Por Roberto Mayorga Lorca
En el año 2017 al publicar Graham Allison su libro “Destined for War”, en que plantea la tesis denominada La Trampa de Tucídides, una espiral de artículos y columnas se desplegó alrededor del mundo para comentarla, analizarla y criticarla.
La pandemia mundial y en nuestro país el estallido social y el proceso constitucional han relegado esa tesis a un plano secundario, lo cual constituye un riesgo que puede dejarnos sin una posición internacional adecuada.
Explica Allison que Tucídides, ilustre historiador ateniense, vislumbró a raíz de la guerra del Peloponeso que si una potencia dominante se ve amenazada por otra emergente, es probable un desenlace bélico, como ocurrió entre Esparta y Atenas.
Según investigaciones realizadas en la Universidad de Harvard de dieciséis situaciones similares en los últimos 500 años, sólo en cuatro no habría estallado la guerra, influyendo en algunas lo que se denomina “mutually assecured destruction”, como en el conflicto EEUU–Unión Soviética, en que no existió una confrontación bélica por el mutuo temor a la destrucción masiva de ambos contendientes.
Graham Allison, director del Centro Belfer de Harvard, plantea su tesis en relación al creciente enfrentamiento entre los Estados Unidos y la República Popular China, afirmando que una cuestión definitoria del orden mundial para las actuales generaciones será si ambas potencias podrán evitar caer en la trampa de Tucídides. En el pasado, subraya, cuando las partes evitaron la guerra se requirió de ajustes enormes y dolorosos en las actitudes y acciones no sólo del retador sino también del retado.
En un exhaustivo y documentado ensayo publicado el 2020 en el número 135 de la Revista Política y Estrategia, el embajador Alfredo Labbé analiza minuciosamente el comportamiento recíproco entre los EEUU y China en las pasadas décadas, sugiriendo que sólo en los últimos años los gobernantes americanos le han tomado el peso a una eventual pérdida de la hegemonía que han ejercido por más de medio siglo.
La Trampa de Tucídides genera lo que Allison llama “fenómeno espejo”, esto es, un síndrome en el poder dominante versus un síndrome en el poder ascendente, que exacerba las ambiciones de hegemonía en el ascendente y de inseguridad y vulnerabilidad en el dominante, pudiendo desembocar en reacciones incluso irracionales, a partir de hechos aparentemente intrascendentes para una confrontación global.
Ejemplo de lo anterior, recuerda el embajador Labbé, lo constituye el asesinato del archiduque de Austria Francisco Fernando en Sarajevo, en junio de 1914, que un mes después terminó por gatillar la primera guerra mundial entre naciones recelosas unas de otras.
El escenario internacional es hoy tremendamente contradictorio desde el momento en que el poderío económico de China, no obstante tratarse de un régimen no democrático, descansa en lineamientos de mercado, sustentados históricamente por los Estados Unidos que, últimamente, ha intentado controvertir, particularmente durante la administración Trump. Es probable que Biden, aunque moderadamente, continúe en una estrategia recelosa hacia China, según puede desprenderse de sus declaraciones en la Conferencia de Seguridad celebrada el pasado viernes 19 de febrero en Munich.
Los Estados Unidos perciben que la guerra, desde el plano bélico como vía de dominación global, se ha desplazado a los ámbitos económicos, financieros y tecnológicos.
Por consiguiente, en la política internacional de alianzas, según lo describe el embajador Labbé, los principales amigos de los Estados Unidos en Asia, como Japón, Corea del Sur, Filipinas, Tailandia, Singapur, Australia en Oceanía, gran parte de las naciones europeas y otras en África y Latinoamérica, como Chile, tienen a China como su principal socio comercial, de la cual dependen económicamente y, en un futuro cercano, también tecnológicamente, lo que los obliga a equilibrarse entre posiciones políticas y de principios ideológicos por una parte, e intereses mercantiles y tecnológicos por otro lado.
Se entiende así que la iniciativa de fortalecimiento de una alianza transatlántica, especialmente entre los EEUU y Europa, anunciada por Biden en la citada Conferencia de Munich, obedezca a una estrategia dirigida a enfrentar las referidas contradicciones del escenario internacional.
Factor polémico en este escenario lo constituye la circunstancia de ser China un régimen dictatorial, de partido único y de restricción a los derechos y libertades fundamentales, lo cual, aunque no lo expliciten abiertamente, perturba a la mayoría de las naciones antes individualizadas.
Juan Ignacio Brito, destacado académico chileno en un pormenorizado análisis de las relaciones entre ambas potencias, publicado en la “Revista Santiago” de la Universidad Diego Portales en septiembre del 2020, expresa que sería simplista reducir la animosidad actual entre Beijing y Washington al capricho de líderes ególatras. Aunque indudablemente las personalidades cuentan, sólo tienen capacidad de generar impacto duradero si encarnan y representan pulsiones profundas. En este caso, lo que se puede advertir es que los intereses de ambas potencias avanzan en direcciones encontradas que las alejan de la cooperación y las encaminan a la colisión. La intensificación de las tensiones va más allá de las personalidades de Trump y de Xi, reproduciéndose la tesis de Allison en el sentido de obedecer a los hondos síndromes de dominancia y ascendencia antes descritos, que han ido emergiendo desde sus gobernantes pero proyectándose gradualmente en importantes sectores de sus respectivas poblaciones.
La expansión económica, describe el profesor Brito, es una herramienta no sólo para reubicar a China como una gran potencia sino para consolidar el monopolio en el poder del Partido Comunista Chino. Tal como en 1949, con la derrota de Chiang Kai-Shek, Estados Unidos ha perdido a China y ahora ambos países se encaminan a alguna forma de enfrentamiento.
Ante esta inexorable tensión internacional que impacta en lo económico, en lo político, en lo tecnológico, en lo ecológico y hasta en lo cultural, ¿Qué le cabe a países como el nuestro?
Para responder, el citado embajador Labbé reproduce los principales principios y prioridades de la política internacional de Chile señalando la necesidad de tenerlos presente a fin de mantener un adecuado equilibrio frente a las potencias en tensión. Expresa que junto a estos principios: adscripción al Derecho Internacional; democracia y derechos humanos; cooperación y solidaridad, deben considerarse las prioridades de la política internacional: promoción económica; asociaciones comerciales; multilateralismo; todo lo anterior, en un contexto de seguridad y paz internacional.
Por su parte, Ricardo Lagos Escobar, en una columna de fines de enero 2021, plantea la siguiente interrogante: ¿cómo nos articularemos con otros países para resistir las presiones de alineamientos ligadas a los polos de poder dominantes en la geo política global? Enuncia al respecto lo que denomina “multipertenencia con independencia”, esto es, convenir entre las naciones del orbe una estrategia que no implique abanderizarse con ninguna de las dos potencias en conflicto. En efecto, aisladamente no tenemos capacidad alguna para situarnos con autoridad frente a esas potencias.
En resumen, la Trampa de Tucídides, -no obstante la coyuntura interna que concentra nuestras preocupaciones-, exige con cierta urgencia de una estrategia común de los gobiernos, en nuestro caso de Latinoamérica, para preverla y enfrentarla adecuadamente. En caso contrario, podremos, unos tras otros, ser fácil presa de las presiones de alineamiento a que se refiere el exmandatario chileno, con imprevisibles consecuencias para un futuro independiente y soberano.