El 28 de enero se quedaron sin argumentos los críticos de la JEP. El estribillo que les dio el triunfo en plebiscito y elecciones se vino abajo como caen todas las mentiras. No hay calumnia que dure cuatro años, ni evidencia que no la derribe.
En un trabajo monumental la JEP ha contrastado las versiones de exguerrilleros, víctimas, relatores, fiscalía, fuentes internas y externas, seis grandes bases de datos de un conflicto armado largo y degradado. Cada uno ha dicho su verdad. Cada uno ha dejado trechos de su memoria, mezclados con la marcha fúnebre de los duelos, los sentimientos y las humillaciones causadas y sufridas; miedos, desplazamientos y desaparecidos; después de una guerra de más de 50 años hay todo por narrar, por recomponer y conciliar. En un país con ocho millones de víctimas, casi todos pueden contar una historia, y nadie tiene patente de vencedor.
A partir del Acuerdo de Paz tenemos la oportunidad de evocar el pasado no para odiarnos más, no para revictimizar a las víctimas y satanizar culpables, sino para decidir si queremos gastar la vida que nos queda buscando venganza, o logrando algo parecido al perdón.
Tenemos a lado y lado de la alambrada la posibilidad de reconciliarnos y demostrarle a este país que ha sobrevivido a todo -hasta a sí mismo- que la verdad duele y también sana. Cicatrizar sirve más que ahondar las heridas, y si bien nada borrará el pasado, nadie nos obliga a ahogarnos atados a él, como a una piedra en el fondo del mal. Perdón, del mar.
El Acuerdo permitirá a los muertos descansar en paz; y a nosotros, reconstruir una identidad no en función de quiénes eran nuestros enemigos, sino de qué tanto estamos dispuestos a desandar juntos los peldaños de la violencia.
Toma de rehenes y privación de la libertad, es el máximo delito que pueda imputar la JEP. Es mucho más que una acusación de secuestro; es lo más grave contemplado dentro del derecho penal internacional; son crímenes de guerra y lesa humanidad. Entonces reconozcan señores críticos: no hay alianza entre impunidad y justicia transicional. No se busca elusión ni evasión de la verdad. Todo lo contrario. Pero necesitamos que la sociedad esté dispuesta a reconocer esa verdad narrada entre todos. Nada bueno lograremos si cada vez que un exguerrillero pide perdón, lo tildan de cínico. Cínica la sociedad que se persigna en la puerta de la iglesia, y sinuosa o arrogante, boicotea la paz; cínicos quienes deciden sobre pisos de mármol, el futuro de las trincheras donde se matan los campesinos; cínico estratificarlo todo, hasta la muerte.
En 30 años la justicia ordinaria no había avanzado tanto como lo ha hecho en 2 (tiempo real), la JEP. Además de este macro caso 001 en el que imputan a ocho ex comandantes del Secretariado de las FARC, han emitido más de 37 mil decisiones. Ni aquí ni en Cafarnaúm esto es impunidad.
Los excomandantes llevan 4 años cumpliendo la palabra y exponiendo la vida, por defender la paz. Ahora tienen 30 días para reconocer cabalmente su responsabilidad, admitir la verdad completa, coherente y contrastable. Propongo acompañarlos porque nada será fácil en esta justa e indispensable etapa. Una vez lo hagan, la JEP fijará la audiencia y el Tribunal de Paz impondrá las penas de carácter restaurativo, incluyendo restricciones de la libertad.
Este proceso ejemplar para el mundo y redentor para Colombia exige grandeza y humanismo, y comprender que las sociedades no se recomponen solas, ni la paz se construye con monólogos.