Elon Musk, el hombre más rico del mundo, creador de Tesla y jefe de numerosas empresas y startups, ha hecho implantar un chip inalámbrico, producido por su empresa Neuralink, en un mono para que juegue a videojuegos con su mente.
Esto se produce tras el experimento realizado el año pasado con la cerda Gertrude, a la que se le implantó un enlace en el cerebro que le permitía comer sin tener hambre, caminar sin saber que andaba y vivir sin sentir alegría, felicidad y placer. Gertrude tenía en su cerebro un implante capaz de registrar su actividad cerebral y un puerto USB-C para descargar los datos recogidos por el chip en un ordenador. En definitiva, un auténtico autómata.
Siempre hay ciencia ficción y distopía, pero no es así.
La simia a la que se le ha implantado este chip juega ahora al Pong, un videojuego de los años 70, activando órdenes con su mente. Según dijo Musk, el objetivo es hacer que dos monos «jueguen» al Pong, uno contra otro para ver los efectos reales.
Se trata de experimentos en animales que tienen como objetivo futuro actuar en el ser humano. Según Musk, estos experimentos tendrán como objetivo intervenir en personas con daños neurológicos, aunque muchos expertos ya están dando la voz de alarma sobre los riesgos, especialmente para nuestros «neuro derechos», o la actividad cerebral, la integridad humana y su biología. Descubrimientos que quedarían en manos de unos pocos, es decir, la propiedad privada de los gigantes de la alta tecnología. En efecto, según estos expertos, los Estados deben equiparse absolutamente para defender los derechos neuronales de los ataques omnipresentes de estos gigantes que podrían prever la comercialización de estos descubrimientos sin tener en cuenta los riesgos reales.
Un artículo reciente describe el proyecto Neuralink como un «proyecto que consiste en implantar un chip en el cerebro. El objetivo principal es permitir a los seres humanos controlar sus propios niveles hormonales y, por lo tanto, establecer sus propios estados de ánimo a voluntad. Esa es la idea final».
Esta historia recuerda un poco a los descabellados experimentos del Dr. José Delgado en los años 50 y 60.
Su paranoica obsesión por el control mental le llevó a realizar locos experimentos con animales en la Universidad de Yale.
Comenzó sus experimentos con gatos y primates, implantándoles un «stimoceiver» (estimulador transdermal), es decir, un chip en el cráneo que tenía la función de controlar las emociones y reacciones, gestionando las descargas que transmitían con un mando a distancia.
Experimentó esta práctica con un mono especialmente agresivo, al que se le implantó el chip, manteniéndolo encerrado en la misma jaula con otro similar que no tenía el chip.
Pronto el mono sin el implante aprendió que podía calmar la ira de su compañero con sólo pulsar un botón del mando a distancia.
De este modo, los animales pueden ser controlados no sólo en cuanto a las emociones, sino también en cuanto a los movimientos y la vigilia.
El objetivo del Dr. Delgado era cambiar el estado emocional del paciente, es decir, calmar al sujeto deprimido y tranquilizar al agitado.
En 1965, Delgado consiguió implantar el «stimoceiver» en unos toros, ordenándoles los movimientos que debían hacer e induciéndoles a mugir 100 veces seguidas.
Ese mismo año consiguió teledirigir un toro en la arena. Mediante el «stimoceiver» impuso un freno brusco al animal que se acercaba a él, haciéndolo girar sobre sí mismo una y otra vez.
Todos estos experimentos se basan en una visión del mundo mecanicista y reduccionista que cree que puede poseer, manipular y controlar todo. ¿Qué son estos experimentos sino el aumento indefinido de la voluntad de poder? Experimentos que, en connivencia con el paradigma tecnocientífico, violan los límites planetarios y destruyen la integridad de los ecosistemas y las especies individuales.
No es casualidad que se refieran al pensamiento transhumanista, un movimiento ideológico cultural que pretende aumentar las capacidades físicas y cognitivas a través de los descubrimientos tecnocientíficos para «mejorar» la condición humana y no sólo.
La filósofa Rosy Braidotti ha definido a los transhumanistas como «los embajadores del capitalismo avanzado», o más bien de ese capitalismo que ya no encuentra su beneficio en la mercancía sino en la vida, encontrando en ella la nueva mercancía. El mismo capitalismo en crisis coyuntural que, para regenerarse, acaba en lo que Marx llamó «barbarie», esa es su mayor contradicción.
Ante esto, ¿qué hacer? ¿Qué objetivos de lucha nos proponemos hoy en este sentido?
https://www.consumatore.com/2021/02/04/elon-musk-neuralink-scimmia-gioca-videogiochi/
Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide.