Siempre hemos asociado al izquierdismo la aspiración de justicia social, la defensa y promoción de los Derechos Humanos, como la adecuada relación con el medio ambiente. En el pasado ser izquierdista significaba compromiso con la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, así como por la equidad entre las distintas naciones. Por lo mismo es que la lucha contra el apartheid fue una de las banderas más importantes de los progresistas y revolucionarios, buscando la redención de todas las minorías étnicas no reconocidas o reprimidas por los estados.
El izquierdismo declaraba, consecuentemente, su internacionalismo, de tal modo que las protestas contra la guerra de Vietnam y el apoyo a los movimientos independentistas se expresaba universal y activamente a través de varias generaciones. Desde que teníamos uso de razón, salíamos a las calles a protestar y demandar las más distintas y distantes causas, aún cuando no las entendiéramos cabalmente.
Todo el movimiento izquierdista internacional tuvo siempre muchos referentes intelectuales y políticos. Franceses, por ejemplo, que prescribían con arrogancia lo que debíamos hacer en América Latina, además de tantos ideólogos que fueron elevados a los altares de la gloria por los partidos y movimientos sociales comprometidos con el cambio, el anticapitalismo y la promoción de la democracia. Aunque respecto de este último término siempre se manifestaron diferencias en la política, las que incluso hoy prevalecen.
El firmamento progresista se pobló también de todo tipo de escritores y artistas que pusieron su talento al servicio de las ideas libertarias. En Chile y otros países, los jóvenes empezaron a perder interés por la música y la canción tradicional, interesándose mucho más en los múltiples creadores e intérpretes de la “nueva ola”, mientras que muchos de los anteriores fueran francamente estigmatizados. En este sentido se hizo vanguardista hasta la forma de vestir y peinarse, lo que ha quedado tan certeramente plasmado en el cine, la literatura y otras creaciones culturales y artísticas de franco contenido ideológico.
Se nos hace ineludible reconocer que Chile es uno de los países más racistas del mundo, aunque este calificativo se disfrace con la falsa idea de que somos en realidad solo “clasistas”. Aquí la gente se distingue demasiado por la forma de hablar y hasta de caminar. Sin perjuicio de que la educación pagada o de élite a lo que más contribuyó fue a marcar agudas diferencias en la población, además de las que nos impone la pertenencia a los distintos niveles socioeconómicos, los apellidos que portamos o el lugar donde nacimos o del que vinieron nuestros antepasados.
En un momento, la propia Iglesia Católica se abrió a reconocer estas poco cristianas asimetrías, impulsando reformas educacionales en sus establecimientos escolares y universitarios. Pero a la postre la acción de sacerdotes y fieles vanguardistas consiguió muy poco efectivamente. Se puede decir que todavía existen odiosas distancias entre nosotros y hasta en la confrontación del Coronavirus se ha podido comprobar que han sido de nuevo los pobres los más afectados por este virus tan letal si se considera el número y condición de los fallecidos y hospitalizados oficialmente.
La era del izquierdismo
Se dice que el tiempo que siguió a la última guerra mundial es uno de los más brillantes de la historia cuando emergieron líderes mundiales de la talla del Mahatma Ghandi y Jawaharlal Nehru en la India; o Martin Luther King, Fidel Castro y el mítico Che Guevara en el continente americano. Tanto así que el rostro de este último todavía se reproduce profusamente en carteles o hasta en las poleras que llevan miles y miles de jóvenes que jamás lo conocieron o apenas recibieron algunas vagas referencias de sus padres. Siempre relato que en el segundo año de Periodismo de la Universidad de Chile, a propósito de la vestimenta de uno de mis alumnos, le pregunté a todo el curso quién era para ellos el “Che”, cuya imagen todavía se enarbolaba en las movilizaciones estudiantiles. Pero la reacción fue realmente decepcionante como que ninguno supo qué responderme, salvo uno que me anotó: “mire profesor, lo único que yo sé es que se trata de un guerrillero, pero no me pregunte por favor de donde…”
Ser de izquierda llegó a constituirse en una verdadera moda, lo que rápidamente atentó contra la solvencia ideológica y ética de sus militantes y simpatizantes. Siempre recordaré aquel magistral discurso de Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara en México cuando le señaló a los jóvenes que lo escuchaban con fervor que la principal responsabilidad que debían asumir los estudiantes revolucionarios era la de aprender mucho, formarse y capacitarse ejemplarmente, reconociendo el privilegio que habían tenido de ingresar a la universidad. Cuando a lo sumo el uno o dos por ciento de ellos provenía del mundo obrero, como efectivamente sucedía entonces en toda nuestra Región.
