Con los años, lo imposible se transforma en realidad: Juan Guzmán hace justicia. Al costo de tronchar su carrera judicial, al costo de perder posiciones y granjerías propias del cargo, pero al beneficio de recibir, como pocos en Chile, el afecto del pueblo y el reconocimiento de sus pares en el mundo.
Esta semana ha dejado nuestro tiempo y espacio el gran juez: Juan Guzmán Tapia. Inmediatamente vino a mi memoria el homenaje que le hicimos en la Fundación Laura Rodríguez hace ya 15 años, en el año 2005, cuando le entregamos el Premio a la Coherencia. Quiero compartir parte de mis palabras pronunciadas ese día en el ex Congreso Nacional, en una ceremonia sencilla, pero llena de profundo significado:
Hace seis años, cuando era candidato a la Presidencia, viajé a Londres a respaldar la sorpresiva captura de Pinochet por la policía británica, a raíz de una orden que Scotland Yard recibió de España del juez Baltasar Garzón. Debo decirles que, como muchos, pensaba en esa época que en Chile nadie sería capaz de juzgar al dictador. Pues bien, hoy rendiremos homenaje al juez chileno que saltó por sobre las presiones y los prejuicios de esa época, que puso por sobre todo prestigio personal los derechos humanos de quienes sufrieron la cárcel, la tortura, el exilio y el asesinato.
Muchos luchamos contra esa dictadura. Laura Rodríguez fue una de esas luchadoras y nos gusta recordarla y seguir su ejemplo. La recordamos junto a los que más sufren, a los discriminados, a la mujer pobladora abriendo con todas sus fuerzas el futuro de sus hijos, al pueblo mapuche pidiendo por centurias la devolución de su tierra, y la recordamos también levantando la voz apagada de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos. No es nada fácil ser coherente en un contexto de violencia, injusticia y discriminación. Ser justos cuando el medio es injusto, ser honestos en medio de la hipocresía, ser no violentos cuando la violencia se ha desatado, tiene mucha gracia y esos son los modelos que queremos como ejemplo para nosotros mismos y para las nuevas generaciones.
La acción coherente no es cualquiera de las acciones que realizamos en nuestras vidas. Son acciones que definen la existencia y le dan sentido. La acción coherente produce un profundo acuerdo con uno mismo y da dirección a la vida porque son acciones que queremos repetir por siempre. Tienen el sabor de la proporción porque al realizarlas, todos los ámbitos de la vida avanzan en conjunto y no sólo un aspecto de ésta. Tienen sentido de oportunidad, porque muchas veces retrocedemos frente al enemigo, pero cuando su fuerza se debilita avanzamos con total resolución. También tienen la característica de ser acciones crecientemente adaptativas, porque debemos realizarlas en un contexto de violencia del cual no podemos marginarnos, pero tampoco podemos aceptarlo. Es el intento de transformación del medio en que nos toca vivir, el intento por transformar la violencia que hay en nosotros y fuera de nosotros lo que va dando coherencia a nuestra acción. Son, por último, acciones solidarias destinadas a superar el sufrimiento de quienes nos rodean. Esta es la dirección de vida que estamos reconociendo en el juez Guzmán. Premiamos una suerte de heroísmo, en un hombre que, siendo juez, fue hasta el límite de su función propia, atando su destino a una decisión justa. El hace como juez lo que la gente sencilla y el sentido común se representa como lo que es la justicia. Contra toda conveniencia, contra toda “prudencia”, contra todo “consejo razonable”, Juan Guzmán Tapia sometió a proceso a Augusto Pinochet, el dictador. Ese solo hecho lo destacó entre sus pares y lo transformó en blanco del poder. Porque todos sabemos del poder ilimitado que tuvo el procesado. Tiene el poder que da el peso de la casta, el mundo del dinero, el mundo de los favores y prebendas otorgadas, construyendo redes de todo tipo. Algunas aún desconocidas, pero reales y que continúan operando.
Para conocer al hombre detrás del juez, tenemos su voz expresada en sus memorias con el insinuante título Desde el borde del mundo. Allí aparece la niñez no atada a lugar alguno, como hijo de un embajador de su patria. Allí se nota la fuerte influencia del poeta mayor que fue su padre, vivo en sus obras y en la memoria de sus lectores, de quien nuestro juez recoge la sensibilidad del artista y la fortaleza de sus principios. Pero es de su madre que encuentra la estabilidad y los sueños. Un nada convencido estudiante de Derecho, con el paso del tiempo llegó a la judicatura, para transformarse en modelo de lo que entendemos debe ser un juez: un hombre que dice lo justo. Por eso de los destinos funcionarios del padre diplomático, nació en El Salvador, y recorrió muchos países en su juventud. En París, en medio de la revolución joven de mayo de 1968, entre las murallas que exigían lo imposible y la imaginación al poder, conoció el amor y a la que hoy es su esposa y madre de sus dos hijas.
Con los años, lo imposible se transforma en realidad: Juan Guzmán hace justicia. Al costo de tronchar su carrera judicial, al costo de perder posiciones y granjerías propias del cargo, pero al beneficio de recibir, como pocos en Chile, el afecto del pueblo y el reconocimiento de sus pares en el mundo. Jueces de todas latitudes, universidades de todos los continentes, se lucen trayendo a sus cátedras a un hombre que por sobre todo se respetó́ a sí mismo y su profunda visión humanista del mundo en que le tocó ser actor. Entendemos que desde la sufriente realidad, “monstruosa y amorfa” de los pueblos explotados –vale decir todos en el planeta– la intención humana puede hacer su efecto transformador de tales condiciones supuestamente naturales e inmodificables, para alcanzar la perfección de una sociedad, en la que los valores de la solidaridad, la diversidad, la justicia, nunca más ausentes, establezcan un mundo verdaderamente humano, en que las necesidades sean satisfechas según prioridades racionales y espirituales compartidas, en un proceso de creciente coherencia personal y social, que hace que tratemos a los demás como cada uno quiere ser tratado, para la construcción de una verdadera Nación Humana Universal.
Hasta aquí parte de nuestras palabras de entonces. Hoy, 15 años después de entregar ese premio, agradecemos una vez más a este hombre sabio y valiente. Sus acciones coherentes no se detendrán jamás.