de redactar una nueva Constitución Política del Estado. Una entidad que se hará cargo de definir cada artículo de nuestra nueva Carta Magna siempre y cuando sean aprobados por los dos tercios o más de sus miembros. Un quórum tramposo impuesto por el Congreso Nacional y la clase política para impedir que los constituyentes elegidos democráticamente, y de forma paritaria, pudieran determinar lo que les parezca, como remover las bases del actual y cuestionado orden institucional heredado de la Dictadura y sacralizado por las tres décadas de los gobiernos y parlamentos que la siguieron.
Con los resultados de los comicios se aprecia, ahora, la escasa posibilidad de que la derecha pueda vetar las decisiones mayoritarias, al no obtener un tercio de los constituyentes sino una cifra que solo podrían ver reforzada con los votos de algunos ex concertacionistas y uno que otro independiente que se descubran renuentes a cambiar el orden institucional establecido por la Constitución de 1980. Sabemos que la Alianza por Chile saldrá a seducir a estos concejales y que varios de éstos podrían perfectamente ceder a su influjo.
Los balances indican que fueron los candidatos independientes los grandes ganadores de esta jornada electoral, los que estarán representados por una bancada de 48 escaños en la Convención Constitucional. En su mayoría personas que, habiendo tenido militancia partidaria, terminaron por desencantarse de estas agrupaciones y de la conducta de sus mandamases. Por lo que en ningún caso se trata de personas desideologizadas o erráticas. El prestigio, entre ellos, de un Benito Baranda, por ejemplo, nos ahorra mayores comentarios.
Triunfantes deben sentirse también en el Frente Amplio con sus diversas y muchas veces mal avenidas denominaciones. Enseguida, debe ser el Partido Comunista el que celebre haber llegado a la conducción de varios municipios, pero muy especialmente al de Santiago, que hasta aquí fue bastión de la derecha, y donde resultara derrotado un alcalde de apellido Alessandri, para mayor tragedia del conservadurismo criollo. Justo es destacar, además, la consolidación de un referente nuevo como el Partido del Pueblo que eligió a 22 concejales. Un fenómeno realmente inesperado y que le da representación a varios líderes que se destacaron en el llamado Estallido Social del 18 de octubre del 2019.
Si la anécdota principal de los comicios fue el improperio de la diputada Jiles al Jefe de Estado enfrente de los medios de comunicación que transmitían en vivo, en la noche de los escrutinios deben haber sido muchísimos los derechistas que usaran gruesos garabatos, también, para referirse a la responsabilidad de La Moneda y de Piñera en su desastre electoral. Por su débil elección de concejales y en la pérdida de numerosos municipios, además del de Santiago. Pocos habrían imaginado que la propia alcaldía de Viña del Mar pasara de la derecha al Frente Amplio y que su candidata a la Gobernación de la Capital llegara tercera y no alcanzara siquiera a llegar a la segunda vuelta que ahora va a ser entre un disminuido candidato de la Democracia Cristiana y una líder de izquierda emergente progresista como Karina Oliva.
Más allá de guarismos que van a manipular los partidos políticos para aminorar la derrota común de Chile Vamos y de la ex Concertación, muchos celebran la derrota personal de personajes como Gonzalo Blumel, el ministro del Interior de Piñera, y de otros como Carlos Ominami y Mariana Aylwin, viejos concertacionistas disfrazados de independientes para distraer a los sufragantes. Asimismo, y a pesar de que resultaron elegidos varios “rostros” de la televisión, hay que celebrar la derrota de varios otros actores y figuras del espectáculo, como la exuberante Marlene Olivari, reclutadas por la derecha nada más que para que le sumaran algunos votos mediante sus rutinas televisivas o sobre las tablas.
En relación a las próximas elecciones presidenciales, difícil parece que prospere un acuerdo entre social cristianos, social demócratas y las expresiones más vanguardistas, cuyos penosos liderazgos creen estar signados para derrotar al candidato del oficialismo. Pero como los resultados obtenidos por la derecha y la ex Concertación fueron tan magros, ya no se piensa necesariamente en la unidad de la oposición para darle un nuevo gobierno a Chile. El epicentro de la política se va a desplazar desde el gobierno y el Congreso Nacional a la Convención Constituyente. Muy pronto a pocos le va a importar los integrantes de los curules legislativos y las casi cotidianas y majaderas intervenciones del Jefe de Estado. Bueno sería que éstos fueran abandonando sus cargos y, con ello, desahogar el presupuesto público.
Debe ser desde La Convención Constituyente que se construya una alternativa para Chile, con nuevos líderes, ideas frescas y en la voluntad de convocar a los que no votaron. Muchos de los cuales se abstuvieron por la rutina electoral del desencanto y el más de lo mismo… sin calcular lo que finalmente se ha producido: la posibilidad de que se inaugure un nuevo escenario político que defina una nueva Carta Magna, pero al mismo tiempo exija allí y en las calles las reformas económicas y sociales por tan largo tiempo demandadas. Entre ellas las más urgentes como el término de las AFPs, el impuesto a la riqueza de los millonarios y las utilidades de las grandes empresas. Así como la recuperación de nuestras reservas estratégicas y un salario mínimo digno para todos los trabajadores.
Saludable ha sido observar a los grandes empresarios después de las elecciones. Da gusto verlos preocupados o más bien desencajados por lo acontecido. Que reconozcan que se está inaugurando una nueva era en la que los trabajadores deben ser los protagonistas, que deben cesar los abusos patronales y la explotación de los recursos naturales. En primer lugar, debe proponerse el bienestar del pueblo y el respeto al medio ambiente. Un tiempo en que se prohíba el lucro en la educación, la salud y otras áreas de la actividad nacional. Y en el que los ahorros previsionales, por supuesto, sean administrados por el Estado y los propios cotizantes.
Debe ser aspiración de un nuevo texto constitucional, restablecer el voto obligatorio, que exija y vele por la diversidad informativa, soporte tan fundamental de la una genuina democracia. A fin de que los que deciden el presente y el porvenir sean mejor informados y para que los millones de chilenos que hoy se abstienen se hagan parte de las transformaciones que también anhelan.