Chile es un país de terremotos, qué duda cabe. Y terremotos de los grandes, marcando hacia los límites históricos en la escala de Richter. Y los chilenos y chilenas ostentamos el prestigio de enfrentarlos con un aplomo y tranquilidad desconcertante.
Sin embargo, el terremoto socio-político que arrojó ayer los resultados del proceso electoral hizo hoy amanecer a la clase política tradicional en shock. Tal como si hubiesen sido golpeados por una Bludger o por una pelota de béisbol a toda velocidad en plena cabeza, la llamada “elite política” sufre el impacto de un pueblo que hace muchos años ya no los legitima, que no tiene otras opciones en el voto que las de sus entelequias, cansado de ser utilizados como ciudadanos de segunda clase y como validador, elección tras elección, de una democracia que se restringe a llamarse como tal sólo por el acto de sufragar, porque en el ejercicio del poder no ha sido representado y, muchas veces, ha sido agredido por la decisiones que se han tomado por la élite política entre cuatro paredes y sirviendo a intereses empresariales y corporacionistas, y que hoy intenta situarse sobre el planeta no muy segura de en qué coordenadas se encuentra porque este pueblo les ha inhabilitado la brújula por completo y les ha quitado, sin duda alguna, el piso en cual alguna vez caminaron.
En suma, entre sábado y domingo se escogieron alcaldes y concejales para los municipios. También se escogieron gobernadores. Por primera vez desde las elecciones post dictadura que en Chile hay gobernadores electos por el pueblo y que tendrán responsabilidad sobre cada región del país en las que antes el único responsable era designado a dedo por el gobierno de turno. Pero tal vez lo más trascendente, es que se escogieron a los 155 representantes que integrarán la Convención Constitucional que redactará una Constitución para Chile.
En las municipales y entre los gobernadores, hay un alza significativa de ganadores de partidos de centro izquierda, desde el más tradicional Partido Comunista -pero que ha ganado escaños con fuerte presencia de candidatos y candidatas muy jóvenes-, pasando por el nuevo conglomerado del Frente Amplio -sector variopinto al que le ha costado encontrar ciertas definiciones y que más bien ha navegado descubriéndose sobre la marcha y las urgencias, pero que finalmente logró por lo pronto establecer acuerdos superiores con los comunistas-, hasta candidaturas de independientes de cuanto nuevo movimiento social existe, y que lejos de repelerse unos a otros, se hermanan en las coincidencias en una dinámica que más o menos dice que “bien, ustedes ven este tema, nosotros este otro y ahí nos encontramos”. Dentro de este último grupo, todos coinciden en que fueron los independientes candidatos a constituyentes, los sin partidos políticos, los grandes vencedores de este proceso electoral.
Jamás una Constitución en Chile fue escogida por representantes directos del pueblo mismo en toda su historia republicana. Jamás hubo en el mundo una constituyente con paridad de género y esto es un síntoma de la revolución paradigmática en este país machista patriarcal, en el que la ola feminista chilena ha sido icónica a nivel mundial, cambiando para siempre la forma en que aceptamos entendernos y tratarnos y considerarnos unos a otros en este lugar.
Y aunque la clase política de la élite trató, trata y sin duda seguirá intentando secuestrarle este proceso al pueblo, la verdad de los hechos es que hubo más de 70 listas y solo una decena eran de partidos políticos, y así y con todo, ni en la ultra derecha dudan de los resultados: ganaron los independientes, ganaron las fuerzas de izquierda, ganó el pueblo mismo representado en listas autoconvocadas, de gente que se conocía o que se conoció en la calle o al alero de alguna lucha o demanda social.
Y los grandes perdedores, de plano, son los de esa clase política tradicional y elitista, considerada aval del sistema neoliberal, desde la derecha tradicional hasta la ex Concertación que gobernaron por 30 años a un Chile que no vio nunca llegar la “alegría” prometida en el eslogan de campaña del Plebiscito que terminó a medias y “en la medida de lo posible”, como dijo el ex presidente Aylwin, con la dictadura y con el legado de la dictadura de Augusto Pinochet, siempre sin tocar el modelo socio-económico neoliberal y más bien consolidándolo, de paso instalando progresivamente en los directorios de las grandes empresas, a los que alguna vez fueron líderes de la centro izquierda chilena, que jugó las cartas de la salida política pactada con Pinochet para esa “transición a la democracia” que como tal jamás se consolidó pese a cualquier discurso vendido a la opinión internacional.