El auge del izquierdismo prácticamente logró acorralar a los derechistas, los que debieron discurrir variados eufemismos para identificarse. Porque defender el orden constituido y oponerse a la Reforma Agraria, las nacionalizaciones y otros fenómenos constituía una verdadera vergüenza. Sobre todo entre los jóvenes. No podemos olvidar que nuestro Congreso Nacional aprobó por unanimidad la expropiación de la gran minería del Cobre en Chile, día en que los sectores reaccionarios empezaron a conspirar y promover el cruento golpe de estado pinochetista de 1973, renunciando a la competencia ideológica y electoral.
Claro: Allende se convertía en el primer líder marxista del mundo que llegaba a la Presidencia de la República mediante una contienda democrática y después de varios intentos fallidos. Esto hizo tañer con furia las alarmas en Estados Unidos y en todas las naciones tensionadas por la llamada “Guerra Fría”. Esto es un fenómeno silencioso y sinuoso en que las potencias se esforzaron por consolidar sus zonas de influencia en el mapamundi, evitando la confrontación abierta entre las grandes potencias. Simplemente porque se temía que de una tercera conflagración mundial todo el orbe podría verse reducido a escombros, como los que dejaron las terroríficas bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Hasta los pontífices romanos abrieron las ventanas de El Vaticano para que “entrara el aire nuevo”. En pocos años se derogaron muchas proscripciones y rápidamente se reconocieron como santos a religiosos como Alberto Hurtado, por su compromiso con los pobres y la niñez desvalida. Particularmente notable fue la renovación de la Conferencia Episcopal chilena y su consolidación como un importante bastión en la lucha contra la dictadura de Pinochet. Al mismo tiempo, destacados obispos latinoamericanos como Helder Camera, Oscar Romero y tantos otros les dieron la bienvenida a la Teología de la Liberación como a sus lúcidos teólogos y activistas. Toda una filosofía que en muchos sentidos se puso a la vanguardia de las propias ideas marxistas leninistas y, desde luego, superara con creces el ideario de la socialdemocracia europea. Muchos cristianos ingresaron con bríos y masivamente a las huestes izquierdistas especialmente en América Latina, con lo que se abolieron excomuniones y otras estigmatizaciones que afectaban a los referentes socialistas o comunistas. Aviniéndose unos y otros como humanistas y reconociéndose como “compañeros de ruta”.
En algunas décadas de lucha y sacrificio, la acción del izquierdismo logró derrumbar el régimen segregacionista de Sudáfrica y dar sólidos pasos para el reconocimiento de los derechos de los afroamericanos en los Estados Unidos. Así como se consumó la victoria de los vietnamitas, como la independencia de Argelia y otras naciones africanas y asiáticas. Gracias a lo cual un luchador de la talla de Nelson Mandela, después de 27 años de cautiverio e irrevocable voluntad y consecuencia, se erigió en el principal líder moral de la Humanidad, junto a otros héroes y mártires que serán largo tiempo reconocidos por la historia.
Pero el poder del imperialismo, mediante golpes de estado e invasiones criminales, logró la consolidación del sistema neoliberal, es decir la versión más salvaje del capitalismo. Se trató de una nueva restauración al modo de lo que había acontecido en el viejo continente después de la Revolución Francesa. Prácticamente todo el cono sur de nuestra América cedió a las presiones de la Casa Blanca y el Pentágono materializadas, también, en el asesinato de innumerables luchadores políticos y sociales.
