La sensación generalizada es que tenemos en La Moneda a un gobernante fracasado y ampliamente repudiado por el pueblo. En cualquier país democrático el jefe de estado ya habría renunciado en estas circunstancias y convocado a nuevas elecciones presidenciales. Sin embargo a la suma de defectos de nuestro Mandatario hay que agregar su tozudez y su pobrísima vocación republicana, como férreo partidario que fue de Pinochet y la Dictadura.
A lo anterior, hay que agregar que Piñera pertenece al puñado de multimillonarios que han incrementado considerablemente su fortuna en estos tiempos de pandemia. Toda su gestión ha tenido en cuenta defender las inversiones foráneas en Chile y procurar que la crisis económica se traduzca en una “oportunidad de negocios” para los empresarios con él. Esto explica, entre tantos despropósitos, que los dineros destinados a los millones de hogares afectados por el desempleo se hayan obtenido de los fondos de pensiones de los trabajadores, recursos que ya se sabe son muy insuficientes para pagar jubilaciones dignas en virtud de los escandalosos intereses que cobran las administradoras de tales ahorros. Con los tres retiros aprobados por el Congreso para ir en auxilio de los necesitados ya se sabe que al menos dos millones de cotizantes vaciaron sus reservas y ya no recibirían pensión alguna al momento de jubilarse.
Hemos tenido que llegar a una crisis de proporciones para que el país se convenza de la necesidad de emprender drásticas reformas. Desde luego terminar con el sistema de las AFP y fortalecer la salud pública, además de emprender una reforma tributaria que le ponga atajo a las escandalosas evasiones y se proponga prohibir la concentración económica como la extrema riqueza.
Por otro lado, surge de nuevo la necesidad de que el país recupere el control sobre nuestras más estratégicas reservas mineras, forestales y pesqueras, además de modificar toda una legislación que le pone cortapisas al ejercicio de los derechos laborales y sindicales amagados, más encima, por el poder de las entidades patronales y otros poderes fácticos.
En las calles, asimismo, el país ya se había pronunciado contundentemente en favor de la educación pública, por la necesidad de terminar con la educación elitista y darles a todos los niños y jóvenes una formación de calidad. Que, además, se proponga fomentar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, además del respeto a las minorías sexuales. Sumando a lo anterior, por supuesto, el pleno respeto a nuestra diversidad étnica y a los derechos de nuestras naciones fundacionales.
Es evidente que la línea que dividía a la izquierda de la derecha hoy está muy desdibujada. Ha muchos les cuesta identificarse en uno u otro sentido, por lo que ha surgido esto de las centro derechas y centro izquierdas, en la intención de muchos de separar aguas con las experiencias revolucionarias del continente, así como en otros de lo que fue el régimen pinochetista, tan ampliamente repudiado por el mundo entero. Lo cierto, sin embargo, es que el legado del Dictador ha sido guardado celosamente durante los treinta años de posdictadura, lo que se expresa en la Constitución de 1980 todavía vigente y en el modelo económico y social neoliberal que logró encantar a todos los gobiernos de la Concertación, Nueva Mayoría y del piñerismo.
Curioso parece que la semana pasada el Tribunal Constitucional, concebido para ser el cancerbero del actual estado de derecho, le haya dado un portazo a un Ejecutivo que estaba seguro que sus magistrados impedirían el tercer retiro de los fondos previsionales acordado por los dos tercios del Parlamento. Un enorme traspié que ha dejado a Sebastián Piñera en una completa orfandad.
Se puede afirmar que la derrota del Presidente es por sobre todo el fracaso de sus ideas y propósitos. De continuar en el ejercicio del cargo, de verdad no concebimos posible que alguna de sus convicciones o propuestas programáticas pudiera prosperar. El repudio a su persona no sólo se expresa en los opositores; se hace patente también en quienes han sido sus aliados y todavía ejercen en las funciones gubernamentales. Muchos de los cuales lo único que esperan es que Piñera termine su administración sin nuevos contratiempos, de forma de evitar para el país una salida radical. No cabe duda que la mascarilla sanitaria le ha servido a muchos políticos para disimular su completo desaliento.
Se asume que si el Tribunal Constitucional le hubiera dado la razón a La Moneda hoy tendríamos un país muy convulsionado o mucho más agitado de lo que está. Da gusto comprobar que el Derecho a veces se da maña para interpretar las normas de forma de satisfacer la voluntad mayoritaria y evitar una explosión de descontento social. Especialmente cuando en la política chilena lo que no hay es alternativa clara, un líder, un partido o un movimiento ciudadano que pueda hacerse cargo de lo inevitable: la caída de Piñera o, al menos, el fin de la era neoliberal.
Sin apreciar en lo más mínimo su oportunidad histórica la clase política comparte al igual que Piñera el más extendido descrédito popular. No ha habido en ésta altura de miras para encarar la crisis sanitaria y el colapso económico que hoy arrecian con las vidas de los más pobres y de los millones de chilenos precipitados abruptamente a la miseria, el hambre y el desencanto. Con lo que el delito y la criminalidad parecen estar boyantes, pese a la horrible represión policial.
En los sectores de centro y de izquierda el espectáculo de la división, de los populistas y oportunistas es muy lamentable. Se cuentan entre sus filas seis o siete candidatos presidenciales y toda suerte de querellas entre estos sin que la ciudadanía pueda entender realmente sus diferencias. De la boca para fuera, todos han tomado las banderas de la unidad, pero nadie sinceramente contribuye a ello y, cuando quedan solo unos meses para las elecciones parlamentarias y presidenciales, no se vislumbran programas, ni siquiera bocetos programáticos. Solo se observan una montonera de partidos con denominaciones rimbombantes pero completamente secos ideológicamente.
Ya ni siquiera se aprecia frescura en los partidos y grupos surgidos en los últimos años y que habían concitado interés en la población, sobre todo por el protagonismo en ellos de jóvenes universitarios y caras nuevas del mundo social. Pero de verdad, bastaron tres o cuatro años para que la ilusión se esfumara y estas jóvenes figuras tomaran los hábitos de los viejos referentes y dirigentes.
Ojalá alguien pudiera explicarle al país, por ejemplo, en qué se diferencian el PPD, el Partido Socialista, los radicales y hasta la propia Democracia Cristiana si no es por las marcas que le imponen sus revenidos caudillos. Con más de tres décadas transitando y medrando por los pasillos del Congreso y de los ministerios. Hilando babas en sus curules y pasillos.
Y si bien la derecha presenta un panorama similar, creemos que su desorden se explica también en la proliferación de algunos ambiciosos caudillos. Sin embargo, este fenómeno no ha logrado debilitar sus convicciones, o más que eso, sus intereses comunes. La codicia de Piñera no ha sido obstáculo para gobernar juntos en el reconocimiento que la extrema riqueza no es un demérito, aun cuando éste se origine en métodos aviesos y en la apropiación indebida de los recursos de todos los chilenos. Por algo en sus tertulias, las andanzas de Piñera y otros son celebradas incluso en sus episodios más deleznables. Y ninguno de ellos se extrañe tanto de que éste todavía persista en continuar en La Moneda con menos de un diez por ciento de apoyo popular. Y no opte por irse a disfrutar de su montonera de millones de dólares acumulados en el “servicio público”.
Ya aprendimos de nuestra historia que las pugnas al interior de la derecha muy pragmáticamente se superan cuando sus intereses comunes se ven amenazados. La unidad en ellos puede resultar mucho más fácil.