SIEMPRE SUPIERON LA VERDAD
Hasta un reconocido Senador chileno de ultraderecha y abierto pinochetista lo mencionó sin tapujos en un canal de televisión y lo parafraseo: nos ganaron limpiamente. Nos dejaron reducidos a casi nada y hay que admitirlo. Y agregó aún más, asegurando que “Chile siempre ha sido un país de centro izquierda”.
Esto último es crucial de considerar porque da cuenta de que la clase política que sí ha tenido el Poder históricamente, ha usado ese poder para invisibilizar y alienar, lo que saben perfectamente que sí existe y que es la mayoría, y, esto es, la existencia de un pueblo crítico y socialmente consciente. Un pueblo reconocidamente solidario, que tiende a la izquierda muy posiblemente sin saber que su manera de considerar a la sociedad y de ver la vida es de izquierda, porque entre otras cosas, le han hecho creer en el “discurso oficial” que la izquierda es una suerte de demonio, por cierto muy rígido, en una caricatura sin duda popularizada en el marco de los años de la guerra fría y al alero de las dictaduras latinoamericanas.
Así es, Chile es un país naturalmente solidario, a niveles de paradigma social que nos autodefine y del cual a ratos nos orgullecemos. Pero también es un país conservador desde muchas perspectivas. O lo había sido. Otra ex verdad que se derrumbó con los resultados de estas elecciones como por la configuración de sus participantes y la nueva correlación de fuerzas que ha arrojado el proceso y sus consecuencias.
Estas elecciones tuvo el promedio de edad más joven en los candidatos y candidatas a alcaldes, por ejemplo, y si no fuera por la ley de paridad de género, habrían ganado los escaños constituyentes aún más mujeres, lo cual demuestra que sólo hacía falta que nos pusieran en las papeletas y demuestra quiénes era los que evitaban hacerlo. Rotundos triunfos y presencias y participaciones y movilizaciones de movimientos sociales, de grupos excluidos por años, de jóvenes, de artistas, de feministas, de movimientos LGBTI+++, de pueblos originarios, de banderas de cuanta lucha social es imaginable, fueron celebrados ayer muy tarde en la noche, e hizo amanecer hoy con un ojo en tinta a las privilegiadas élites chilenas.
Entonces -y lo diré con un gusto indescriptible-, estas elecciones en Chile están dando cuenta de que lo que se ha estado diluyendo junto al discurso oficial y al poder hegemónico a fuerza y ultranza de una clase política desprestigiada e ilegítima (habían puesto ellos las reglas para correr ellos las carreras y ganar sólo entre ellos y no quedaba de otra que votar por alguno de ellos y encuesta en mano, ya no representaban a más de 3% de la ciudadanía), son las raíces conservadoras de este país.
UN NUEVO PAÍS
Este es otro Chile. No es la arena política lo único que ha cambiado. El cambio de la arena política también responde al cambio profundo que ha experimentado la sociedad chilena y que se ha consolidado como discurso legítimo desde el momento en que compartimos nuestras vivencias y sentires y así despertamos y nos encontramos, hasta el momento en que nos pusimos a decirnos estas cosas y las comenzamos a pensar. Y a pensar muy crítica y profundamente.
Tengo la firme intuición de que este es un fenómeno que está ocurriendo en buena parte del mundo y sin duda Internet y las redes sociales utilizadas como plataforma de encuentro y articulación tienen mucho que ver en ello. Un botón de muestra de lo que digo, que da cuenta de esta misma dinámica, es lo ocurrido con el movimiento #metoo (“yo también”), en el cual millones y millones de mujeres en el mundo dijimos abiertamente “yo también fui abusada por un hombre”.
Media humanidad dio cuenta de que había sido abusada por la otra mitad de la humanidad, por los siglos de los siglos, sin duda. Detente a dimensionar esto. Brutal, ¿cierto? Pues bien, esta es la verdad. Ya la comenzamos a mirar de frente, a los ojos, y a nombrarla por su nombre, y, en Chile, este fin de semana hemos escogido un puñado significativo de nuevas autoridades que llevan las pañoletas lila y verde atadas al cuello.
Estas elecciones en Chile arrojaron varios hechos a la exposición pública mediática, si bien todos y todas, ya lo sabíamos (de ahí la legitimidad de estas verdades que han enterrado el discurso oficial), como que por ejemplo, la gente comenzó a mirar al vecino, al que siempre trabajó, por ejemplo, en la Junta de Vecinos y desde hace poco más de un año, en las ollas comunes o en el ropero popular, o que gestaron las huertas comunitarias y los comités de viviendas que luchan por un techo digno para los pobladores y allegados, y así, en muchas comunas, ganaron los vecinos independientes (sin militancias), que participaban en elecciones a alcaldes y concejales.
