Hace 60 años una niña afrodescendiente ingresaba por primera vez a una escuela reservada para alumnos blancos.
por Jorge Elbaum para Dejámelopensar.com.ar
Seis décadas atrás, un 14 de noviembre de 1960, una niña de 6 años llamada Ruby Bridges ingresaba en la escuela William Frantz Elementary de Nueva Orleans, Louisiana. Era la primera vez que esa institución recibía una alumna afrodescendiente. Para poder ingresar, en el medio de los insultos de los padres y madres supremacistas, fue escoltada por agente del FBI enviados por el presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower. La comunidad blanca había decidido impedir su ingreso porque reclamaba la continuidad de las políticas de segregación racial, declaradas como ilegales por la Corte Suprema en 1954.
Ruby había nacido en Tylertown, Mississippi en 1954. Pero su trayecto a la escuela en 1960 se percibió como una afrenta para la comunidad supremacista que evaluaba como un pecado la interacción de niñxs blancos con criaturas afrodescendientes. Estos últimos podían ser valorados como mano de obra esclava o barata, pero nunca como sujetos de derechos similares a los herederos de los colonos europeos.
En el mismo periodo en que Ruby subió las escalinatas de la escuela algo que quebró. Esa imagen habría de quedar grabada en la conciencia política de toda una generación. Algo similar había ocurrido seis años antes, en diciembre de 1955, cuando Rosa Parks decidió negarle su asiento, en un transporte público, a un ciudadano blanco, tal como exigían las tradiciones de respeto hacia los hombres considerados superiores.
Ruby fue la primera niña en asistir a una escuela que no estaba diseñada para estudiantes negros. Para impedir que pudiera ingresar –pese a las decisiones federales–, las autoridades escolares resolvieron tomarle un examen con la esperanza de poder rechazarla con criterios pseudo-educativos, dado que consideraban a los negros como inferiores intelectualmente. Ruby y otrxs 5 niñxs de la comunidad afroamericana lograron superar la prueba pero solo la familia Bridges se animó a desafiar a la horda de padres que se oponían en forma terminante con que una niña de sus características tuviese contactos con sus hijxs. Cuando Ruby llegó acompañada de los agente del FBI tenía puesto un jumper gris y una camisa blanca. Antes de subir la escalera le tiraron huevos y tomates podridos.
El día del inicio de las clases las autoridades educativas, lxs maestros y los funcionarios de la gobernación de Louisiana condenaron la presencia de Ruby y vaciaron la escuela con la esperanza de que los Bridges desistieran. Para garantizar las clases, la secretaría de educación hizo una convocatoria ad-hoc y logró que una maestra de Boston accediese a trasladarse 2000 kilómetros para ser la docente de Ruby.
“Yo no entendía qué pasaba –relató años después Ruby–, nunca imaginé que habían organizado una manifestación para impedir que yo acudiese a la escuela. Portaban pancartas, coreaban consignas que decían: ´No queremos integración´. Cuando entré con los funcionarios del gobierno federal, los padres y las madres decidieron retirar a sus hijxs porque especulaban con que las autoridades de la escuela no iban a permitirme ingresar. Mientras las maestras y los padres se iban con sus niñxs, me gritaban cosas que no podía entender, a través de una ventana”.
El colegio quedó desierto. En el segundo día de clases las autoridades resolvieron que lxs niñxs siguieran sus cursos sin la presencia de Ruby. Sin embargo, ese día le informaron a los padres de la niña que nadie aceptaba ser su compañera de clase. Pero su familia no se amedrentó. Ruby fue a su segundo día de clase y la recibió una mujer que la iluminó con una sonrisa: “Cuando entré vi a una mujer que dijo: ´Hola, soy tu maestra´. Lo primero que pensé fue: ´Pero… ¡Es blanca!´, Nunca había tenido vínculo con una persona blanca. Resultó ser la mejor maestra que jamás y por ella amé la escuela.”
