El discurso electoral en la mayoría, sino en todos sus candidatos, repite el mismo mensaje: el momento que vivimos es decisivo para el país, así que estas elecciones son fundamentales para el futuro de la sociedad ecuatoriana y no podemos equivocarnos. Es curiosos como el significado de este discurso se contradice con el significante de la democracia electoral, aún más en el momento de su decadencia.
Es verdad que el tiempo que vive la sociedad ecuatoriana y mundial es crucial, pues nos situamos en el borde de la posibilidad de hacer algo distinto o retomar lo hecho, causante de la debacle sistémica tanto del proyecto humano cuanto de la naturaleza en su ser hospedaje de la vida. Es verdad que estamos frente a una enorme y difícil elección como sociedad; es verdad que, si hoy nos equivocamos, probablemente no tengamos la posibilidad de corregir el error; es verdad que este momento de decisiones y elecciones es sui-generis, no se ha dado en nuestra historia, sobre todo por el desastre ecológico que se avecina debido a la acumulación de decisiones equivocadas e irresponsables que se han hecho en nombre del progreso. Todo esto es cierto.
El problema es que estas certezas que el discurso electoral posiciona en la voz de sus candidatos, y que ubican la necesidad de una radical transformación del caminar humano, están sometidas a las coordenadas de la democracia electoral, que hoy más que nunca niega la posibilidad de hacer la elección que realmente nos permita soltar el guión político, que marca las misma acciones necias, egoístas e irresponsables que amenazan con arrebatarnos el futuro y condenarnos a nuestra propia destrucción. Con cada ciclo electoral se repite una elección que confirma lo mismo para asegurar que nada cambie, que realmente no se produzca el acontecimiento político que de una salida diferente a los desafíos que enfrenta la humanidad, en sus complejas diversidades.
Se podría decir que el discurso electoral es cínico, más allá del cinismo personal de muchos de los candidatos. Se conoce muy bien que el proceso electoral, funcionando adecuadamente en sus propios principios, nunca fue el camino para cambiar estructuralmente nada, que permita salir de las coordenadas del sistema capitalista y su lógica depredadora. Menos aún hoy que el mercantilismo ha pervertido la institución electoral, hasta el punto de negar sus propias premisas y acuerdos. No funciona la representación porque no hay partidos, no hay ideologías no hay proyectos, porque simplemente la lógica del mercado ha borrado las reglas del juego político liberal, ha borrado la política formal. Así que el discurso electoral es cínico, porque conoce muy bien que el proceso en el que se inscribe no permite ninguna elección real, ninguna posibilidad de que con él se den respuestas a los problemas que aqueja a la humanidad, porque se elige para sostener las condiciones que han provocado esos problemas.
Sospecho que la gran mayoría de los políticos electoralistas, la gran mayoría de comunicadores y opinadores públicos y algunos académicos e intelectuales saben esto, y a pesar de ello fingen creer que el juego de la representatividad aún sirve. Nadie quiere romper la fantasía de la democracia representativa, aunque ésta ya este roída y al punto de su desgarre total. Mientras esta clase política juega a creer en algo que no creen, para sostener su existencia simbólico-política y algunos beneficios de otro tipo, la gran mayoría de la sociedad y sobre todo los y las jóvenes no hacen el esfuerzo de fingir que creen en algo que no creen, en algo que hace rato dejaron de creer y que cada jugarreta política corrupta que se hace en nombre de la democracia electoral confirma su falta de confianza. En nuestro país, con elecciones obligadas, literalmente nos empujan en el acto de la votación a ser cínicos, a creer fácticamente en algo que ya no se cree. El juego cíclico se sostiene para evitar el acontecimiento político real, ese que nos permita atravesar las fantasías liberales ya desgastadas y pervertidas y caminar hacia otras formas políticas ciertamente democráticas, que abran un futuro a la humanidad.
Como dice el Zizek, los padres y las madres fingen creer en el Papá Noel para complacer a los y las hijas. El problema se hace complejo cuando los y las hijas fingen creer en el Papá Noel para complacer a los padres. ¿Cuándo dejaremos de creer en la democracia electoral para complacer al poder político, que finge creer en su sistema representativo decadente para autocomplacerse más que para complacernos?
Dejar de creer en las elecciones no significa no creer en la democracia, significa abrir el espacio para reinventarla y ensancharla en función de hacer nuestra vida más justa, más vivible.