A lo anterior se suma posteriormente la traición de muchos partidos y dirigentes de izquierda devenidos en social demócratas, renunciando a la lucha confrontacional y entrando rápidamente en connivencia con aquellos políticos y empresarios que arribaron a los gobiernos después de la caída de los Pinochet, Videla, Strossner y varios dictadores en Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y otras naciones. Tiranos que terminaron por fastidiar a la propia Casa Blanca y al Departamento de Estado Norteamericano, obligándose Estados Unidos a arbitrar una salida política negociada con los propios militares golpistas, políticos de viejo cuño y, por supuesto, los poderosos grupos empresariales consolidados durante la larga y tenebrosa noche de interdicción ciudadana.
Al respecto, cómo olvidarse de la confesión que nos hizo el embajador de Estados Unidos a un grupo de periodistas que lo escuchábamos atentamente después de una multitudinaria y radical protesta social en Santiago: “mi gobierno, dijo, no va a permitir que de todo esta convulsión social surja otra Cuba en América Latina, por lo que ahora mi país va a trabajar por la apertura y una transición pacífica hacia la democracia”.
Y así fue como empezaron a desfilar por Washington dirigentes políticos del exilio latinoamericano para hacerlos partícipes de seminarios y atractivos encuentros de alto nivel, en que se dieron cita analistas, empresarios, académicos, cuanto políticos republicanos y demócratas de aires progresistas. Sin duda que en la promesa de ser apoyados ahora para retornar y establecerse en sus países, financiar nuevos referentes políticos e intelectuales, bajo la condición de que se negaran a asociarse con los partidos comunistas y aquellos sectores que trabajaban por el derrocamiento de sus dictaduras mediante el fabuloso instrumento de las jornadas de movilización social y la lucha armada. Un creciente proceso de Insurgencia que tenía exasperada, ya, a la dictadura chilena, a la Dina, la CNI y a los propios empresarios temerosos de que la salida política acabara con sus apropiaciones ilícitas y consabidos privilegios.
A los periodistas que trabajábamos en las revistas disidentes como Análisis y APSI se nos ofreció dotarnos de un millón de dólares por cada medio como contribución a nuestras respectivas tareas, bajo la única condición de que cesaran de escribir y ser entrevistados en nuestras páginas los dirigentes de Movimiento Democrático Popular (MDP), el principal referente unitario de izquierda. Según el representante norteamericano en Chile, los fondos saldrían de todo lo acopiado por la Enmienda de Edward Kennedy, cuando Estados Unidos se dispuso a cortar el flujo económico hacia La Moneda y la Casa Rosada destinada a adquirir o renovar armamento.
Confiados en la promesa estadounidense de tomar distancia respecto de nuestros dictadores es que muchos de los más jacobinos dirigentes del pasado desahuciaron sus convicciones vanguardistas y diversos partidos y movimientos decidieron conformar la llamada Alianza Democrática, la que abjuró de cualquier esfuerzo común con el propio MDP y muchas organizaciones sindicales, de Derechos Humanos y de la sociedad civil que después de muchos esfuerzos estaban acordando la unidad para enfrentar a la Dictadura.
Con recursos de varias fundaciones europeas y dineros triangulados desde Estados Unidos se financió el proceso de la Renovación Socialista, se estimuló el insólito oportunismo político del radical partido Mapu y hasta de otros referentes como el MIR boliviano liderado por un abominable personaje como Jaime Paz Zamora, que terminó cogobernando con el dictador que lo había torturado y desfigurado el rostro. Y a todo esto siguieron otras increíbles deserciones y espurias alianzas que llevaron al poder a los otrora golpistas demócratas cristianos como Patricio Aylwin. Qué públicamente defendió ante el mundo la legitimidad del alzamiento militar chileno.
Un viraje que siguió con la encarnizada disputa de poder ofrecidos por aquellas alianzas gubernamentales como la Concertación y la Nueva Mayoría durante los treinta años que siguieron a la salida del Dictador. Período en que se mantuvo y se mantiene la vigencia de la Constitución de 1980 , así como el modelo económico y social heredado de la Dictadura.
Michelle Bachelet, la última Jefa de Estado, tuvo el acierto político electoral de sumar a su gobierno al propio y esmirriado Partido Comunista que por tanto tiempo fuera resistido por los sucesores de Pinochet, como por los que vigilaban nuestro proceso desde el exterior y las plataformas de los distintos poderes fácticos del país, en particular las organizaciones patronales.
