Una crónica sobre dos semanas con el Covid
Por Claudia Mónica García
Le pusimos todos los cerrojos posibles y la omnipotencia era la llave maestra, por lo cual, no sería recibido.
Jaqueó todos los seguros, invisible y silencioso, se nos hizo presente. Nos robó lo cotidiano, los movimientos, la mesa compartida, el abrazo amoroso y la gestualidad visible.
No tuve tiempo de planteos, ¡habíamos hecho todo bien!
Hubo que poner palabras, convertir acciones.
Fue nuestro Amo en un tiempo sin reloj, donde el sol y la luna, regulaba, de alguna manera, los encuentros en casa.
Nos hizo bailar una danza de lejos.
Entonces… solo entonces luego de poner palabra y cual araña tejedora, comenzó a activarse una red de presencias.
Mis afectos… mis grandes afectos armaron una red, tejida con viejos hilados que se convirtieron en sogas de sostén.
Redes que todos debemos construir, porque somos incompletos, porque somos humanos, porque somos desvalidos.
Las redes de afectos, nos ligan, nos cuidan, nos ofrecen ayuda, nos miman, nos aconsejan, nos dan salud.
Dar afecto y recibirlo es propiciar la salud individual y colectiva. Es el mejor antídoto ante el desvalimiento.
Red. Afecto. Salud. Pertenencia colectiva.
Si algo aprendí cuando el COVID 19 entró en casa y “tomó” a mi hijo de 20, es que las redes de apoyo social son la mejor vacuna ante la orfandad.
Si algo te puedo contar ante visitas no deseadas (exclusión, enfermedad, desempleo, muerte) es que aprendas primero a estar contigo y que justo en ese momento, justo allí, te ligues más a tus afectos.
Que les importemos a otros es sanador.
Y si aún consideras como yo, que nada podría pasarte y que puedes solo… pues déjame decirte que no hay cerrojos completos y que construir ligaduras de afectos es un privilegio de la vida y siempre hay tiempo para tejerlos.
Te convido mi dolor, te convido mi experiencia, te convido decirte que debemos promover una salud integral donde sepas que te salva la Red. Porque lo “afectivo es lo efectivo”.