Luego de estas elecciones, nadie pone en duda que los movimientos sociales han reemplazado a los partidos en una gran dimensión de estas articulaciones sociales que nos convocan. Nadie pone en duda que tenemos hoy un gobierno fallido y muy desorientado. Los electos constituyentes son una buena muestra de cómo se configura Chile. El partido de Kast, ultraderecha conservadora más pinochetista que había surgido el último tiempo, desapareció del mapa. Piñera no lidera a su coalición y de facto es el Parlamento el que ha estado dictando la agenda oficial muy presionados por la ciudadanía. Más de la mitad del electorado no vota siempre y esta vez se abstuvo, porque eso depende, y de qué depende, ya lo explico, pero dice relación con cuánta legitimidad o falta de ella, acerca de algo, somos capaces de transar. Pero luego toco ese punto, porque sin duda aquí risa más el rizo y no estamos ya para lecturas simplistas.
Pero tal cual se ve, se trata de un terremoto de los grandes, sobre los ocho grados, porque cambió la geografía tal y como se consideraba que existía. Podría precisar que aquí, desde el pueblo, ya lo sabíamos, era la verdad misma, pero como en Chile los poderosos insisten en establecer a la fuerza esta suerte de “verdad oficial” para cuanta cosa ocurre, entonces claro, muchos podrán hoy calificar a lo que ha ocurrido como una gran sorpresa, simulando que se vienen desayunando con la noticia de que Chile “ha cambiado”. Lo cierto, a mi juicio, es esto: Chile siempre ha sido otro, y la verdad verdadera -por todos conocida-, por fin, ha salido a la luz.
Y lo que ha sucedido, a un costo altísimo en vidas humanas desde diversas perspectivas (muertos, mutilados, violadas y violados, baleados, quemados, heridos, torturados, perseguidos, encarcelados, etc), es que el proceso revolucionario chileno, estableció la posibilidad, por primera vez en la historia de este país, de mostrar quiénes somos los chilenos y chilenas, qué queremos y qué no, y lo empoderados que estamos.
EL BAILE DE LOS QUE SOBRAN
Hemos otorgado legitimidad a la voz de los que sobran, de los que sobrábamos, de los nadie, de los que pateábamos piedras, como dice la letra de una canción de Los Prisioneros y que se tornó emblemática en el marco del Estallido Social, y esto debido a un cambio de foco, que nos hizo transitar entre posar la mirada allá arriba, en esa clase política corrupta, elitista y traicionera, a posar la mirada en el vecino, literalmente el vecino, el de al lado mismo, luego en mí, y otra vez en el vecino, y que de ese diálogo e identificación de una identidad en común, de signos compartidos, surgiera la confianza de darse la mano en las calles, en la asamblea del barrio, en un cabildo auto-convocado, en la solidaridad de una olla común, en el dolor de la pérdida, en el amor del encuentro, y en una urna electoral.
Y no ha sido fácil tampoco. Es un nacimiento, es un parto y todo parto es doloroso. Las contracciones hacen aullar muchas veces y las mujeres parturientas lo sabemos. Este despertar y ponerse de acuerdo ha sido también con pataletas, con peleas, con gritos y con risas. Con abrazos, con desencuentros, con confianzas y desconfianzas y re-confianzas. Con dolor frente a la brutalidad de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en Chile, aún impunes. Con la urgencia de resolver. Con el miedo a la persecución. Con desilusión y nuevas ilusiones. Con los cientos de jóvenes presos políticos padeciendo injusticia y necesidad y muy pocas garantías de un juicio justo y por los cuales muchas y muchos nos hemos organizados para ir en su auxilio.
También hemos padecido las consecuencias de la pandemia día a día. Este proceso ha sido con miedos y valentías que se han conjugado en un huracán de apoyo mutuo en el cual unos hemos incentivado a otros y los otros a los unos para poder continuar y no decaer en esta explosión de activismo en Chile.
Con todo y más, es que el pueblo de Chile, siempre movilizado, siempre atento y alerta, decidió este fin de semana seguir adelante en el proceso constituyente y, debido a todo lo demás, votó pero no de forma masiva, más sí contundente respecto de los resultados, los cuales han enterrado, han diluido, han minimizado al máximo histórico a la clase política tradicional chilena, a elite y todo lo que ella representa y significa en uno de los países más desiguales del mundo que se jacta de su desarrollo, asunto que no ha hecho otra cosa que crispar los ánimos año tras año.
