Es conocido el recurso de algunos políticos chilenos de atribuirle responsabilidad a la izquierda por lo acontecido en naciones como Cuba, lo que se explica en la ausencia de argumentos para combatir a partidos y movimientos que, en todo caso, se les puede reconocer muchos más méritos democráticos y realizaciones en relación a los referentes de derecha o de centro.
En efecto, es muy peligroso condenar experiencias como la de la Revolución Castrista cuando se tiene tan frágil tejado de vidrio en materia de consecuencia ideológica y trayectoria. Extraña mucho esta conducta cuando en la mayoría de los casos carece de fundamento y apego mínimo a la decencia u honestidad. Por algo la propia derecha chilena ahora se muestra más prudente en sus alusiones internacionales después de haber inspirado y participado en esos 17 años de dictadura pinochetista, en que los ajusticiados, torturados, exiliados y reprimidos de mil formas por el régimen cívico militar sobrepasaron con creces todos los registros de violaciones a los Derechos Humanos en la Región, además de alentar iniciativas como el sistema de pensiones o el de las isapres de salud que tanto han devastado al pueblo y provocado los más altos índices de inequidad social nunca observados en nuestra historia.
Pero sin pudor alguno existen demócrata cristianos o socialistas “reciclados” que se dedican a denostar a esta nación caribeña de tan alta población en un territorio que podría caber cuatro o cinco veces en Chile y sin los enormes recursos naturales de nuestro país. Vergüenza debieran expresar de haber prolongado por más de tres décadas la Constitución de 1980 y el régimen económico social heredado de la Dictadura. A los que sumaron la pavorosa corrupción de la política y de todas las instituciones públicas, junto con el ilícito enriquecimiento de muchos empresarios a quienes no cesan en rendirles pleitesía.
No decimos que el análisis político debe tener en cuenta la gratitud que nuestro pueblo debiera mantener por la enorme solidaridad expresada por Cuba y otras naciones con las luchas de resistencia llevadas a cabo por disidentes y combatientes chilenos. Gracias a los cuales pudimos sacudirnos de los militares asesinos y corruptos, como abrirnos a un proceso que todavía tiene muchos deméritos y ciertos innegables atributos.
Ciertamente, es muy arriesgado mirar la “paja en el ojo ajeno” si se considera, por ejemplo, que los demócrata cristianos se otorgaron con la fundación de su colectividad el título de falangistas, en alusión clara al encantamiento que les producía el régimen de Franco en España. Seducción que afectó, también en socialistas y otros el “marxismo leninismo” de origen soviético o, posteriormente, las ideas de la social democracia europea, cuyos desaciertos y vaivenes ideológicos también es posible considerar.
A no dudar de sus fracasos, lo honesto es que a Cuba debiera comparársele con la suerte de otros países de Centro América y del Caribe, para concluir, sin duda, que sus logros son considerablemente más que los de Honduras, El Salvador, Haití, República Dominicana y otros países cuyas inciertas democracias no han sabido superar los graves rezagos de la pobreza y la ignorancia. Es decir, índices de bienestar humano lamentables al lado de lo que puede demostrar la experiencia cubana en materia de nutrición, salud, educación, como aportes culturales, deportivos y otros. Gobiernos digitados y apoyados por la Casa Blanca, mientras la Revolución Cubana sufría el más prolongado y cobarde bloqueo de las grandes naciones y países lacayos.
Qué duda cabe que Cuba ha constituido una barrera de contención para los propósitos estadounidenses de enseñorearse en todo nuestro continente. Cuestión que, en el caso de un país como Chile, se logró y quedara tan patéticamente registrado en el salón oval (o recinto de felaciones) de la Casa Blanca cuando Sebastián Piñera mancilló nuestro pabellón nacional ofreciéndole a Trump nuestra estrella para sumarla a las de los cincuenta estados norteamericanos.
Por algo, con dificultades y agresiones, cuando muere Fidel Castro recibe en toda Cuba los honores multitudinarios de toda una nación. Así como su nombre ya está escrito entre los principales líderes de nuestra Región, ampliamente reconocido, además, por múltiples y disímiles gobiernos en todo el mundo. Entre ellos por los pontífices católicos y hasta algunas monarquías.
La falta de rigurosidad que demuestran algunas críticas a Cuba después de sesenta años no logrará nublar el ascendiente que mantiene su Revolución en la juventud mundial y entre los que han sido capaces en todo el mundo de abandonar sus prejuicios, dejar de comportarse como voceros de Estados Unidos y del autodenominado “mundo libre”, en pronunciado declive enfrente de otras potencias emergentes y de la independencia y ecuanimidad de no pocas naciones.
La defensa de la Revolución Cubana, ciertamente es más fácil de sostener si se considera y reconoce la pudrición de algunos regímenes que, de origen vanguardista, terminaron postrados ante el capitalismo y la perversión de sus propósitos. Como aconteciera con el peronismo, el Partido del Trabajo en Brasil y la mancillada revolución nicaragüense, con gobernantes que cedieron al enriquecimiento ilícito y la traición de sus ideales primigenios. Lo que aconteciera aquí mismo con los pinochetistas y los gobernantes que consolidaron enseguida sus propósitos y que, ahora, gracias el Estallido Social, son tan ampliamente repudiados por el pueblo. Aunque mantengan algunas trincheras en la prensa, en los espurios canales de televisión o en la transnacional ideológica de la CNN que encandilan con su arrogancia e ignorancia.