Pero esta argucia de la Mandataria no impidió que después tuviera que devolverle el mando a un Sebastián Piñera, un brioso y ambicioso pinochetista además de inescrupuloso multimillonario que hasta concurrió a Londres para solidarizarse con el ex dictador y abogar por su retorno a la impunidad y una muerte plácida como la que finalmente tuvo. Si no fuera porque, al momento de sus exequias, un nieto del asesinado Carlos Prat le lanzara un escupitajo a su féretro a vista y estupor de todos los aduladores que le estaban rindiendo postrer homenaje en la Escuela Militar.
Historia conocida es lo que ha ocurrido en estos últimos años en que el principal empeño de muchos izquierdistas ha sido la pugna por obtener un ministerio, un curul parlamentario, una embajada u otro cargo dentro de la prolífica nómina de altos funcionarios públicos y asesores muy bien remunerados. Tiempo que se plasma tan bien en las secciones de Vida Social de los periódicos, en los directorios de los Bancos y empresas privadas, donde los ex pinochetistas, ex allendistas y hasta unos cuantos ex guerrilleros se solazan con el poder y el enriquecimiento descarado. La historiadora chilena Mónica Echeverría nos dejó un magnífico libro en que nombra y describe la deserción o traición de los más importantes líderes de la izquierda, de los que fueron tan vociferantes, por cierto, durante las décadas de los 70 y 80.
Recién ahora Chile, Argentina, Perú, Brasil y otras naciones ventilan procesos judiciales que debieran terminar con la condena de ex mandatarios, parlamentarios, gobernadores y otros “servidores públicos” seducidos por las poderosas empresas nacionales y transnacionales. Entidades que han reconocido haber financiado sus gastos electorales, comprar la conciencia de legisladores, obtener concesiones públicas y garantizarse que, desde el poder, nadie se atreva a arremeter contra sus inversiones y pingües negocios.
Desgraciadamente, ni la flagrante corrupción de algunos líderes ha impedido que salgan en defensa de estos partidos y voceros de la izquierda latinoamericana y chilena, endilgándole a la derecha y al imperialismo los pecados cometidos por estos nuevos corruptos. Depositando tal vez su esperanza en que los acaudalados bolsillos de los defraudadores del fisco y sobornados los haga aferrarse al poder, evadir la acción de los tribunales o retornar a la política después del fracaso de la derecha y de todos los golpistas tan auto asumidos como demócratas y fervientes defensores de lo que señalan “estado de derecho”.
De esta manera es que los históricos partidos de izquierda del Continente han derivado en meros aparatajes electorales sin rumbo ideológico que no sea abogar a lo sumo porque el sistema se comporte de manera más humanitaria. “Economía social de mercado” es el eufemismo que se usa para sumar votantes incautos y ofrecerse como alternativa a la actitud de un pueblo cada vez más consciente y radicalizado, con más ira y convencido de que es el conjunto de la clase política coludida la que desbarató las promesas democráticas y la justicia social tan largamente demandadas. Corrupción moral e ideológica que ha llevado a nuestros países al dantesco espectáculo de la inequidad, el creciente poder del narcotráfico, la desesperanza de los jubilados y los trabajadores cuyos ingresos se ven cada día más menguados en su poder adquisitivo. Especialmente con la crisis sanitaria y el coronavirus.
Vivimos tiempos en que la riqueza se ha hecho extrema y la pobreza asume el rostro de la miseria y exclusión. Realidad que ya muy condenada por los líderes religiosos y morales que han vuelto una y otra vez a señalarle a los ricos que viven en pecado grave, divorciados completamente de la fe que muchos dicen profesar. Aunque haya de nuevo tantos pastores latinoamericanos que parecen estar dormidos, pese a que la violencia ha llegado en las manifestaciones populares hasta atacar e incendiar los propios templos que alguna vez sirvieron de refugio de los oprimidos y perseguidos. Seguramente que los abusos sexuales y otros vicios en que han incurrido pastores y clérigos tiene a las Iglesias tan inhibidas ante los problemas de sus respectivos feligreses.
