Por Patricia Grogg
– Todo comienzo suele ser difícil y a veces los obstáculos parecen insalvables, aunque luego logren sortearse. Así lo prueba la historia de la Finca Marta, en Cuba, que debió comenzar con la excavación de un pozo en búsqueda de agua y el duro desbroce de un terreno árido, pedregoso y cubierto de maleza.
“Era un ambiente hostil, todo estaba muy abandonado”, relata a IPS el agroecólogo Fernando Funes Monzote, quien el 21 de diciembre de 2011, se instaló con su familia en un predio de ocho hectáreas, a unos 20 kilómetros al oeste de La Habana, contra todo pronóstico adverso por lo inhóspito del lugar.
“Con Juan Machado, el pocero de la zona que se ha convertido en nuestro chamán, estuvimos cavando durante siete meses, a mano, hasta que a 14 metros de profundidad encontramos agua, tan suficiente como la que no vamos a gastar. Para nosotros, este pozo es una metáfora de lo que estamos dispuestos a hacer”, agregó Funes.
Fue la solución para el principal problema a enfrentar en su decisión de convertir en productiva una tierra de topografía ondulada, poco fértil y sin agua, en un país cuyo abastecimiento hídrico depende fundamentalmente de las lluvias y donde la agricultura consume cerca de 60 por ciento del recurso que se extrae de las cuencas hidrográficas.
La finca, que cuenta con 20 trabajadores, tiene ahora garantía del recurso hídrico todo el tiempo, ya sea el subterráneo o el capturado de la lluvia y almacenado en aljibes. Suficiente para cubrir todas las necesidades de los animales domesticados y silvestres, así como los cultivos. Al pozo se le incorporó una bomba solar para sacar el agua.
El manejo del predio y la eficiencia de la producción requirió pronto destinar tiempo y recursos a la construcción de casas de cultivo para producir posturas, locales para las cosechas, una vaquería rústica y una instalación para almacenar el equipamiento y los insumos de la apicultura, entre otros elementos de infraestructura.
Otro empeño se enfocó en el diseño de un sistema energéticamente sostenible, incorporando diversas alternativas de energías renovables como paneles solares para el bombeo de agua, un biodigestor para la captura y distribución de metano para cocinar los alimentos y calentadores solares de agua.
“Todo esto lo hemos hecho nosotros mismos a mano, con los recursos que teníamos, con las condiciones y el conocimiento”, explica Funes, luego de mencionar que los planes de aprovechar fuentes limpias de energía incluyen la instalación de un molino de viento para el bombeo de agua y la generación eléctrica.
En “una finca donde la única parte llana es donde está la casa”, según comentó Funes, se construyeron bancales en forma de terrazas transversales a la dirección de la pendiente, a fin de evitar la erosión del suelo debido al arrastre que provocan las lluvias durante su escorrentía.
Cada cantero o terraza tiene una pared de piedras en su parte inferior que evita el escurrimiento superficial del agua durante las lluvias. El sustrato está compuesto por una mezcla de suelo y materia orgánica proveniente de la lombricultura y el compost que se produce en la propia finca, con residuos del biodigestor y otros desechos.
El resultado es una producción agropecuaria libre de fertilizantes y pesticidas químicos, en armonía con el medio ambiente, variada y de primera calidad. “Esto nos da una ventaja comparativa en el mercado, porque ofrecemos una diversidad alta que nos permite mayores posibilidades de satisfacer la demanda”, dijo Funes.
La apicultura se convirtió pronto en un rubro importante de Finca Marta, que comenzó con una vieja colmena y hoy suman más de cien, para una producción de miel que se ha ido modernizando, de unas 40 toneladas en los últimos ocho años y cuyo principal destino es la exportación.
Asociada a una Cooperativa de Créditos y Servicios, la Finca Marta, instalada en el municipio de Caimito, en la provincia de Artemisa, comercializa directamente vegetales y hortalizas a un grupo de restaurantes privados, hoteles y empresas estatales, a la vez que entrega gratuitamente determinados productos a un centro de la zona de asistencia a mujeres embarazadas en riesgo.
“Estamos siguiendo una concepción de producción, procesamiento, comercialización y consumo. Nosotros mismos hacemos toda la cadena”, sostiene el agroecólogo, decidido a demostrar en la práctica que es posible desarrollar un proyecto familiar ecológicamente sostenible y socialmente justo y también factible económicamente.
El proyecto incluye un restaurante ecológico que abre una o dos veces a la semana para atender a visitantes interesados en la vida campestre de Cuba y probar comidas elaboradas con productos orgánicos. El agroturismo valoriza tanto el conocimiento como las inversiones, porque sus ingresos se reinvierten en el sistema productivo.
“Al llegar, teníamos mucha incertidumbre, un montón de retos por delante y era muy riesgoso desde todos los puntos de vista”, admitió Funes.
Tras cuatro o cinco años de intenso trabajo, la finca ya exhibía avances importantes en materia de comercialización e ingresos suficientes para pagar buenos salarios y ofrecer garantías sociales a los trabajadores.
“Para mí desde el principio era un compromiso ético y social como científico hacer que la ciencia tenga una repercusión en la vida de la gente, que tiene que percibir mejoría en sus ingresos y en sus condiciones de vida para comprometerse con un proceso de cambio”, valoró este ingeniero agrónomo.
Pero no solo eso. En su opinión, “la proyección para el futuro no es solamente seguir enriqueciendo la finca, generar nuevos empleos, ofrecer mejores salarios y más garantías sociales, sino empezar a tener un impacto en la transformación del territorio, es decir, en el desarrollo local”.
Con 20 años dedicado a la investigación y la docencia, máster en Agroecología y Desarrollo Rural Sustentable y doctor en Producción Ecológica y Conservación, más una experiencia práctica de 10 años en su granja, Funes integra desde octubre un grupo de expertos que gestionará un programa gubernamental de Desarrollo de la Logística y Cadenas de Suministros.
Además, el desarrollo de su explotación sirve de modelo a 50 fincas que se van incorporando en red al concepto agroecológico de producción, procesamiento, comercialización y consumo.
El propósito del grupo gubernamental, según se anunció al conformarse, es llevar a la práctica el concepto moderno de gestión de la integración, coordinación y sincronización de las interrelaciones, que incluyen los flujos materiales, informacional y financiero para suministrar y transformar recursos y productos desde los proveedores iniciales hasta los consumidores.
Estos proyectos se encuadran en el esfuerzo de Cuba por fortalecer la agricultura orgánica en la producción nacional de alimentos y aliviar así su dependencia de las importaciones del sector, que cubren 70 por ciento de las necesidades alimentarias.
En la actualidad en este país insular caribeño de 11,2 millones de habitantes se producen mediante tecnologías limpias condimentos y hortalizas frescas en más de 8000 hectáreas, donde unas se producen anualmente un promedio de 1,2 millones de toneladas de vegetales.