En Chile, el total de personas menores de 17 años suma casi tres y medio millones. Uno de cada cuatro habitantes de nuestro territorio pertenece a este segmento y, lamentablemente, no son prioridad. Pobreza, violencia y deficiente escolaridad afectan a demasiados niñas, niños y jóvenes de hasta 17 años y no hay conciencia del daño que les estamos haciendo en lo personal, ni tampoco a la sociedad, permitiendo que miles de ellos se vayan quedando atrás porque no cuentan con herramientas psicosociales ni laborales para sacudirse la maldición de la pobreza.
La pandemia ha aumentado la brecha. Se estima que cien mil estudiantes desertarán de la educación, acercando la cifra total a casi trescientos mil. Y en el acceso a la educación a distancia, aproximadamente la mitad no cuenta con conectividad que permita una conexión digna y de calidad para lograr los aprendizajes mínimos.
¿Qué estaremos haciendo mal para que niñas, niños y jóvenes menores de 17 años estén invisibilizados? La sociedad no presta ni centra atención en estas personas que son fácil presa de la publicidad de los productos de consumo, de los traficantes de drogas y de las redes sociales. Con esta actitud estamos hipotecando el presente y futuro de nuestra sociedad.
Por el lado de niñas, niños y jóvenes están los sueños, esperanzas y ganas de trabajar por un mundo mejor esperando que alguien les tienda la mano. En Fundación Semilla lo sabemos muy bien porque la respuesta que recibimos en nuestros programas da cuenta que el problema no es de ellas y ellos, sino de una generación que se ha endiosado en una cultura absolutamente adultocéntrica.
Adultos que creemos que el mejor resultado de la educación es que las nuevas generaciones se parezcan lo más posible a nosotros, que tengan los mismos valores y aprecien las mismas estructuras culturales. Pero ya no es así. Niñas, niños y jóvenes nacieron en un mundo en que el planeta está amenazado, en una sociedad de consumo que exalta, entre otros, la alimentación tóxica y el placer inmediato en vez del bienestar, y en la que vale más, el que más tiene. Son nativos digitales que cuestionan el conocimiento que dicen tener los adultos porque saben buscar. Aprenden a través de la experimentación en vez de estar sentados en el aula “recibiendo” clases.
No es casualidad que, en Chile, los tres grandes remezones a las estructuras y tradiciones han venido de niñas, niños y jóvenes menores de 17 años: los pingüinos en 2006, las manifestaciones del 2011 y saltarse los torniquetes el 2019. Y lo más sorprendente es que el mundo adulto con la amplificación dada por los medios tradicionales sigue insistiendo en que “nadie lo vio venir”.
Tendremos un mejor futuro si entendemos que la brecha generacional es enorme y que tenemos que poner a niñas, niños y jóvenes en la primera prioridad. No basta con pensar en que alguien, en algún lado efectuará los cambios. Desde Fundación Semilla invitamos a creer en niñas, niños y jóvenes, a impulsar sus espacios de crecimiento, su pensamiento crítico y su libertad. Si no lo hacemos, simplemente seguiremos siendo unos viejos de mierda.