Cuando Doris Tejada me contó que en la fosa común donde está el cuerpo de su hijo Oscar Alexander, los cerdos hurgando en la tierra habían sacado una mano con masa blanda, el tiempo se detuvo. Nos miramos fijamente en medio de un enorme silencio, ella no pudo seguir hablando y yo no pude seguir escuchando. Apagué el grabador y lloramos abrazadas las dos.
Una mujer pobladora del lugar se lo dijo cuando Doris fue hasta El Copey, César, al norte de Colombia y a más de 800 kilómetros de su hogar. Allá sembró tres árboles Caballeros de la Noche porque a su hijo Oscar Alexander Morales se lo llevaron junto a dos jóvenes más: Germán Leal Pérez y Octavio David Bilbao. Los tres fueron asesinados por el Ejército Nacional de Colombia y reportados como guerrilleros dados de baja en combate, sin serlo, de la misma forma sistemática y premeditada que lo hizo con 6402 personas más, según informó hace pocos días la Jurisdicción Especial para la Paz, el tribunal que nació con el acuerdo de paz entre el Estado colombiano y la exguerrila FARC.
Las ejecuciones extrajudiciales han sido una de las más crueles manifestaciones de poder e impunidad por parte del Estado colombiano, suceden desde hace muchos años y siguen ocurriendo. Sin embargo tuvieron su mayor y más escalofriante pico entre los años 2002 y 2008, que no casualmente coinciden con gran parte del periodo en el que Álvaro Uribe Vélez fue el presidente de Colombia y en consecuencia, el comandante en jefe de las fuerzas militares. Y quien a su vez alcanzó altos niveles de popularidad en ese periodo gracias a su política de seguridad democrática en la que él, su gobierno y los medios de comunicación hegemónicos de Colombia se jactaban de la disminución de la guerrilla y triunfo en la guerra, mientras el país entero se convertía en una enorme fosa común a costa de la vida de muchachos como Oscar Alexander, German y Octavio, y del dolor de madres como Doris y familias enteras que siguen buscando cuerpos, respuestas y justicia.
A estos niveles de indolencia y canallada se llegó cuando el gobierno colombiano de ese momento exigió resultados al ejército, entiéndase resultados como muertos. Bajo la presión de que en caso de no obtenerlos tendrían sanciones, y a su vez, en caso de matar personas y llenar planillas con sus nombres y falsas pruebas, recibirían una serie de premios. El dolor y el escalofrío. El Estado convertido en una enorme máquina de matar, porque está claro que no basta con el hecho de que un militar engañe con falsas promesas laborales a un joven y una vez raptado lo asesine, lo vista de guerrillero y le implante pruebas que así den cuenta, es necesario que el aparato estatal avale el hecho y actúe en consecuencia, de lo contrario no se explica cómo puedo haber sido posible un crimen de tal envergadura.
El problema en Colombia es estructural, provoca rabia pensar que Oscar Alexander como tantos colombianos prestó servicio militar durante dos años, y que vistió el uniforme de la patria que luego lo asesinó y lo hizo pasar por insurgente, a él que un día defendió esos símbolos y que al momento de su asesinato era un joven que se dedicaba a vender ropa.
Colombia es un país en el que se reclutan pobres para que a cambio de un sueldo y estabilidad engrosen las filas de un ejército que asesina a quienes jura defender, y que también son pobres y engrosan las listas de desempleo y exclusión en uno de los países más injustos del mundo, en el que el servicio militar es obligatorio pero el acceso a la educación no. Es un sistema circular que se alimenta de las vidas de pobres en todos los bandos: pobres matando pobres, puede que sea la mayor y mejor síntesis de lo que significa el éxito en la guerra para la élite históricamente dominante y gobernante en Colombia, porque si uno solo de esos muchachos perteneciera a una familia con estatus, las ejecuciones extrajudiciales en Colombia no solo habrían dejado de suceder hace mucho tiempo, sino que además los responsables estarían en prisión.
Las ejecuciones extrajudiciales en Colombia son una de las llagas que como pueblo nos va a arder para siempre, es uno de los capítulos más dolorosos de nuestra historia y por ello, uno de los más disputados, el responsable y su círculo político asesinan y desaparecen dos veces a los jóvenes cuando niegan estos hechos. Pero la condena social y la acción de la Jurisdicción Especial para la Paz son una bocanada de oxígeno, en un país y una sociedad que sigue justificando la muerte de cualquier colombiano o colombiana con total impunidad.
La multiplicación de la injusticia: Doris no ha recuperado el cuerpo de su hijo y se necesita imperiosamente hacer un ritual de despedida a las personas que amamos, porque el dolor es doble y atroz cuando no sólo los mataron sino que además continúan desaparecidos. Sumado a ello están las condiciones de una fosa común “No es un cementerio, es un potrero, que está desprotegido, no está encerrado, él estaba primero encerrado en ladrillos y le quitaron los ladrillos y hicieron casitas, y un barrio de invasión” contó.
A Doris la vida le cambió para siempre desde la desaparición y asesinato de su hijo en 2008. Lleva años en la búsqueda del cuerpo, pero de las madres buscando a sus hijas e hijos desaparecidos hemos aprendido a respetar y entender el poder de la paciencia, la convicción y la constancia. Las MAFAPO (Madres de los Falsos Positivos) colectivo que integra Doris junto con otras madres en la misma lucha y organizaciones de derechos humanos, alertan y dan cuenta de una cifra mucho mayor a 6402 personas asesinadas en ejecuciones extrajudiciales por el Estado colombiano, no es un secreto que en Colombia no sabemos con exactitud cuántas veces pudimos haber caminado arriba de los cuerpos de las personas que amamos.
La mirada profunda y llena de dolor de Doris se me quedó grabada en la retina, es la mirada de un país que tiene nombre de mujer y que está cansado de parir hijas e hijos para la guerra, es la mirada de un país que necesita verdad, justicia y reparación, un país que dejó de ser territorio para convertirse en fosa: la patria de los Caballeros de la Noche.
Nota: la charla con Doris Tejada fue posible en el marco de la visita que ella y otras madres integrantes de MAFAPO hicieron a la Argentina en octubre de 2019, en la que además se encontraron con las Madres de Plaza de Mayo y compartieron juntas la ronda de los jueves a las tres y media de la tarde alrededor de la Pirámide de Mayo, reclamando por las hijas y los hijos desaparecidos de las unas y de las otras, de todas.