En medio de la zozobra por la dramática situación sanitaria y socioeconómica, las y los ecuatorianos tendrán una nueva cita con las urnas el 7 de Febrero. Los algo más de 13 millones de empadronados habrán de escoger a un nuevo/a primer mandatario/a y su vice entre dieciséis binomios contendientes junto a la composición de la nueva Asamblea legislativa y los representantes ante el Parlamento Andino.
Para acceder a la presidencia en primera vuelta, los candidatos deben sumar más del 40% de los sufragios y superar por más del diez por ciento a su más inmediato rival. De no ser así, los dos primeros irán a segunda vuelta el 11 de Abril.
Según todas las encuestas dadas a conocer (si es que a esta altura tienen alguna fiabilidad), la pugna principal será entre Andrés Aráuz, candidato sucesor de la Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa y el banquero Guillermo Lasso, apoyado por el socialcristianismo de Jaime Nebot. El ex prefecto del Azuay – elegido en 2019 y renunciante en octubre 2020 para poder candidatearse a presidente, Yaku Pérez, representando al partido de corte indigenista Pachakutik, obtendría el tercer lugar con más de un 10% de los votos.
Marcada de antemano por proscripciones, arbitrariedades, riñas y actitudes sesgadas por parte de la autoridad electoral, que en su conjunto intentaron favorecer a la candidatura neoliberal – apoyada por el establishment económico y los medios de comunicación hegemónicos –, esta elección supone una encrucijada de caminos, fundamentalmente para el pueblo ecuatoriano, pero también para la reconfiguración del mapa político latinoamericano.
Elección decisiva para el mapa geopolítico de Latinoamérica y el Caribe
Pasados ya casi doce años del golpe contra Manuel Zelaya en Honduras, las sucesivas destituciones ilegítimas de Fernando Lugo y Dilma Rouseff, los triunfos electorales derechistas ante el desgaste de gobiernos progresistas en Uruguay y el Salvador, pero también con la recuperación del mandato emancipador en México, Argentina y más recientemente con la resonante victoria popular en Bolivia, el mapa político latinoamericano sigue en zona de turbulencias, sin presentar un vuelco hacia una tendencia firme.
En Chile, la ciudadanía se pronunció firmemente luego de las masivas movilizaciones de 2019 por sacarse la camisa de fuerza de la constitución pinochetista de 1980. Sin embargo, los mandaderos políticos del poder económico lograron amañar el triunfo y unirse en lista única para apoyar a candidatos a la Convención Constituyente e intentar conseguir el tercio necesario que les posibilite vetar cualquier transformación sistémica. Aun así, Chile continúa siendo una esperanza de cambio, si logra primar la real intención del pueblo.
También en Perú, en medio del descontento generalizado con la “clase política”, aparece la posibilidad de un triunfo de izquierdas, de corte feminista e intercultural encarnado en la figura joven de Verónika Mendoza. Mientras tanto, el país continúa envuelto en una guerra incesante de bandas mafiosas que se disputan el botín del poder político.
La terna del eje neoliberal en la zona andina se completa con el mandatario muletto de Uribe, Iván Duque, en una Colombia cuyas heridas se han reabierto luego de la breve esperanza de un Acuerdo de Paz, que lamentablemente nació herido de muerte anunciada. El monopolio económico, político y mediático colombiano y la posición del país como punta de lanza de la estrategia militar y conspirativa estadounidense en la región, suponen un gran reto para opciones transformadoras como las protagonizadas por Gustavo Petro, cuya agrupación Colombia Humana ha sido recientemente ilegalizada en un caso más de lawfare descarado.
Venezuela continúa siendo una nación asediada, habiendo fallado los Estados Unidos en su objetivo de derrocamiento directo del gobierno constitucional del presidente Nicolás Maduro, pero habiendo conseguido su objetivo de mínima, de quitarle a la revolución bolivariana buena parte del empuje inicial de locomotora de integración solidaria y ejemplo revolucionario de construcción de un nuevo socialismo de características comunales.
Del mismo modo, el aparato conspirativo de las derechas no descansa y alimenta también en Cuba protestas desde un pequeño sector cultural disidente de la política oficial con la intención de crear levantamientos masivos hoy improbables. La isla continúa siendo un faro de solidaridad, orgullo nacional y desarrollo sanitario y educativo, intentando emprender al mismo tiempo reformas económicas sustantivas que permitan una mejoría del poder adquisitivo de su población.
En el Brasil, nación de peso específico ineludible en la región, las fuerzas conservadoras empujan el reemplazo de un debilitado Bolsonaro – al igual que Temer apenas un fusible en el esquema del poder – por algún personaje típico de tendencia neoliberal como el actual gobernador de Sao Paulo Joao Doria. Las agrupaciones de la izquierda, los feminismos, las identidades negras e indígenas, en suma, los excluidos sociales tendrán aquí -al igual que en Colombia-, el empinado desafío de generar una real acumulación popular de fuerzas detrás de un proyecto político transformador, sobre todo en la región sureña del país, aún marcada por la huella del racismo esclavista.
