Una relectura del libro El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición (1949), del filósofo e historiador rumano Mircea Eliade nos podría llevar a considerar la realidad peruana como una constante «imitación» de eventos anteriores, aunque ahora esto no ocurre en tiempos del mito y la vuelta a los orígenes sino en la cancha de la nauseabunda política criolla.
Son 18 los candidatos a la presidencia de la República que se encuentran en carrera con miras a las elecciones generales del domingo 11 de abril. Asimismo, los peruanos elegirán a 130 integrantes del Congreso de la República, también llamados «los padres de la Patria», los mismos que gozan de sueldos dorados y privilegios, pero cuya producción legislativa es muy pobre y cuestionada.
La escena es la misma: debates y rencillas políticas, apasionamientos, populismo, falsas promesas, encuestas pagadas que inflan a determinados personajes y el nuevo ring político de las campañas: las redes sociales, inundadas por memes y videos en línea. Más de lo mismo.
Esta es la «democracia», donde la mayoría impone su verdad y sus condiciones. Sin embargo, es preocupante que los gobernantes de turno y los funcionarios públicos cada vez están más desprestigiados. Los últimos presidentes están en prisión o tienen procesos judiciales pendientes por presuntos delitos cometidos en el ejercicio del poder.
Recientemente, la revista Justo Medio publicó el siguiente titular: «Después de las elecciones, ¡nada cambiará!», frase que grafica el escepticismo de gran parte de la población respecto a la tan ansiada reforma del Estado y la instauración de las buenas prácticas gubernamentales.
En mi artículo “Estado y criminalidad” publicado en noviembre de 2018, señalo que: “En el Perú el Estado se ha convertido en la sucursal detrás de la cual operan organizaciones criminales, que bajo diferentes modalidades delictivas y usando la corrupción como metodología tienen como único fin apropiarse del botín que representa el presupuesto nacional”.
El resultado de este accionar ilegal es dramático: la alternación del orden social y el daño pernicioso e irreversible a la sociedad, quitándole de esa forma la posibilidad de un desarrollo sostenible. Y lo que es peor: la degradación moral de nuestro país.
El Perú está en crisis y seguimos dando vueltas sobre lo mismo. En su artículo «Bienvenidos al Estado criminal» (https://tinyurl.com/e4a8cjfm), Gustavo Faverón señala: «Una cosa es tener un estado corrupto, en mayor o menor medida, que transita por momentos críticos y períodos de inercia y alelamiento con una criminalidad fluctuante según cada caso; otra cosa es colocar al estado, por votación popular, en manos de organizaciones delincuenciales, convertirlas en opciones electorales inevitables y permitir que se releven mutuamente en el asalto al tesoro público. Es diferente porque en este segundo caso el estado terminará asumiendo la forma de esas organizaciones, adoptará su lógica y se convertirá en una extensión de ellas, y no será nada fácil, entonces, recuperar lo poco que tenemos ahora».
En un análisis publicado en el portal «La Abeja» (https://tinyurl.com/xembhzpz), el analista Hugo Guerra opina: «Las elecciones generales de la próxima semana pueden representar una de dos alternativas: o son la gota que rebasa el vaso del desastre nacional; o marcan el punto de inflexión para reconstruir una república que llega a su bicentenario fracturada, disfuncional y con más de un tercio de sus habitantes en estado terminal». Dios ilumine a todos los peruanos.