Por Julio Chávez Achong[1]
En medio de una trágica crisis sanitaria y de una crisis del sistema político que ha llevado a tener cuatro gobernantes en poco más de cuatro años, en Perú se realizarán las elecciones nacionales mediante el mecanismo de dos vueltas: la primera, el 11 de abril y, de no haber alcanzado más del 50 % de votos válidos algún candidato, algo que se ya se conoce anticipadamente, la segunda, el 6 de junio de 2021. Este mismo año, Perú contabiliza 200 años y ocho meses desde que el general José de San Martín proclamara su independencia en el célebre balcón de Huaura.
En estas dos centurias la sociedad peruana no ha logrado construir una república que brindelas mismas oportunidades de bienestar a todas las personasni alcanzar un estado del desarrollo humano y ambiental adecuado y saludable. A pesar de los avances democráticos reales y de ciertos períodos de bonanza económica, sin embargo, permanecen la pobreza, se amplían las desigualdades sociales, subsisten discriminaciones, sus instituciones son frágiles y carece de liderazgos adecuados para el cambio. La desconfianza interpersonal y la desconfianza hacia las autoridades y dirigentes es general, la conflictividad social es muy elevada. A ello se agregan otros males de gran magnitud, como la corrupción pública y privada, la delincuencia y consiguiente inseguridad,así como el deterioro de nuestros valiosos recursos naturales. La crisis de representación política por la defección de los partidos y su bajísima legitimidad hace casi inviable la gobernabilidad.
En los últimos 60 años,en Perú se hanaplicadoineficaces modelos económicos rentistas, estatistas, populistas y neoliberal. Este último tiene más de 30 años de ejercicio, generó algunos beneficios al país, mucho más a un pequeño grupo de privilegiados, pero a cambio se hadescuidado completamente la economía familiar, se ha reproducido la informalidad, se ha impedido la industrialización del país, se ha debilitado el necesario protagonismo estatal en la prestación de servicios públicos (salud, educación, vivienda, etc.),se ha afectado negativamente los derechos de los trabajadores y se ha instaurado un sistema de “valores” que poco propicia el bien común.
Los déficits de la democracia peruana y la percepción de traición a los compromisos asumidos por los candidatos una vez llegados al poder generan en algunos la desafección política y, en otros, un deseo que hacer justicia avalando caudillos que ofrecen mano dura aún a costa de distorsionar las mínimas reglas democráticas. Las fuerzas para un cambio sano y sostenible no están articuladas.
La pandemia del sars-cov-2, con la enfermedad Covid-19, ha remecido nuestra vida y ha mostrado nuestras enormes limitaciones. Cientos de miles de familias sufren la muerte de seres queridos, en gran medida por no haber sido atendidos por la salud pública y por lo excluyente de la salud privada, Millones de familias viven bajo la amenaza de la muerte por la crisis sanitaria y no ven soluciones.
Poco tenemos que celebrar en este bicentenario puesla tarea republicana está incumplida; no podemos,si actuamos con sinceridad,echar la culpa de nuestros males a fuerzas extranjeras. Tenemos un serio problema de autoorganización social.
Una parte de la oferta electoral actual quiere mantener el sistema presente (la misma economía y la constitución tal cual). Otra parte quiere cambiarlo todo, pero de modo extremo y autoritario, por lo tanto, irresponsable. Una tercera propone realizar gradualmente cambios radicales en democracia. Al lado o debajo de algunas ofertas partidarias se mueven grupos de interés cuyo exclusivo móvil es la ganancia económica particular y, en otros casos o en alianza, organizaciones mafiosas cuyos modos de operar han salido a la luz yse quieren ocultarde la justiciacolocando políticos a su orden, como antes.
Más allá de las ofertas electorales del presente, lo más crítico es que los peruanos y peruanas no parecemos estar de acuerdo en cuestiones fundamentales: cómo aprovechar mejor los recursos naturales del territorio, qué principios y modelos económicos pueden garantizar crecimiento con inclusión y oportunidades iguales para todos, qué rol queremos asignar al Estado, qué imagen de país desarrollado es la que quisiéramos realizar en el siglo XXI, qué configuración cultural puedevalorar la diversidad y al mismo tiempo cohesionary desplegar nuestras capacidades, qué tipo de inserción en la mundialización es la más deseable y realista, cómo vamos a dignificar el trabajo, la familia y las libertades de la persona.
Por mi parte, me inclino por toda opción electoral que se proponga cambios graduales radicales en democracia. Al mismo tiempo, considero que las cuestiones fundamentales irresueltas en doscientos años no podrán solucionarseen un solo ejercicio gubernamental ni podrán ser llevadas a cabo por unos pocos partidos. Tampoco podría seresta la tarea principal del próximo gobierno que, dadas las circunstancias,debería priorizar la atención delas urgencias y los problemas del corto plazo, aunque, por supuesto, este gobierno también tendría que facilitar que se avance en tratar los problemas fundamentales.
Los dos hitos más reconocidos de la Independencia del Perú -la proclamas de San Martín en Lima, en julio de 1821, y las batallas de Junín y Ayacucho, en agosto y en diciembre de 1824, respectivamente- se desplegaron en el tiempo, no fueron sucesos de un solo día. Esta imagen de temporalidadpodría inspirarnos para pensar que la conmemoración del bicentenario tome 3 a 4 años de realización. En este lapso, antes que inaugurar monumentos y proclamar frases altisonantes, se trataría de consensuar un diagnóstico de los males republicanos que no se han podido superar y una imagen deseable para el Perú en el nuevo centenario.
Esta tarea diagnóstica y propositiva podría estar a cargo de una comisión formada por personalidades admiradas por su conocimiento y su alto nivel moral.Se autoexcluyen los difusores de discursos de odio. Sería de esperar que las recomendaciones de estas personalidades, previa deliberación ciudadana, se aprueben como la hoja de ruta para el desarrollo del Perú del siglo XXI, a lo que habría que añadir la creación o el fortalecimiento de mecanismos de vigilancia y de control democrático de los acuerdos.
Hoy tenemos una franja de ciudadanía mucho más amplia y educada que en los inicios de la repúblicay que puede dar valiosos aportes a este proceso, también existen mecanismos de consulta más descentralizados, y, sobre todo,están muy presentes en nuestra conciencia los males sociales,así comolosvalores y acciones que nos están permitiendo subsistir a pesar de las dificultades. Finalmente, y es de decisiva importancia, se ha hecho presente la juventud del bicentenario interesada en los temas públicos, cuya energía y deseo de justicia puede canalizarse hacia la construcción de lo nuevo,sosteniendoasí su esperanza; el Perú delo que viene del presente siglo ya es el de los jóvenes del bicentenario.
Pongamos en acción convergentelo mejor de la tecnología del presente, pero también los distintos saberes locales y las capacidades de las instituciones científicas, educativas y empresariales a fin de cumplir la promesa republicana y procurarpara el Perú un lugar apropiado en un planeta que requiere suordenada contribución natural y cultural. La aspiración intergeneracional debiera serel merecer,por nuestras acciones, ser sucesores de las grandes civilizaciones que habitaron esta región del mundo.
[1]Docente de la Universidad Agraria La Molina, sociólogo, con maestría en investigación social aplicada al medio ambiente de la Universidad de Olavide de Sevilla y en sociología en la Pontificia Universidad Católica del Perú, asociado del Centro Ideas.