Con el pueblo de pie
Consecuencia de la inmensa decepción ciudadana es el resultado del reciente plebiscito chileno en que un 80 por ciento de los ciudadanos optó por una Convención Constituyente sin representantes del Ejecutivo y Legislativo. En que solo los elegidos directamente por el pueblo, y en una elección ad hoc, tengan la misión de redactar la nueva Carta Magna. Sin embargo, pese a esta drástica sentencia popular en contra del conjunto la clase política, los arreglos espurios convenidos por los partidos de la derecha y la llamada centro izquierda (salvo honrosas excepciones) lograron ponerle trampas a la postulación electoral de muchos independientes o no militantes en favor de los nominados a dedo por las colectividades políticas.
Con lo anterior se persigue evitar que se alcancen los dos tercios en el número de los convencionales pro reformas que se requieren para aprobar cada norma de la nueva Carta Magna. A ello se suma que el oficialismo sí fue capaz de conformar una sola lista de candidatos, lo que evidentemente le da mejores opciones a la derecha. Mientras los opositores se diluyen en un sinnúmero, confuso y hasta intraducible número de referentes y siglas.
Ante estas maniobras anticipadas y denunciadas, hay quienes prometen “rodear” a quienes resulten elegidos como constituyentes, de manera de forzarlos a darle curso a las demandas de la población, consiguiendo que nuestra próxima Carta Fundamental facilite la aprobación de las reformas políticas y sociales, además de profundizar la democracia chilena. Se busca con esta advertencia que no se malogre una salida electoral que logró tanto aquietar los ánimos, pero que ya se descubre tramposa y con el riesgo de que, en lo fundamental, la Constitución de Pinochet siga proyectándose en el tiempo.
Ya hay quienes vienen rumiando su frustración y sabemos que habrá muchos que después de la elección de la Constituyente van a descubrir que nuevamente fueron engañados y, en conformidad con los pactos multipartidistas, van a quedar excluidos de la nómina oficial de escogidos para diseñar nuestro futuro institucional. Por la falta de unidad y debilidad en las convicciones tememos que, en general, sea la misma casta política la que imponga las decisiones y la izquierda incauta o corrupta se transforme en el vagón de cola de una derecha que estaba en el suelo a causa del desastroso desempeño de Piñera. Pero que, sin embargo, en la hora precisa fue capaz de unirse por completo para competir y asegurarse ese tercio necesario que la clase política convino para que poco o nada cambie efectivamente en materia institucional.
Pensamos que la pandemia y los confinamientos obligados han contribuido enormemente a que los sectores izquierdistas de encuentren algo rezagados y muy delimitados por las redes sociales. Esperamos, sin embargo, que esto sea temporal y, a la luz de los nuevos procesos electorales, retorne el fervor de las grandes movilizaciones, cuando ya ha quedado de manifiesto que para las Fuerzas Armadas y policiales la acción del pueblo unido se ha tornado muy contundente y difícil de aplacar sin llegar a la represión extrema o genocida.
La última incursión de los efectivos fuertemente armados de la Policía Civil (PDI) en la Araucanía dejó en evidencia su estrepitoso ridículo. Tanto así que, para vergüenza del mandamás director de la PDI, los familiares del policía ultimado supuestamente por terroristas mapuches, terminaron visitando a los loncos de esta etnia y condoliéndose con el padre y la familia del mártir Camilo Catrillanca, asesinado hacía un año por carabineros en esta misma zona.
Con franqueza, lo que más duele en el debilitado trayecto ideológico de la izquierda es la pérdida de su perfil ideológico y revolucionario, como si los objetivos históricos de sus luchas estuvieran ya consumados. Aunque debemos reconocer como algo muy positivo la fuerza que ha concitado en todos los vanguardistas los temas de la ecopolítica, tales como el cuidado del medio ambiente, los peligros del calentamiento global y otros que no alcanzaron a ser visualizados por los ideólogos del siglo XlX hasta mediados del XX.
Pero las fuerzas políticas de izquierda quedaron muy rezagadas respecto de la conciencia que adoptaron las organizaciones sociales, los movimientos estudiantiles, los grupos feministas y tantas otras instancias de la sociedad civil. Convicciones que dieron origen a contundentes protestas mientras los partidos inspirados en Marx y Lenin o en el socialcristianismo, por ejemplo, se hacían presos de las ambiciones de poder, la parafernalia electoral y su distanciamiento progresivo de las aspiraciones populares por trabajo, pan, justicia y libertad.
