Es hora de que saltemos de la rueda de hámster de la violencia y de que se empiece a escuchar y dar alternativas a la juventud. Si se exige el cumplimiento de deberes, hay que garantizar el ejercicio de los derechos, en igualdad de oportunidades, en el día a día, y no en los papiros. Eso o dimitir.
En las tertulias de radio y televisión de estos días, el centro del debate son los disturbios por la detención de Pablo Hasél. No dudo de la capacidad de análisis de quienes participan en los mismos, así que concluyo que ese es el interés que tienen y no otro: hablar de los disturbios.
Casi toda la argumentación ha girado en torno a lo innecesario de la violencia generalmente achacada a quienes se manifiestan y no a la policía que “cumple con su trabajo” siguiendo las consignas que se les dan, no hay que olvidarlo, y que no parecen ser las de proteger el derecho a manifestación. Violencia invita a violencia, aunque se camufle con el eufemismo de moda: proporcionalidad.
Vaya por delante que, en ningún momento, justifico el acto violento venga de quien venga (aunque tengan características diferentes) sino que además me parece un error garrafal especialmente por parte de los que sufren también la otra violencia, la de etiqueta. A estas alturas de la película habría que tener claro que la violencia callejera sirve de alimento a la otra, la de etiqueta.
Pero es curioso cómo en esos ambientes tertulianos hay un enfado general cuando alguien “se sale de tema” si trata de hablar de posibles causas y llamar la atención al respecto. Es como si alguien va al dermatólogo porque tiene la piel llena de granos, y su médico le dice que se debe a una infección de estómago. Entonces el paciente se enfada y le exige que se ciña a sus granos, que es lo que a él le está molestando. Toda una torpeza, de la que pagará las consecuencias, de seguir la infección su curso.
En el ejemplo, los disturbios y el orden público son los granos que preocupan.
Se ha pasado pero que muy de puntillas ante esta cuestión: ¿Qué hace que jóvenes, incluso menores, estén en esas manifestaciones?
Mientras esto siga así, costará mucho salir de la “rueda de hámster” (*) que tan bien le viene precisamente a los que no están en la calle y practican, insisto, la violencia de etiqueta. Esos no pierden un ojo o salen magullados. Los agitadores profesionales de las mochilas con piedras parece que tampoco, o no les importa.
Quizás haya que empezar por otra pregunta: ¿cuál es la situación que está viviendo la juventud en este país desde hace décadas?
Algunos datos:
Tenemos un 40% de paro en menores de 25 años. Idiomas, carrera y un máster para luego cobrar un poco más del salario mínimo. Emigración en búsqueda de futuro. Alquileres y posibilidad de independencia son inalcanzables. Más impensable aún les resulta iniciar un proyecto de familia, con el formato que sea. Se les dice que emprendan y se mira a otro lado cuando piden ayudas. Solo han vivido en tiempos de crisis económica (que en realidad son estafas más exactamente) donde sus esperanzas de futuro son como irreales holografías proyectadas en humo. Se les banaliza “en reality shows” dando a entender que “la juventud” es así. Se les etiqueta: nini, millenials, riders, etc…
Cuando se les dice que son el futuro, se les está diciendo: el presente es nuestro y te tienes que aguantar. Y ni que decir tiene si además de joven se es mujer, entonces todo lo dicho queda amplificado y diversificado.
Ese es parte del panorama: desolador.
Finalmente, si no se les deja expresarse ni cantando (guste o no el estilo elegido), entonces pedir comprensión y paciencia es una auténtica provocación. Esta provocación ya se supera cuando además se les pide “confianza” en un sistema judicial que eterniza la resolución de las injusticias. Una justicia que llega tarde es injusticia. Y eso en vísperas del día de la Justicia Social.
Sólo un rostro de cemento maquillado de los responsables políticos de turno puede aguantar impasible, mientras siguen hablando de “disturbios y orden público”. Por eso no dimiten y aprovechan la ocasión del humo de los contenedores ardiendo y los cristales rotos, para justificarse y hablar luego de la ‘proporcionalidad’. Entretanto dejarán que el problema siga creciendo en cantidad y profundidad.
Es hora de que saltemos de la rueda de hámster de la violencia y de que se empiece a escuchar y dar alternativas a la juventud. Si se exige el cumplimiento de deberes hay que garantizar el ejercicio de los derechos, en igualdad de oportunidades, en el día a día, y no en los papiros. Eso o dimitir.
Es la dinámica generacional, en la que lo nuevo sustituye a lo viejo, la que hace avanzar a la Humanidad; siempre ha sido así en todas las sociedades y en todas las culturas y civilizaciones. Eso no tiene por qué ser motivo de violencias intergeneracionales, pero desde luego frenar ese proceso humano, posponiendo la incorporación de los jóvenes, y además hacerlo por las duras tiene sus consecuencias. Soy padre de un joven de 29 años ─de esos con carrera─ que se asoman cada día al abismo laboral que solo les ofrece vacío, y hablo de algo más que de la carencia de trabajo.
No existe en la espiral del ADN un escalón con genes que lleven inscrito: eres violento. La violencia se aprende y la noviolencia también. Ojalá y les dejemos expresarse, y sobre todo les escuchemos y les cedamos el paso con elegancia; que sientan que se les quiere y se les necesita. Seguro que lo harán bien, que no necesitarán salir a la calle más que a disfrutar con sus amigos y amigas, sacar adelante sus proyectos, sus esperanzas, en definitiva, y vivir sus vidas. Todo irá bien y no se instalará el caos, ni se abrirán las fauces del infierno. Son jóvenes asfixiados por el sistema que no les deja crecer, porque este sistema ya les queda chico. En realidad, a todos y todas nos queda chico.
Un buen primer paso es que algunos responsables políticos se vayan de sus puestos y quienes les sustituyan tengan como primera medida sentarse a escuchar. Y cuanto antes mejor.
(*) ‘Hámster’: RAE: animal de laboratorio o de compañía.