UN ESTALLIDO ELECTORAL
Lo ocurrido en Chile y observado por todo el mundo, ha sido popularmente y de capitán a paje, calificado como un Estallido Electoral, parafraseando el nombre del Estallido Social con el cual fue bautizado el Big Bang del proceso revolucionario de octubre en Chile del 2019, y que orilló a la clase política al punto de que el pueblo logró lo que para muchos era impensable: un plebiscito en el que se decidiera escribir una nueva constitución para Chile partiendo de una hoja en blanco y, con ello, dejando atrás la carta magna diseñada por la dictadura de Pinochet, aprobada entonces fraudulentamente, y sobre la cual sólo se habían realizado modificaciones.
Y tal como con el Big Bang, que dio cuenta de un universo que se expande. Porque en Chile se están expandiendo las posibilidades de lo imposible para escribir otro mundo y hacerlo real, porque por primera vez en Chile, es un abanico representativo de chilenos y chilenas justamente del mundo real, del mundo de a pié, del mundo vecinal, el que se sentará a escribir una Constitución, el que nos representará a todos y todas para pensar a Chile entre todos y todas, y además con nuevos paradigmas inéditos y que llegaron para quedarse porque son parte de la conquista popular: paridad de género en la elección de constituyentes y escaños reservados para los pueblos originarios.
Lo que ha sucedido en Chile en estas elecciones del fin de semana recién pasado, no sólo es único desde muchos factores, sino que da muestra clara de un cambio en el eje del contrato social. Ya no basta escoger a un representante y que luego haga y deshaga. Ahora estamos encima, exigimos que se nos consulte y considere, los evaluamos a diario y queremos respuestas inmediatas por Twitter y sin dobleces. No dejamos a nadie con cabeza si ha salido al descubierto la más mínima traición. Siempre los estamos escrutando.
Los chilenos hemos asimilado que somos los mandantes y que los únicos intereses que deben ser atendidos son los del pueblo y los del bien común. No hay paciencia y margen para aceptar ni siquiera indicios de corrupción y sabemos que este empoderamiento y claridad se instala en el marco de un Estado de Derecho fracturado y sin mayores garantías, en un país gobernado por un criminal de lesa humanidad que ejerce Terrorismo de Estado en contra del pueblo, por lo cual sabemos que no debemos abandonar las calles y la movilización popular porque es por lo pronto nuestra única arma en contra del Poder ilegítimo.
Esto explica en buena parte la alta abstención en estas elecciones, toda vez que son las instituciones las que son cuestionadas y en las que no se cree y porque legítimamente muchos han decidido no jugar el juego electoral bajo un gobierno criminal y mientras existan presos políticos, y aunque en el pasado plebiscito del Apruebo votó más de la mitad del electorado a favor de una nueva Constitución, en esta pasada la abstención arroja la lectura de desconfianza esperable acerca de cómo se redacta la carta magna, ya que las reglas las pusieron quienes son parte del problema –la clase política-, que es la que no queremos nuevamente en el Poder y que goza con ese notable 2 a 3 por ciento del apoyo popular, según las encuestas más serias o competentes, o sea nada.
EL DERRUMBE DEL DISCURSO OFICIAL
La ciudadanía, el pueblo, no sólo no cree y ha desligitimado a la clase política elitista tradicional, sino que ha hecho carne, acuerdo, organización y voto al mismísimo sentido común. Sí, tal cual, el sentido común en gloria y majestad. Y de esto hasta Sebastián Piñera dio cuenta anoche en un mensaje a la Nación, del cual se extrae, claramente, que su gobierno y en general la clase política no ha podido estar más desconectada de la gente.
Lo cierto es que la gente ni siquiera piensa, sino que sabe, que esa desconexión es deliberada y que son las consecuencias de ello las que no fueron evaluadas en su real dimensión y peligro, porque se trata de una clase política que ha demostrado que desprecia profundamente lo que la gente piense o, más aún, su capacidad de pensar. Se acomodaron en la creencia de que vendernos un “discurso oficial” iba a ser finalmente más potente que las propias vivencias a la hora de decidir en qué creemos.