La maestra Henry hizo 2000 kilómetros de historia. Viajó desde Boston porque lxs docentes de la ciudad rehusaban a darle clase a niñxs negrxs. La señora Henry también fue discriminada en su estancia en New Orleans porque siendo blanca accedió a mezclarse con una criatura negra. “Fue como una segunda madre para mí –señaló Ruby varios décadas después– y nos convertimos en las mejores amigas.” Eran Ruby y la Sera Henry. Solas. Nadie más. Todo su primer año fue igual, sin compañerxs de curso. Sin recreos. Sin juegos con otrxs niñxs. Sin tareas compartidas. Sin amigxs. Solo ellas dos.
En mayo de este fatídico 2020 George Floyd fue asesinado por un policía blanco bajo la acusación de haber abonado con un billete falso de 20 dólares en un supermercado. El agente presionó sobre el cuello de Floyd hasta asfixiarlo en la ciudad de Minneapolis, Estado de Minnesota. Floyd repitió una docena de veces “no puedo respirar”, hasta que sufrió un paro cardio respiratorio.
Las élites de América Latina admiran lascivamente a los Estados Unidos. Desprecian a los lugares donde nacen, viven y mueren. Sueñan con ser aquello que no son. Y mientras eso sucede, las comunidades afroamericanas siguen pagando el precio de haber sido secuestrados, esclavizados y sometidos. Frente a las puertas de sus casas siguen desfilando grupos armados que insultan a los inmigrantes o que defienden la comercialización de armas de guerra. Estados Unidos tiene la tasa de encarcelamientos más grandes del mundo. El volumen de los afrodescendientes en la población alcanza el 14 %. Sin embargo el 30 por ciento de quienes permanecen en prisión es de ese origen fenotípico.
La familia de Ruby Bridges y Rosa Parks evidencian que la condición de sometimiento puede ser superada con dignidad, fortaleza y coherencia. Sobre todo cuando sus ejemplos se convierten en banderas de acción social colectiva. Una única actitud de integridad tiene capacidad de alumbrar la oscuridad de toda resignación. Pero esa luz debe ser esparcida por otrxs. Tiene que transformarse en múltiple. En caleidoscopio o resplandor. Debe instituirse como otra realidad. Y al mismo tiempo empequeñecer a quienes se oponen a su brillo.
El racismo vernáculo tiene dificultades para hacerse explícito pero no deja de llamar “negros de mierda” o choriplaneros a quienes 75 años atrás denominaba como aluvión zoológico o cabecitas negra. Lxs supremacistas del norte tienen el mismo rostros de quienes victimizan diariamente a lxs trabajadores, a lxs desempleados, a lxs descendientes de los pueblos originarios o a las organizaciones sociales que se identifican con ellxs.
Las discriminaciones, las exclusiones y las creencias basadas en la superioridad de algunos grupos por sobre otros son funcionales al sistema. Gracias a esas fragmentaciones inoculadas se logra invisibilizar los conflictos más estructurales que someten a las mayorías sociales. El racismo y el resto de los etiquetamientos inferiorizantes son un recurso elemental para impedir la articulación de los grupos subalternos. Al dividiros por color, idioma, religión u orientación sexual, el modelo de dominación se preserva a sí mismo y debilita las posibles organizaciones populares. En 1964 el pintor Norman Rockwell hizo una ilustración par la revista Look que tituló “El problema con el que vivimos”. En esa imagen representó a Ruby con la pureza de la candidez provista de las algunas herramientas ligadas a un conocimiento del cual se la buscaba excluir. Sobre la pared detalló las huellas de los tomates podridos lanzados por los civilizados ciudadanos blancos y el grafiti insultante de nigger. Esas manchas, destinadas a impactar en una niña de 4 años, todavía ensucian la identidad de una sociedad que poco tiene para ofrecer, como ejemplo, al resto del mundo.