Hasta las demandas por una educación igualitaria, un sistema de salud al alcance de todos y una democracia más participativa terminaron en muchos casos por aceptar un sistema de pensiones intrínsecamente inmoral, por convivir con las universidades elitistas empeñadas en el lucro y tolerar un conjunto de instituciones privadas de salud que se comen los recursos fiscales y profitan de las cotizaciones obligadas de los trabajadores.
Asimismo, qué duda cabe que gobiernos que se decían de centro izquierda terminaron por otorgar a inversionistas privados y extranjeros las concesiones viales, las grandes obras de infraestructura, así como bancos y otras instituciones financieras, algunas de las cuales han reconocido que en Chile es donde obtienen su más alta rentabilidad. Los gobiernos que siguieron a Pinochet completaron la tarea de privatizar y extranjerizar empresas y servicios que ni los propios militares se atrevieron a concesionar.
Es paradójico que la Dictadura haya dispuesto que la educación superior no debiera lucrar y curiosamente haya ocurrido durante los gobiernos de la Concertación donde más se transaron universidades en el mercado o se implementaron iniciativas que impusieran carísimas colegiaturas para todos los que quisieran ingresar a ellas. Sin considerar siquiera que los egresados de la enseñanza media tuvieran las mínimas aptitudes para emprender una formación profesional. Tal es así que la vieja aspiración de la “universidad para todos” que tanto irritaba en el pasado a los sectores retardatarios del país pasara a convertirse en el cometido principal de los gestores educacionales privados.
Vergonzoso asoma en este sentido la iniciativa del gobierno de Ricardo Lagos de ofrecerle a los estudiantes un crédito bancario con el aval del Estado, lo cual permitió el masivo ingreso a las aulas universitarias de jóvenes que quedaron fuertemente endeudados, mientras los centros de enseñanza recibían ingentes recursos y se debilitara al extremo la demanda por una educación pública de calidad. Llama la atención el tardío mea culpa hecho recién por un ex ministro de esa administración que, por supuesto ahora busca competir en las próximas presidenciales.
Chile ya está comprobando los efectos de una formación que se hizo cada vez más mediocre y que es responsable de que varias generaciones de titulados universitarios carezcan de la solvencia ética para desempeñarse en un país en que a los niños y jóvenes se les enseña tempranamente que el gran cometido de la vida es competir unos con otros, consumir hasta el hartazgo y desinteresarse por la suerte de los demás. Lo que está en la esencia de los disvalores ultra capitalistas, como en la posición de quienes se proclaman en la política como “liberales”, algo tan vacío y fatuo, pero que le sirve mucho a quienes así se definen para ser fácilmente aceptados y valorados por todos los actores del poder. Ya sean de derecha o izquierda.
Cuando la pandemia ha desnudado en nuestros países que todavía existen millones de seres humanos que padecen hambre, desempleo crónico y son tan discriminados, duele comprobar una conformidad tan generalizada en la política por un sistema que hace cada día más ricos a los ricos, mientras los pobres van quedando tan rezagados en sus derechos esenciales. Esto es, postergando su sueño de la casa propia, un salario justo o una pensión digna para los que llegan a la Tercera Edad y son prácticamente obligados a jubilarse o seguir trabajando en lo que sea para subsistir.
Pero para el tema que nos ocupa en este artículo nos extraña que la principal ocupación de muchos sectores vanguardistas sea promover el derecho al aborto libre y, ahora último, la eutanasia, con su eufemismo de la “muerte asistida”. Tenemos el más alto respeto por quienes han logrado tantos avances en los derechos de la mujer, la paridad de género en los gobiernos y procesos electorales, como en favor de sus fueros laborales y maternales. Además de exigir que se castiguen debidamente el femicidio y la discriminación salarial. Celebramos también con ello que tantos varones se hayan sumado como aliados de sus demandas y todos estemos abandonando nuestras tradiciones y prácticas machistas.