El lenguaje crea realidad, es cierto, pero cuando la realidad es brutal y diametralmente opuesta al discurso oficial, no hay lenguaje que pueda maquillarla. Imaginen entonces cuán brutal ha sido la realidad que la mayoría de los seres humanos en Chile hemos estado viviendo en este país que se vendió al mundo como “el jaguar de Latinoamérica” en la década de los noventas, como para que hayamos llegado a esto hoy, frente a un mundo que nos observa atónito.
El pueblo se ha cansado de que se muestre un Chile que funciona en cifras pero que en la praxis no existe, que es un bluff. El discurso oficial, cual bofetada, una tras otra, logró generar tal nivel de rechazo e indignación, que el mismo pueblo salió a las calles a mostrarle al mundo que el “oasis” de Piñera no era más que un charco de barro en el cual cuatro pelagatos tienen la riqueza, el coste de la vida es paralelo al de países ricos y desarrollados y el grueso del pueblo apenas sobrevive siempre y cuando tengan capacidad de endeudarse y, como broche de oro, hay que trabajar, literalmente, hasta morir, porque en Chile no hay pensión que alcance ni para cubrir lo más básico.
Ni hablar de la pésima calidad de la educación (el grueso de los jóvenes en Chile salen de la educación secundaria sin apenas entender lo que leen, sin un manejo básico de las matemáticas cotidianas y sin saber en qué hemisferio del planeta se ubica el país, aunque sin embargo tienen clarísimo cuál es el enemigo, o sea, el sistema), y son quienes justamente le doblaron la mano al sistema e hicieron estallar la revolución, aún siendo una banda de menores de edad, saltando decididos los torniquetes del Metro de Santiago y aguantando disparos de balines y perdigones, mientras la autoridas los trataba como criminales. Y también de un sistema de salud precario en donde si no tienes dinero para pagar una salud privada, pero aun así sobrevives frente a una enfermedad catastrófica, tu vida se condena desde muchas perspectivas, en una lucha indigna que es maquillada con cifras pomposas que ocultan los miles y miles de muertos anuales esperando atención médica en listas de espera. Una salud digna es un desesperado grito de rabia y auxilio al mismo tiempo que con desgarro los chilenos y chilenas han hecho retumbar en las calles del país.
Recuerdo un cartel en plena Plaza de la Dignidad que rezaba: “Por ti, mamá, que te llamaron del hospital (para darle una hora de atención médica) cuando ya te estábamos velando”. Y otro, de un joven muchacho combatiente de Primera Línea que decía “Prefiero morir luchando en la Plaza de la Dignidad que en una lista de espera”.
“TE VOY A MOSTRAR QUIÉN SOY YO”
De esa gran, transversal y vital demanda social, ha dado cuenta, desde octubre del 2019 hasta hoy, a grito pelao, en plena Plaza de la Dignidad, Alejandra Pérez, hoy electa Constituyente de la Lista del Pueblo.
Les contaré una breve historia. Hace poco Piñera decidió trasladar de lugar al famoso monumento al general Baquedano, emplazado en medio de la Plaza de la Dignidad, punto neurálgico en el que el pueblo se convoca en Santiago de Chile, ya que el famoso genocida del siglo XIX estaba siendo “vandalizado” por la gente entre protesta y protesta y estaba por caer del pedestal que lo sostenía sobre su caballo metálico.
La verdad es que el pueblo, que con la revolución comenzó a cuestionarse todo, ya se preguntaba qué vainas hacía, empotrado en la misma mitad simbólica del país, la estatua de un tipo que fue un asesino sin gloria, genocida del pueblo mapuche y que en la Guerra de Pacífico prescindió de consideraciones honoríficas básicas y permitió que en Lima se saqueara la ciudad, se robaran sus monumentos y legados históricos y se violara a las mujeres. Se lo preguntaba además un pueblo al que le produce un rechazo supino la figura de cualquier uniforme militar y policial, especialmente luego de los crímenes de lesa humanidad que han perpetrado desde la dictadura hasta hoy mismo.
El caso es que ahí estaban, una noche, sacando el mentado caballo con el general Baquedano encima, ya pasadas las doce de la noche, y con una corte de ex militares golpistas de la época de Pinochet haciendo literalmente honores con flores y cánticos castrenses, cuando a las inmediaciones de la insólita ceremonia llegó Alejandra y un grupo de valientes a manifestarse y hacer los registros para todos los demás, ya que todos ellos son además reporteros del pueblo, para medios populares, o como los han llamado, “prensa libre”, al no pertenecer a los medios tradicionales que se dejaron acallar por orden del poder político y el gobierno, estableciendo un brutal cerco informativo desde el 2019 y que ha mermado a niveles críticos la libertad de expresión en Chile.
