Natalia sierra y Erika Arteaga
La posible llegada del mundo indígena a la disputa electoral de la segunda vuelta, ha causado tanta psicosis en las élites políticas blanco-mestizas, tanto las liberales conservadoras que prefieren arriesgarse a perder con el candidato del correísmo, y volver a los que llaman “el infierno correísta”; como los progresistas conservadores que claman competir con la derecha neoliberal y no con el movimiento indígena y popular.
¿A qué le tienen tanto miedo que hacen pactos explícitos e implícitos para impedir que el candidato a la presidencia por el movimiento indígena llegue a la segunda vuelta y de ahí a la administración de su Estado nacional? Ciertamente este miedo no tiene que ver con la persona Yaku Pérez y ni siquiera con la organización política Pachakutik o con la organización social CONAIE, aunque es obvio que en ambas se expresa el mundo indígena al que realmente le tienen miedo. Un terror de las élites blanco-mestizas que les ha llevado, en sus dos versiones conservadoras, a desplegar un racismo obsceno directo e indirecto contra el candidato Yaku Pérez. Para los liberales hay que atacarlo porque es “parte de los indios violentos” que en octubre del 2019 pusieron en jaque su blanqueamiento cultural. Para los progresistas hay que atacarlo porque en su mente colonial y racista él no es indio, porque ellos deciden quién es indio y quién no lo es, ellos los mestizos definen lo indio. Ellos, los mestizos y su colega español definen quién es indio. Se repiten las dos versiones del racismo colonial: la de Sepúlveda y la de Las Casas.
Lo cierto es que encubren su miedo reduciendo la discusión a lo étnico, en un momento de la historia en que la humanidad toda es mestiza, debido a su dinámica de movilidad e intercambio permanente. No es la identidad étnica la que temen, sino el contenido cultural, político e histórico de lo que llaman lo indio. Lo que les aterra es la cultura que subyace en los pueblos indígenas-campesinos y que atraviesa el Ecuador entero. Con su mente colonizada no pueden lidiar con formas de vida campesino-comunitarias, con sus valores y principios éticos antiextractivistas que exigen respetar y cuidar la naturaleza que habita en el ser humano y que éste habita, con formas de democracia comunitaria, con relaciones de reciprocidad no mercantiles, con relaciones de cooperación no competitivas, con la afirmación de la diversidad y la diferencia anticoloniales. No pueden lidiar con lo indio que habita la profundidad de este país y que irrumpe destruyendo las fantasías depredadoras del progreso capitalista, de los privilegios excluyentes de la blanquitud patriarcal de las élites dominantes.
Tienen miedo a la promesa de futuro que emerge de la praxis de las comunidades, pueblos y nacionalidades indígenas (Andino y Afro). Miedo a un proyecto de vida que rompa las coordenadas del capitalismo colonial y patriarcal, miedo a un futuro en el que pierdan sus privilegios coloniales de “blanco-mestizos”, sus privilegios clasistas de explotadores, sus privilegios patriarcales de mando y representación. Miedo a no poder seguir depredando la riqueza natural y social del país, no por una persona ni aún por un gobierno que no puedan controlar, sino porque los pueblos y comunidades indígenas y campesinas están hoy conscientes de que son ellas los que producen el alimento que alimenta este país, son ellas las que cuidan la naturaleza que nos hospeda, son ellas el fundamento cultural de esta sociedad, desde el cual es posible abrirse al mundo con seguridad, cuidándonos unas por otros, con dignidad; son ellas la única posibilidad de tener un futuro que no involucre la auto aniquilación de la humanidad.
Lo que parecen no entender estas élites psicóticas es que no van a parar este impulso vital con sus elecciones manipuladas y fraudulentas. El ejercicio de la democracia comunitaria y directa va a superar su decadente democracia representativa, más allá de las elecciones, más allá del gobierno y más allá del Estado.