Nos preocupa que en las manifestaciones públicas de Argentina, Chile y otros países predominen las consignas pro aborto ante tantas otras vindicaciones, cuando debiera estar en la esencia del progresismo promover, más bien, la paternidad y maternidad responsable, el deber de los estados de garantizar el desarrollo de toda vida humana, proteger la existencia de los que deben seguir naciendo y puedan convertirse en seres humanos sujetos de todos sus derechos esenciales. Más que idealizar la interrupción del embarazo, creo que sería preferible luchar para que no haya madre que se obligue a perder un niño o niña y los hombres estén obligados a cumplir con las obligaciones que surgen de la procreación.
Nos parece repugnante que China haya aplicado por tanto tiempo la ejecución de las niñas recién nacidas y de los varones que mostraban síntomas de discapacidad. Es el colmo que tantos países y entidades internacionales y hasta sanitarias hayan sido cómplices de esta monstruosidad como “solución” para frenar el crecimiento demográfico y lograr el desarrollo de mano de obra “más útil para los objetivos del desarrollo” del cual hoy se ufana la nueva superpotencia.
Qué difícil concebir una iniciativa más machista y criminal como ésta desde los tiempos de Herodes y que hoy tiene como resultado que el Asia existan tantos millones de trabajadores prácticamente cautivos y automatizados por el trabajo incesante y explotado. Pero a China y otras naciones los neoliberales e izquierdistas evitan criticar en mérito de los negocios con este país o que todavía se les considera socialistas o comunistas. Así como también se omiten de condenarlas los gobiernos de sus naciones y los altos comisionados de las Naciones Unidas que debieran velar por los Derechos Humanos en todo el mundo.
En el sueño o la utopía socialista debiera prevalecer la idea de un mundo mejor en que todos tengan posibilidades de nacer, educarse, trabajar y acceder a los bienes necesarios para nuestra subsistencia digna y felicidad. Los adelantos de la ciencia y la tecnología nos indican que nadie sobra en el mundo y que la agricultura y la industria pueden perfectamente dotarnos a todos y a muchos más de lo necesario para vivir, multiplicarnos y vivir en paz sobre la Tierra. Si entendemos que hay que ponerle atajo al consumismo, a la sobre explotación de nuestros recursos naturales y eliminar los ingentes recursos dilapidados por la carrera armamentista. Prohibir, sin duda, la riqueza extrema de la que se jactan y presumen hasta quienes nos gobiernan. Algo tan bien representado en las listas de Forbes, el escandaloso peculio de un Donald Trump o la codicia de un Sebastián Piñera.
Vaya que nos resulta lamentable que tantos líderes políticos y sociales permitan el acceso al poder de tantos delincuentes como éstos y, desde luego, tan criminales como los más poderosos narcotraficantes. Por cierto que mucho más perniciosos para el mundo que esos cientos de miles de seres que violan las leyes de migración y disposiciones del mundo “civilizado”, a quienes se les oponen los muros y leyes a su imperiosa necesidad de buscar trabajo, alimentar y educar a sus familias.
Es necesario que quienes se dicen progresistas acepten sin evasiones y justificativos hipócritas, la legitimidad de la insurgencia y la desobediencia civil. Se avengan con la palabra “revolución” y asuman la necesidad de unirse y rebelarse contra “el orden establecido”. En estos días, el mejor izquierdismo debiera expresarse, por ejemplo, en asistir a los que desfilan y desfallecen en el camino hacia una nueva patria y un mejor destino. Antes que las potencias mundiales discurran esterilizarlos o eliminarlos.
Más allá de la solidaridad que se merecen las naciones acosadas por el imperialismo, el bloqueo económico y otras prácticas deleznables, el izquierdismo debe velar por la integridad de los regímenes realmente vanguardistas y atreverse a condenar los evidentes rasgos de corrupción que manifiestan líderes y gobernantes de izquierda encaprichados por prolongarse en el poder. Objetivo por el cual es tan fácil corromperse.
Renovar las ideologías no debe ser sinónimo de abandonar los principios permanentes, el humanismo y la lucha política y social. Cuando la justicia es todavía tan incierta en todo el mundo. Y en tantos casos estén creciendo las brechas de la desigualdad.