Envalentonado por la impunidad que sienten los uniformados en Chile y por encontrarse en ese momento en medio de una ceremonia de genocidas, y apuntando a despreciarla frente a una cámara encendida, en algún momento un oficial de Carabineros le grita a Alejandra “no sé quién eres tú, no eres nadie”, en el marco de las amenazas y humillaciones que normalmente las fuerzas de orden en Chile ejercen en contra de la población civil que se manifiesta y se organiza y, sin duda, en contra de los que reporteamos en las calles.
“¿No sabes quién soy? ¡Yo te voy a mostrar quién soy!”, le gritó Alejandra Pérez, y, acto seguido, se quitó su pulóver dejando su torso desnudo, con las torcidas cicatrices al aire marcando en su piel la brutalidad de un sistema de salud inhumano, ahí mismo, en donde alguna vez ella tuvo sus dos senos. Alejandra, mujer y fotógrafa del pueblo, desnudó esa noche su alma y su dolor y en una imagen representó a todo Chile, pero el parte policial por el cual la tomaron detenida y la hicieron pasar la noche en un calabozo y la llevaron ante un tribunal en donde el gobierno la acusó de criminal, decía que ella había atentado contra la moral –aunque no habían dos pechos al aire con qué insultar la santidad de nadie porque la salud chilena se los mutiló-, y que además había atentado en contra la seguridad pública sólo por el hecho de estar ahí manifestándose y tomando fotografías, con su credencial de prensa sobre el mismo pecho mutilado.
Así es que ella es Alejandra, una de las mujeres constituyentes. Se las presento.
EL EMPODERAMIENTO DEL SENTIDO COMÚN
Alejandra Pérez, Constituyente de la Lista del Pueblo por el distrito 9, una zona popular de Santiago de Chile, una mujer valiente, legitimada desde la misma Plaza de la Dignidad en el marco de la rebelión popular, da cuenta del empoderamiento que ha tenido y seguirá teniendo el sentido común:
“La verdad es que yo tengo una visión como muy realista del proceso. Yo creo que para nadie son una sorpresa las cosas que funcionan mal y que pueden ser llevadas a la Constituyente y, en el fondo, es representar lo que digo, lo que veo y lo que siento. Yo creo que el sentido común va a cobrar mucha relevancia en la Convención. En base a eso, no hay una bandera de lucha en especial que una pueda llevar, sino que creo firmemente en la democracia participativa, para lo cual hay que buscar la forma y ver los canales de comunicación con la gente, porque nosotros pasamos a ser representantes. Aquí no sirven nada más mi ideas y la de mi compañeros, sino que somos representantes del pueblo, aunque la palabra esté como súper usada, pero es la verdad. A nosotros nos eligieron y eso es lo principal”, explica.
Hay que entender que en Chile, que exista una Lista del Pueblo nacida desde la organización popular, fuera del marco de los partidos políticos, sobre la base del trabajo territorial, barrial, mancomunado también al calor de las movilizaciones callejeras, de la lucha popular, y todo, luego de 30 años de terminada la dictadura en el “discurso oficial”, más no en un modelo neoliberal brutal y asesino y de una carta magna heredada de la misma dictadura cívico-militar, constituye en sí mismo una revolución. Una enorme revolución.
Pero que además esta lista haya conseguido más escaños en la Convención que muchos de los partidos tradicionales, es un vuelco absoluto e indiscutible de lo establecido y cambia el escenario político a niveles telúricos.
Y Alejandra está feliz. “Lo que más contenta me pone es que por lo menos como lista sacamos una amplia representación en la Constituyente. A mí me tranquiliza en ese sentido de que llevamos las demandas que en el fondo estamos peleando desde octubre del 2019. Creo que es un triunfo no sólo de nosotros, sino que de todos y, desde esa base, hay que trabajarlas. Y por supuesto el hay que recoger el tema de los Cabildos y de la gente que se organizó en el tema barrial y desde los territorios, yo siento que ese es el termómetro y es lo que realmente nos dice qué es lo que funciona mal en Chile”, sostiene.
Efectivamente, desde octubre del 2019 en Chile la discusión de qué problemas tenemos, en qué coincidimos, qué nos convoca y qué cambios queremos, se dio en las calles, en cada esquina, en cada bus de la locomoción colectiva, en cada barrio y, por supuesto, en las redes sociales.
