Los países del mundo acostumbran rendirle tributo a sus héroes, gobernantes y seres excepcionales mediante estatuas y otras construcciones, al tiempo que bautizan con sus nombres ciudades, avenidas, calles, teatros, estadios, parques y diversos sitios de afluencia pública. En el caso chileno estos nombres se repiten profusamente en todas las regiones, aunque los que se recuerdan en muchos casos no lo merezcan realmente.
Se trata de una forma de asentar soberanía e identidad nacional, destacando protagonistas y fechas significativas de nuestra historia, pero también se busca ideologizar, enfatizando efemérides y acontecimientos muchas veces con la intención de ocultar episodios mucho más significativos y trascendentales de nuestro recorrido como nación y estado.
En naciones europeas como Francia, Inglaterra y Alemania esta práctica de rememorar la historia muchas veces ha obligado a reemplazar los nombres otorgados a los diferentes sitios según vayan cayendo en descrédito los personajes que en un momento se quiso homenajear. El nombre del mariscal Philippe Petain es uno de los más emblemáticos en tal sentido: subió a los altares de la fama con la Primera Guerra Mundial para después ser derribado de estos sitios luego del Gobierno de Vichy y su vergonzosa colaboración con Hitler. Primero héroe y luego acusado de traidor o villano, según la cambiante evolución e interpretación de los hechos históricos. También los reemplazos ocurren con los sucesivos cambios de propiedad respecto de tantos territorios del Viejo Continente o por la conformación de países que antes no dibujaban los mapas políticos.
Siempre hemos seguido con particular atención los artículos de Felipe Portales y su enorme contribución a romper los mitos de nuestra historia, descubriendo el rostro real y hasta perverso de varios de nuestros ex jefes de estado y dirigentes. Poniendo en su lugar, por ejemplo, al todavía venerado presidente Arturo Alessandri Palma por su responsabilidad en crímenes y desacertadas acciones. A cien años de la Matanza de San Gregorio en el norte, desde luego, donde cayeran acribillados por orden de su Gobierno casi setenta trabajadores del salitre según se consigna en un reciente artículo suyo publicado por el prestigioso medio digital Polítika, en elclarín.cl y otros más.
Claro: a esta altura no cabe duda que quien llegara a La Moneda en andas del pueblo se convirtiera en uno de los gobernantes más reaccionarios, tenebrosos y sanguinarios de nuestra República. Esto es, por quien nos legara la Constitución de 1925 redactada por él y aprobada por un plebiscito tan espurio como el convocado después por Pinochet para reemplazar precisamente este texto por la nueva Carta Magna de 1980. Recordemos que a la Matanza de San Gregorio en Antofagasta se agregará la masacre del Seguro Obrero en Santiago, hechos luctuosos en que se hace imposible ocultar la criminal mano de Arturo Alessandri, cuyo hijo Jorge después arribara también a la Presidencia, así como hasta ahora varios de sus descendientes circulan por los pasillos de las principales instituciones del Estado.
Pese a sus criminales acciones y despropósitos en nuestra Plaza de la Constitución sigue en pie un vetusto monumento en su memoria, así como en el país un sinnúmero de estatuas, calles y otros lo recuerdan y hasta pretenden reconocerlo como uno de nuestros “estadistas”.
Tan pavoroso también nos parece que un genocida como el general Cornelio Saavedra, que tiñera de sangre mapuche nuestra Araucanía, todavía tenga estatuas en una ciudad como Mulchén. Aunque en este caso, debemos celebrar que algunos de estos bronces hayan sido derribados por jóvenes con buena conciencia histórica. No sería tan improbable que el propio Pinochet y sus secuaces fueran reconocidos para la posteridad en calles, plazas o al menos cuarteles militares, mientras que el recuerdo histórico de Allende y tantos mártires de nuestra historia apenas alcanzan tímidos reconocimientos después de cuarenta o cincuenta años.
Es la política mezquina y cobarde la que ha postergado estos reconocimientos. También la “prudencia” de quienes no quieren afectar a los militares y a los grupos oligárquicos que alentaron el Terrorismo de Estado y luego siempre se han concertado para alentar la impunidad. Supuestamente en bien del país, la reconciliación nacional y el progreso, cuando ya se sabe que la verdad y la justicia son los mejores ingredientes de la paz.
Figuras como las que cayeron en la lucha contra la Dictadura, la defensa de los Derechos Humanos y hoy siguen sacrificando sus vidas por derogar el cruel y criminal sistema neoliberal es posible que demoren mucho en ser reconocidos mientras no sea realmente el pueblo chileno el que ingrese a La Moneda tras sus auténticos abanderados. Dirigentes sindicales y estudiantiles, periodistas y notables feministas, además de líderes espirituales, notables científicos, escritores y artistas, que esperan el reconocimiento histórico que merecen sus ejemplares vidas. Por su combate permanente e irrenunciable por la justicia, la libertad y el auténtico progreso. Cuanto por esa democracia que, en realidad, aguarda por una oportunidad en la política chilena.