9 de marzo 2021. El Espectador

 

Me pregunto si es ganador quien, al sentirse sitiado por la historia, pisotea la verdad, pasa por encima de las evidencias y abusa del poder. No gana realmente quien, para esquivar la justicia, tiene que oxidar cargos y corroer los andamios de la democracia.

¿Qué tan felices pueden estar quienes participan de la compraventa de conciencias y brindan con burbujas fermentadas por el rencor y el autoritarismo?

Un amigo bastante sabio dijo que no se trata de despotricar de la justicia cuando las decisiones nos mortifican y aplaudirla cuando nos gustan; de acuerdo. Entiendo también que la rabia es inútil, que las crónicas anunciadas deberían servirnos para preparar el terreno y que sería raro que un árbol viciado diera frutos saludables. Pero visto por encima, es inevitable que la solicitud de preclusión en el caso de Álvaro Uribe genere dolor o indignación.

Sé que es preciso respaldar a las instituciones y no hacerlo nos sumiría posiblemente en un caos aun peor del que tenemos. Pero ese respaldo no llueve del cielo ni brota del infierno. Se construye, se merece, se cultiva con hechos decentes, con decisiones libres y valerosas; con la frente en alto y no con el honor acorralado.

No sé cuántos defensores, seguidores o fanáticos aun tenga el expresidente Uribe. Creería que cada día son menos, porque la tempestad no se puede tapar con las manos, ni mantener -literalmente- enterradas las verdades. 6.402 falsos positivos durante su gobierno; funcionarios (empezando por el de arriba) patrocinados para cuidarle las espaldas; testimonios validados por las Cortes e ignorados por los lacayos de turno… son demasiadas vergüenzas paseándose frente a los ojos del mundo y de 50 millones de colombianos.

Siento que este caso sirve para preguntarnos si todo lo legal es legítimo. El señor Jaimes es legalmente un fiscal delegado, pero ¿tiene legitimidad moral y ética para desempeñarse como tal y, peor aun, para fungir de defensor del acusado? ¿Es legítima una Fiscalía amañada al antojo del político más poderoso del país? Y claro, legalmente uno puede escoger al abogado que quiera, pero ¿qué tan legítima puede ser una causa que contrata (a la luz o en la sombra) a un abogado del narcotráfico?

No me corresponde decir si Álvaro Uribe es culpable o inocente de los delitos que se han investigado a lo largo de este proceso, pero como ciudadana pregunto: ¿quién responde por las víctimas? La responsabilidad no puede ser una veleta, proclive al autócrata que siembre más miedo o al funcionario que tenga más vendados y vendidos los ojos.

Muy pocos se han enfrentado al temible Goliat. El senador Cepeda y sus abogados lo han hecho con valor y serenidad inquebrantables. Me pregunto si no son ellos, más bien, los valientes que han desafiado estamentos, calumnias y corrupciones, los genuinos ganadores. Son ellos quienes se han empeñado en mantenernos viva la esperanza de una Justicia con mayúscula, y nos han enseñado a defender la paz y la democracia; a no quedarnos callados, a no huir; a respetar el poder que vale la pena, el que se construye como una filigrana, a pulso, con respeto por la verdad y los seres humanos, y no el poder que ostenta quien más soborna o más intimida.

No soy juez ni parte, pero mis ganadores en esta historia aun inconclusa son el valor que se ha abierto camino y ha despertado al país; la persistencia, que ha demostrado que no hay intocables; y la verdad que, a pesar de tantas infamias, no se da por vencida.

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