Con la noción de que había que repensar a Chile, es que el pueblo exigió en las calles una Asamblea Constituyente, libre y soberana. Organizó Cabildos ciudadanos auto-convocados que surgieron como flores en primavera a los largo de todo el país y hasta en los lugares más insólitos. Hasta las dos barras de fútbol más emblemáticas y masivas de Chile se dieron cita en un estadio para sentarse a dibujar el país que somos y el que queremos, papeles, papelógrafos y plumones en mano, discutiendo, literalmente, acerca de todo, y, de ese ejercicio popular, el más legítimo del que se tenga memoria, existe sistematización tanto de la experiencia como del discurso y sus acuerdos.
El Poder, los poderosos, la élite política sirviente de los intereses empresariales y las corporaciones dueñas de Chile, en este país-hacienda manejado en las sombras por los dueños de grandes negocios familiares, lograron acordar un negociado que llamaron “Acuerdo por la Paz”, para tratar de salvar al gobierno (o la estabilidad estatal que garantizara la estabilidad comercial y jurídica), tratar de detener el alzamiento popular (lo cual no lograron pero sí mermaron, finalmente ayudados por la pandemia y por una brutal represión con tono criminal), y en ese marco se accedió a formular esta nueva Constitución, pero sin otorgar al pueblo la Asamblea Constituyente Libre y Soberana que exigía.
En su lugar se estableció bajo la norma de “es esto o nada”, conversando con la metralleta sobre la mesa porque el gobierno amenazó con un golpe de Estado, que se realizaría esta Convención Constitucional, la cual obligó a garantizar la participación de la clase política de la élite, y que posee diversas cortapisas que eventualmente pudieran incidir en un veto a la voluntad popular (un tercio podrá vetar lo que decidan los otros dos tercios sobre cualquier asunto), y premisas que ayudarían a cumplir la orden del empresariado: el modelo no se toca.
Pero a la luz de los resultados de ayer, y pasada la nerviolera nacional por la alta abstención en lo que fue la primera jornada electoral en Chile que usó dos días en vez de uno para sufragar, la esperanza se fue tomando el alma en vilo de todo el país, lo que se fue revelando en las redes sociales y en las manifestaciones públicas, y hasta quienes hemos estado participando y vibrando en el mismo epicentro de esta revolución social, nos asombramos y abrazamos por todos los medios posibles de abrazarse debido a la pandemia.
“Y esto es lo mejor”, dice Alejandra, argumentando que “estos guevones (los partidos de la derecha tradicional chilena) se quedaron con menos de un tercio (de los constituyentes, por lo tanto no cumplen con el tercio necesario para vetar al resto del pueblo representado), lo cual quiere decir que se pueden hacer grandes cosas si es que se llegara a acuerdo (de todo el resto)”.
Frente a establecer mecanismos de consulta ciudadana para tomar decisiones en esa nueva Constitución Política, e incluso ante la eventualidad de poder plebiscitar los puntos sobre los cuales no exista acuerdo, Alejandra es tajante de establecer que “yo creo absolutamente en la democracia participativa, yo no creo ni siento que este tenga que ser un tema tratado entre cuatro paredes y después llegar y presentar algo. Debe existir este espacio de ejercer una democracia participativa. Que la gente participe desde plebiscitos y espacios diversos. Va a ser fundamental el tema de las municipalidades que son un canal más directo con la ciudadanía”.
Alejandra piensa que los municipios debieran cobrar mayor relevancia en la articulación de participación ciudadana. “De verdad yo siento que es el canal más directo con la ciudadanía. Creo que el rol fundamental en cuanto a la implementación de consultas plebiscitadas y territorios lo va a tener la municipalidad. Yo creo que ellos deberían tener más atribuciones, más ayuda para funcionar con una democracia participativa y que esta se geste desde el territorio. Ahora mismo en pandemia se ha visto esa relevancia porque el gobierno ya no puede estar más desconectado, pero la municipalidad sí sabe lo que está viviendo la gente, pero en el fondo no tienen ni tanto capital ni tantas atribuciones para poder funcionar en el tema de la pandemia, mientras el gobierno se lava las manos entregando bonos insuficientes.