Ante este escenario, un triunfo de Andrés Aráuz en Ecuador, reforzaría el bloque progresista, en un seguro alineamiento con Andrés Manuel López Obrador, Alberto Fernández y Luis Arce – éste a su vez puente con las izquierdas nucleadas en el ALBA-TCP- que permitiría una parcial reconstitución de un frente de integración soberanista, capaz de hacer frente a la diplomacia colonialista de la OEA.
Este frente, constituido por una base social no homogénea, si bien no produciría una ruptura directa con las matrices del capitalismo mundial, estaría en condiciones de disputar los sentidos en la pospandemia con un carácter de mayor protección a la educación y la salud pública, la distribución directa de recursos a los sectores empobrecidos, un desarrollo tecnocientífico de mayor autonomía y cooperación intrarregional y Sur-Sur y sobre todo ejercería de freno a la apetencia irracional del capital multinacional sobre las reservas naturales y las capacidades humanas de la región.
Después de la traición, recuperar la esperanza
Lo que los medios hegemónicos llaman “apatía” o “desinterés” por parte de la mayor parte del electorado y que se refleja en un alto porcentaje de “indecisos” en las encuestas no es tal. La palabra adecuada es desilusión. El giro radical del gobierno de Lenin Moreno hacia la derecha, la traición al mandato por el cual fue elegido, el pacto de alineamiento evidente con las directivas estadounidenses y los intereses del poder económico, con la consecuente difamación mediática, persecución y proscripción del correísmo, el co-gobierno y reparto con el ahora candidato Lasso y su aliado Nebot, la nueva dependencia del FMI y finalmente, la catástrofe sanitaria que azotó al país, fogonearon en la población el histórico espíritu de rebeldía que se manifestó en las jornadas de Octubre de 2019.
A esas jornadas históricas, el gobierno y el poder establecido opusieron represión y cinismo, a la espera de que aquella llama se apague. La unidad social de esos días en abierta rebelión al sistema no decantó, al menos todavía, en una unidad política, ya que persisten los rencores de antaño, los protagonismos y también la irresuelta contradicción entre las vertientes nacional-desarrollistas – ahora con Aráuz convertida en un tecnodesarrollismo más amigable con el entorno y la corriente indigenista más proclive a las proclamas ambientalistas y del Buen Vivir.
¿Cómo recuperar la esperanza en tiempos de desilusión y fragmentación? Tiempos en los que conviven sueños generacionalmente diversos, en los que el irracionalismo gana terreno ante la falta de sentido generalizado de una realidad de consumo materialista, en que el divisionismo de las corrientes de progreso humano es atizado desde el poder conservador. Sobre todo, en tiempos donde no logran asentarse con claridad los nuevos paradigmas humanistas de futuro.
Tiempo de recambios
La estrategia de persecución y proscripción política, fomentada a través de la infiltración del poder judicial y la manipulación mediática permanente, pero también el envejecimiento y la muerta obligaron a las fuerzas progresistas a proponer candidaturas diferentes a la de los íconos políticos de principio de siglo. La partida de Chávez colocó a Nicolás Maduro como máximo representante de la revolución bolivariana, mientras que Miguel Díaz Canel fue ungido en Cuba como el primer presidente nacido después de la revolución.
Ante el ilegal encarcelamiento de Lula, las izquierdas brasileñas acudieron en la coyuntura electoral a Fernando Haddad (PT), pero también a Manuela D´Avila (PCdoB) y Guilherme Boulos (PSOL) como jóvenes exponentes de un proyecto de renovación política. En Argentina, el kirchnerismo forjó un frente que aglutinó a todo el peronismo y a otros sectores de centroizquierda e izquierda, logrando el triunfo con la candidatura de Alberto Fernández. En Bolivia, el golpismo no logró consolidarse y Luis Arce, exministro de Evo, fue la figura elegida para representar a los movimientos sociales y al legado del Proceso de Cambio.
Los referentes históricos, aún cuando no protagonizan el lugar central en la administración, no han perdido el peso conferido por el pueblo en su momento, cumpliendo funciones estratégicas en el complejo entramado político de cada país.
En el caso ecuatoriano, la esperanza de “volver mejores” de la Revolución Ciudadana, que logró importantes transformaciones constitucionales, una plurinacionalidad embrionaria, pero sobre todo, grandes mejorías en el nivel de vida de las mayorías, está centrada en la figura joven de Andrés Aráuz, economista y ex ministro de Conocimiento y Talento Humano en el gobierno de Rafael Correa, que cumplirá sus 36 años el día anterior a la elección.
Tal como lo ha declarado en entrevistas, ha señalado la intención de acometer reformas que permitan una mayor democratización de la comunicación y asumirá la importante misión de poner nuevamente a Ecuador en la senda de la unidad regional destruida por la presión colonialista del gobierno estadounidense y sus vasallos regionales.
Este recambio generacional promete acometer en el país fuertes reformas a la matriz productiva, basando el desafío de levantar a través del desarrollo tecnológico digital soberano con justicia social un país empobrecido, devastado y nuevamente endeudado. La alternativa en la coyuntura es neoliberal y nefasta.