UN AMANECER VIBRANTE
Respecto de cómo amaneció hoy Chile, Alejandra, que aún no logra comenzar a responder los cientos de mensajes con los que se encontró en su celular, comenta espontáneamente y sin edición sus primeras impresiones y es inevitable vibrar junto a ella:
“Hoy, así, de lleno recién en el día siguiente a las elecciones, lo que pienso es que estos guevones (los políticos de la élite y sus partidos), van a tener que empezar a reformularse y a replantearse en un cuanto hay respecto de la política. Yo siento que en el vuelco que esto está tomando, lo principal para ellos es esto, que no pueden seguir de la misma manera funcionando porque ya vieron que tienen el rechazo (de la ciudadanía). Entonces, no son tan estúpidos tampoco, yo no los quiero subestimar en ese sentido y sí creo que ellos van a hacer una reformulación de su estrategia, porque no es sólo que la Lista del Pueblo haya sacado veintitantos candidatos o que hayan salido electos aún más independientes, sino más, porque a partir de esto hoy parte el juicio a estos guevones, porque les quitamos el piso absolutamente. Hoy día no tienen nada, no tienen un piso, no tienen una credibilidad, no tienen absolutamente nada. Y si podemos hacer además alguna cosa con el tema de los refichajes ilegítimos (manipulación que hicieron los partidos políticos para aprobar la revisión que les hizo el Servicio Electoral y no ser disueltos por no representar a casi nadie y en donde los partidos se las arreglaron para inflar las cifras y engañar legalmente al organismo fiscalizador), entonces se van a tener que disolver estos inmorales, cosa que sería maravillosa mirándolo desde este punto de vista, desde el empoderamiento de la legitimidad”.
Creo, sin temor a equivocarme, que en el grueso del pueblo comulga con el mismo sentir de Alejandra, que agrega que “más allá de mi participación y de mi persona, lo que me pone más contenta, por lejos más contenta, es que les quitamos el piso, derechamente. Estos guevones no existen van a tener que extinguir, cachai? Están llegando al término. Al término de ser los conchas de su madre que han sido con el pueblo”.
Subraya que “esto de haber tenido una pseudo izquierda amarilla (de la ex Concertación, hoy oposición), el tener un Democracia Cristiana que siempre ha tirado para el lado de los fachos (derecha y derecha fascista), el tener a estos caradura que hoy quieren ir de candidatos presidenciales siendo que nos cagaron con cuanta ley salió (aprobaron las dictadas por Piñera a raíz del Estallido Social para criminalizar aún más la protesta), incluyendo la Ley Anticapucha que hoy tiene a nuestros compañeros encarcelados, porque hoy tenemos a 600 compañeros adentro de la cana, y que aun así los hayamos arrasado en estas elecciones, yo lo veo como un triunfo indiscutible”.
Y frente a esta realidad rotunda, ¿qué les dirías, Alejandra?
“Les diría, loco, pégate la cachada, entiende, jugaste sucio y ganaste mal y nada. Mi campaña, con 320 lucas (320 mil pesos, o sea, menos de 500 dólares) del SERVEL (Servicio Electoral), trabajando con una persona, con mi amiga Josselyn, ¡le ganó a campañas de 120 palos! (120 millones de pesos)”, explica, destacando que para ella esto “es fundamental” tanto para contextualizar lo aquí expuesto como también para sentirse “orgullosísima de todos los independientes” y de su lista y de los escaños que van a tener porque además “vamos a poder funcionar como bloque, como lo han hecho estos inmorales para sus propios intereses, pero ahora lo vamos a poder hacer para nosotros, el pueblo. Porque esto es por todo el pueblo, por mis cabros que cayeron (muertos, mutilados, heridos y presos políticos), y eso, me tiene feliz”.
Enfatiza que “si logramos hacer una Constituyente y una Constitución por, para y desde el pueblo, creo que el Plebiscito de Salida, tendría que tener una aceptación gigante, concluye, plena de un entusiasmo infinito y expansivo, mientras esta mujer, uno de los tantos íconos del Estallido Social, se ríe aclarando que “tengo el celular estallado en mensajes. Yo creo que tres días, mínimo, me voy a demorar en contestar y dar las gracias”.
“…Nos dijeron cuando chicos
Jueguen a estudiar
Los hombres son hermanos
Y juntos deben trabajar.
Oías los consejos, los ojos en el profesor
Había tanto Sol sobre las cabezas
Y no fue tan verdad, porque esos juegos al final
Terminaron para otros con laureles y futuro
Y dejaron a mis amigos pateando piedras…
Únanse al baile de los que sobran
Nadie nos va a echar de más
Nadie nos quiso ayudar de verdad…”
(Extracto de la canción de Los Prisioneros “El Baile de los que Sobran”).